¿Quién es capaz de negar que soy dueño de mis equivocaciones?, pasadas y futuras, ese determinismo trágico que me encarcela en las palabras desencadenadas, esos deberes que surgen en lejanías que cada vez se vuelven cercanías más y más. Como la sentencia que no se anula, tan solo se pospone, o la caída elíptica de los planetas al sol, por siempre precipitados a los abismos heliocéntricos sin llegar jamás al fondo. Esa es mi horca, estos son mis grilletes, tales son los barrotes que no me permiten evitar las resurrecciones, sin muertes definitivas, cadáveres que se niegan a morir, recuerdos que no quieres ser olvidados, cicatrices que no sanan jamás vueltas a abrir, como tumbas profanadas. Aquellos sueños que sintonizaban con los míos hoy son pesadillas, o tal vez solo incertidumbre, o tal vez… solo incertidumbre…
Se levanta esa sombra del pasado, de ese ayer en que yo era otro, en que el mundo era distinto porque mis ojos no eran los mismos de hoy, no pertenecen a la misma persona, pero este hoy que nombro, este que ahora presume una estampa distinta ha cometido la equivocación de volver a mirar atrás, hacia aquel lejano ayer de los desvelos, de las amargas mieles, de los fantasmas, de los perdidos y miserablemente añorados placeres, a esos arcaicos amaneceres de la ingenuidad y el miedo, hoy deshonrosas. Esta y todas las resurrecciones terminan siendo de mi responsabilidad, que con todo y la “nueva estampa” de la que me jacto, sigo siendo imbécil, defecto y virtud, pobreza y grandeza, olvido e invocación. Los fantasmas vuelven cuando más nos empeñamos en olvidarlos, porque es cuando más los recordamos.
Otro “descanse en paz” se ha postergado, de mi boca las moscas, de mis manos los gusanos, de mi pecho los exhaustos latidos, de mis venas el vapor de sangre, de mis ojos la indiscreción, de mi alma un lastre inherente a las alas. Ahora mismo es demasiado tarde para recapacitar…