¿Cuánto desde la última vez ha pasado? Ya no recordaba el sabor de las letras bajo mis yemas… este es un anodino mediodía, y estas, frases sin profundos significados. Ahorma mismo me reconfortan muy pocas cosas, y me oprimen oscuras amenazas en el horizonte cada vez más cercano. Me siento un poco como un condenado avanzando por el pasillo hacia la guillotina… ¿podré pedir mi último cigarrillo? ¿podré decir mis últimas palabras? No he pensado en unas lo suficientemente trascendentales como para que sean recordadas por el resto de la humanidad (lo que sea que “la humanidad” signifique).
Estos días son de pronto una interminable serie de acordes sin ritmo, frías mañanas que se posan despiadadas sobre nosotros como metálicas mariposas en una rama congelada, a punto de romperse. Sucedidas luego por el bochornoso sol quemando nuestra piel, nuestro espíritu, nuestra alma jodida por el peso de las gotas de sudor y la abrasante tarde mordiéndonos la piel. El atardecer es sangre en el cielo, y nuestras venas han quedado vacías de vida. Envases vacíos de un mañana sin propósito, y solo somos flechas que perdimos la diana, girando en los intempestivos vientos del desencanto.
Esta ciudad está devorándose mi alma ¿O es que mi alma está desintegrándose y no tengo a nadie más a quien culpar que esta jodida ciudad? Hace falta algo, algo vital, no sé aún lo que es pero sé que no podré subsistir sin ello en un plazo razonable.
Calavera sin carne, plomo perdido en el ultrasónico viento de la media noche, masas malsanas abordando transportes urbanos con conductores cabezas huecas y megalómanos, dan pena, muerte sin sentido, seres sin razón, santitos en venta, fe-fanatismo-necedad-dogma-hipocresía-moral dividida. La iniquidad y la suciedad corren por los callejones como serpientes, como cucarachas intravenosas. Personas de moral caduca y derruida, pedazos de industrialización desechados en las esquinas, basura impunemente abandonada en el asfalto caliente. Miradas vacías en cabezas sin cuerpos. Es poco placentero admitir que este sitio en el que vivo, en el que me jacto de habitar, es, a fin de cuenta, el último lugar que recomendaría para residir, cada vez más esta otrora joya del pacífico se convierte en campo de tiro a discreción, una zanja para cadáveres infames, un criadero de gusanos (con perdón de los gusanos), el culo de Babilonia la grande.
¿Hablo en términos desproporcionadamente apocalípticos para un problema que realmente no lo merece, acaso? Tal vez, tal vez no, solo sé que esta ciudad se pudre desde el fondo cada vez más y es evidente desde el momento en que caminas por sus calles, puedes sentir en la infecta atmósfera la respiración de aquellos que suspicaces y temerosos caminan a tu lado. Cual monos en un laboratorio, con el miedo hasta le médula, con la cola entre las patas. Es casi ternura lo que inspiran en mí. Pero más que nada es aversión lo que me provocan, es puro odio y pena. Es enfado lo que en mí hacen nacer estas patéticas formas de vida.
Almas consumidas por el miedo, por la esperanza en vacuidades, la ignorancia, por una vida sumergidos en la bárbara adoración de ideales inaplicables a la realidad. Humanoides poco aptos para la convivencia en urbana existencia.
Y en medio de esta mugre, con los talones atascados en el légamo imposible de la sinrazón, unas pocas consciencias elevadas por sobre las nalgas de “la gran ramera”. Pero son tan pocas y están tan perdidas, tan hundidas en el estupor de una “vida normal”. Tan olvidadas, tan disfrazadas de ovejas que se les ha olvidado su naturaleza lupina.
Los días son trenes, sin estaciones en las que parar, sin destino seguro, sin retorno programado, acelerando cada vez más, perdiendo poco a poco el control. Quiero pensar que pronto hallaré un atajo, un subterfugio de esta laberíntica vida. De este despreciable punto en el mapa.
Por si esto fuera poco, hay una campaña publicitaria llamada “Habla bien de Aca”. Pero lo cierto es que, a mí no me gusta mentir…
Estos días son de pronto una interminable serie de acordes sin ritmo, frías mañanas que se posan despiadadas sobre nosotros como metálicas mariposas en una rama congelada, a punto de romperse. Sucedidas luego por el bochornoso sol quemando nuestra piel, nuestro espíritu, nuestra alma jodida por el peso de las gotas de sudor y la abrasante tarde mordiéndonos la piel. El atardecer es sangre en el cielo, y nuestras venas han quedado vacías de vida. Envases vacíos de un mañana sin propósito, y solo somos flechas que perdimos la diana, girando en los intempestivos vientos del desencanto.
Esta ciudad está devorándose mi alma ¿O es que mi alma está desintegrándose y no tengo a nadie más a quien culpar que esta jodida ciudad? Hace falta algo, algo vital, no sé aún lo que es pero sé que no podré subsistir sin ello en un plazo razonable.
Calavera sin carne, plomo perdido en el ultrasónico viento de la media noche, masas malsanas abordando transportes urbanos con conductores cabezas huecas y megalómanos, dan pena, muerte sin sentido, seres sin razón, santitos en venta, fe-fanatismo-necedad-dogma-hipocresía-moral dividida. La iniquidad y la suciedad corren por los callejones como serpientes, como cucarachas intravenosas. Personas de moral caduca y derruida, pedazos de industrialización desechados en las esquinas, basura impunemente abandonada en el asfalto caliente. Miradas vacías en cabezas sin cuerpos. Es poco placentero admitir que este sitio en el que vivo, en el que me jacto de habitar, es, a fin de cuenta, el último lugar que recomendaría para residir, cada vez más esta otrora joya del pacífico se convierte en campo de tiro a discreción, una zanja para cadáveres infames, un criadero de gusanos (con perdón de los gusanos), el culo de Babilonia la grande.
¿Hablo en términos desproporcionadamente apocalípticos para un problema que realmente no lo merece, acaso? Tal vez, tal vez no, solo sé que esta ciudad se pudre desde el fondo cada vez más y es evidente desde el momento en que caminas por sus calles, puedes sentir en la infecta atmósfera la respiración de aquellos que suspicaces y temerosos caminan a tu lado. Cual monos en un laboratorio, con el miedo hasta le médula, con la cola entre las patas. Es casi ternura lo que inspiran en mí. Pero más que nada es aversión lo que me provocan, es puro odio y pena. Es enfado lo que en mí hacen nacer estas patéticas formas de vida.
Almas consumidas por el miedo, por la esperanza en vacuidades, la ignorancia, por una vida sumergidos en la bárbara adoración de ideales inaplicables a la realidad. Humanoides poco aptos para la convivencia en urbana existencia.
Y en medio de esta mugre, con los talones atascados en el légamo imposible de la sinrazón, unas pocas consciencias elevadas por sobre las nalgas de “la gran ramera”. Pero son tan pocas y están tan perdidas, tan hundidas en el estupor de una “vida normal”. Tan olvidadas, tan disfrazadas de ovejas que se les ha olvidado su naturaleza lupina.
Los días son trenes, sin estaciones en las que parar, sin destino seguro, sin retorno programado, acelerando cada vez más, perdiendo poco a poco el control. Quiero pensar que pronto hallaré un atajo, un subterfugio de esta laberíntica vida. De este despreciable punto en el mapa.
Por si esto fuera poco, hay una campaña publicitaria llamada “Habla bien de Aca”. Pero lo cierto es que, a mí no me gusta mentir…