Cafeína, alcohol y nicotina. La noche podría valer la pena después de todo. Pero hay demasiadas cosas que debo pensar primero. Ser apátrida no me salva, los errores se comenten, y el remordimiento es un oportunista que vuela rápido.
El tiempo se había acabado, el día parecía resignarse a su final. Los nervios traicionaban tanto que el dolor era irrelevante. Talvez no lo sentía. Tal vez mi conciencia padece insensibilidad congénita al dolor. No duele, no se congela, no se quema, no suda, no llora, no se lamenta, pero si siente. Y siente cuando no debe hacerlo, cuando el tacto está prohibido, cuando tocar es un delito, cuando el deseo se castiga en el patíbulo.
La noche moría a sus pocas horas de nacida, pero renació cuando frente a un gran globo aerostático brillante como una olvidada estrella, una silueta se dibujó, una alucinación gitana, un pedazo de bosque encantado, vagabundo y distraído, por esas meteóricas alturas. Saludaba como celebridad desde su balcón, más aún. Me llamaba. Deseé que fuera mentira, pero la realidad decidió ser cruelmente bondadosa con migo esa noche. Bajó de las etéreas altitudes para llevarme con ella. Punto a favor.
Y era la taberna de un Olimpo de estrógenos, era la reunión de las musas y Dionisio, la ebriedad vestida de deslumbrantes mujeres. Y yo único y ya no se si estaba solo. De palabras nos hicimos dueños, de juerga y cotilleo narcoléptico, de mil verdades y otro millar de falsedades. ¿A caso sufrí? No creo. Me sentía cómodo en un punto cercano a las estrellas esquivas y risueñas –como las odio- sobre todo cuando el hada gitana recargó su cabeza en mi hombro, (ese incomprensible apetito se vio presente de nuevo).
Inspiración me presumía sus letras. Eran bellas, eran irracionales, eran espléndidas, eran incoherentes, eran rabiosas, eran soberbias, eran honestas, eran crueles, eran lacrimógenas, eran suyas. Pero cojeaba de su fuerza, caminaba con bastón, su poder era discapacitado, y a luchas podía sostenerse. Voluntades tetraplégicas, inspiración voladora, supersónica, cósmica – ¿será el síndrome savant?-. Pero el ensueño Romaní re retiraba a su fabuloso bosque. Quise seguirla, quise escoltarla, desee tanto acompañarla, pero me quedé inmóvil. Y desde ahí la vi alejarse. Ellas reían y libaban de los alcohólicos néctares. Me detuvieron cuando quise alcanzarla, cuando quise detenerla. No pude verla, no habría servido. Pero no pude evitar el arrepentirme. No puedo evitarlo aún ahora.
Me arrepiento de no seguirla, me arrepiento de no haberme movido, me arrepiento de mis silencios, me arrepiento de no abrazarla, me arrepiento de no tocarla, y si lo hubiera hecho me habría arrepentido de hacerlo, me arrepiento de arrepentirme, y arrepentido, me arrepiento otra vez.
El tiempo se había acabado, el día parecía resignarse a su final. Los nervios traicionaban tanto que el dolor era irrelevante. Talvez no lo sentía. Tal vez mi conciencia padece insensibilidad congénita al dolor. No duele, no se congela, no se quema, no suda, no llora, no se lamenta, pero si siente. Y siente cuando no debe hacerlo, cuando el tacto está prohibido, cuando tocar es un delito, cuando el deseo se castiga en el patíbulo.
La noche moría a sus pocas horas de nacida, pero renació cuando frente a un gran globo aerostático brillante como una olvidada estrella, una silueta se dibujó, una alucinación gitana, un pedazo de bosque encantado, vagabundo y distraído, por esas meteóricas alturas. Saludaba como celebridad desde su balcón, más aún. Me llamaba. Deseé que fuera mentira, pero la realidad decidió ser cruelmente bondadosa con migo esa noche. Bajó de las etéreas altitudes para llevarme con ella. Punto a favor.
Y era la taberna de un Olimpo de estrógenos, era la reunión de las musas y Dionisio, la ebriedad vestida de deslumbrantes mujeres. Y yo único y ya no se si estaba solo. De palabras nos hicimos dueños, de juerga y cotilleo narcoléptico, de mil verdades y otro millar de falsedades. ¿A caso sufrí? No creo. Me sentía cómodo en un punto cercano a las estrellas esquivas y risueñas –como las odio- sobre todo cuando el hada gitana recargó su cabeza en mi hombro, (ese incomprensible apetito se vio presente de nuevo).
Inspiración me presumía sus letras. Eran bellas, eran irracionales, eran espléndidas, eran incoherentes, eran rabiosas, eran soberbias, eran honestas, eran crueles, eran lacrimógenas, eran suyas. Pero cojeaba de su fuerza, caminaba con bastón, su poder era discapacitado, y a luchas podía sostenerse. Voluntades tetraplégicas, inspiración voladora, supersónica, cósmica – ¿será el síndrome savant?-. Pero el ensueño Romaní re retiraba a su fabuloso bosque. Quise seguirla, quise escoltarla, desee tanto acompañarla, pero me quedé inmóvil. Y desde ahí la vi alejarse. Ellas reían y libaban de los alcohólicos néctares. Me detuvieron cuando quise alcanzarla, cuando quise detenerla. No pude verla, no habría servido. Pero no pude evitar el arrepentirme. No puedo evitarlo aún ahora.
Me arrepiento de no seguirla, me arrepiento de no haberme movido, me arrepiento de mis silencios, me arrepiento de no abrazarla, me arrepiento de no tocarla, y si lo hubiera hecho me habría arrepentido de hacerlo, me arrepiento de arrepentirme, y arrepentido, me arrepiento otra vez.