“Si yo fuera mujer” escuché una vez a un amigo, “sería taciturna, vestiría faldas muy largas, huiría de los hombres y de las miradas en general, colocaría mis largos cabellos frente a mi rostro, pero de noche sacaría un cuchillo y saldría a la calle a seducir cabrones para luego rajarlos” su extraña serie de suposiciones sobre lo que pasaría si él fuera una mujer me pareció en primera instancia algo muy interesante, un personaje atrayente se había creado a partir de esta suposición.
Y me sentí tentado a colaborar con mi propio alter-ego femenino al cual describí en primera instancia como una mujer de aspecto insalubre, pero atractivo, cadenas, piercings, tal vez un tatuaje de libélula en el vientre, justo debajo del ombligo. Con un comportamiento rebelde, despreocupado, impulsivo y, sobre todo, lascivo. Sería una filósofa ramera o algo por el estilo que parafraseara a Nietzsche, Sartré, Camus, Tomás de Aquino y algún otro filosofo, pensador o simplemente escritor mientras gritaba y gemía durante los sucesivos coitos que inundarían sus noches y madrugadas.
Alguien más entró a la conversación exponiendo su propia figura femenina. Esta sería una especie de bohemia que andaría de bar en bar, de carretera en carretera y solo cargaría consigo (además de algunos tiliches) su adorada guitarra, y sería lesbiana. Entró en este punto una controversia poco común y que, a pesar de no llevar a ningún lado, seguiría continuamente. Se le cuestionó a este último el porqué de haber elegido a una lesbiana, y el respondió que aún siendo mujer le gustarían las mujeres tanto como ahora.
Pero saltó a mi la duda, “¿no significaría lo contrario? ¿Si eliges ser lesbiana es por que siendo hombre eres homosexual? Puesto que si eres hetero aquí en tu alter-ego femenino tienes que ser hétero, ¿Qué no?” y él con un gesto algo airado, aunque más bien confundido y pensativo respondió: “no, lo que yo creo es que si te gustan las mujeres como hombre, como mujer debe ser también así, y si eres hombre y te gustan los hombres, quieres ser mujer para tener a todos los hombres que puedas, es más creíble así, ¿No?”.
¿Cómo combatir ese argumento? Si repetía el mismo de antes él simplemente repetiría lo mismo. Y el dilema simplemente quedó sin resolverse. Ninguno de los dos nos arrepentimos de lo que habíamos elegido como alter-ego femenino, cada uno se aferro a su opinión, además eran buenos personajes.
Aquí hay otro punto que mostrar. ¿Es siendo del sexo opuesto como liberaríamos todas nuestros deseos escondidos? ¿Por qué no hacerlo aquí y ahora? La realidad es más difícil. Aún siendo del mismo sexo en la otra realidad nos pondríamos como seres muy superiores a lo que realmente somos. Y no nos quedarían sueños que cumplir en el ilusorio mundo de la fantasía. Pero el mundo se vive aquí y ahora. En la imaginación creamos nuestras metas, en la realidad nos limitamos a cumplirlas o hacer lo posible por hacerlas.
Si me enfrasco ahora en un sermón sobre realidad e imaginación no terminaré, así que me detendré ahora. Una copa de vino y ya…
Y me sentí tentado a colaborar con mi propio alter-ego femenino al cual describí en primera instancia como una mujer de aspecto insalubre, pero atractivo, cadenas, piercings, tal vez un tatuaje de libélula en el vientre, justo debajo del ombligo. Con un comportamiento rebelde, despreocupado, impulsivo y, sobre todo, lascivo. Sería una filósofa ramera o algo por el estilo que parafraseara a Nietzsche, Sartré, Camus, Tomás de Aquino y algún otro filosofo, pensador o simplemente escritor mientras gritaba y gemía durante los sucesivos coitos que inundarían sus noches y madrugadas.
Alguien más entró a la conversación exponiendo su propia figura femenina. Esta sería una especie de bohemia que andaría de bar en bar, de carretera en carretera y solo cargaría consigo (además de algunos tiliches) su adorada guitarra, y sería lesbiana. Entró en este punto una controversia poco común y que, a pesar de no llevar a ningún lado, seguiría continuamente. Se le cuestionó a este último el porqué de haber elegido a una lesbiana, y el respondió que aún siendo mujer le gustarían las mujeres tanto como ahora.
Pero saltó a mi la duda, “¿no significaría lo contrario? ¿Si eliges ser lesbiana es por que siendo hombre eres homosexual? Puesto que si eres hetero aquí en tu alter-ego femenino tienes que ser hétero, ¿Qué no?” y él con un gesto algo airado, aunque más bien confundido y pensativo respondió: “no, lo que yo creo es que si te gustan las mujeres como hombre, como mujer debe ser también así, y si eres hombre y te gustan los hombres, quieres ser mujer para tener a todos los hombres que puedas, es más creíble así, ¿No?”.
¿Cómo combatir ese argumento? Si repetía el mismo de antes él simplemente repetiría lo mismo. Y el dilema simplemente quedó sin resolverse. Ninguno de los dos nos arrepentimos de lo que habíamos elegido como alter-ego femenino, cada uno se aferro a su opinión, además eran buenos personajes.
Aquí hay otro punto que mostrar. ¿Es siendo del sexo opuesto como liberaríamos todas nuestros deseos escondidos? ¿Por qué no hacerlo aquí y ahora? La realidad es más difícil. Aún siendo del mismo sexo en la otra realidad nos pondríamos como seres muy superiores a lo que realmente somos. Y no nos quedarían sueños que cumplir en el ilusorio mundo de la fantasía. Pero el mundo se vive aquí y ahora. En la imaginación creamos nuestras metas, en la realidad nos limitamos a cumplirlas o hacer lo posible por hacerlas.
Si me enfrasco ahora en un sermón sobre realidad e imaginación no terminaré, así que me detendré ahora. Una copa de vino y ya…