miércoles, 24 de junio de 2009

Metamorfosis imperceptible y glacial

Sentí frío. Mientras mis zapatos se mojaban charco tras charco y mi cigarro se consumía en mi boca bajo la protección de ese gran paraguas, sentí frío, por primera vez en mucho tiempo. El aire soplaba con fuerza, arrastrando algunas gotas de lluvia hacia mí en horizontal, estaban frías. Seguí caminando durante algún rato. Una cara conocida, una invitación y una taza de café mal preparada en compañía de extraños. Me sentí relajado y por un momento el frío se me olvidó.
Cuando salí anochecía. De nuevo me protegí con mi amplio paraguas, de nuevo encendí un tabaco y de nuevo sentí el frío. Una visita inesperada, una charla mundana, una nueva despedida y una noche empezando con torrenciales lluvias. Me sentí inspirado, me sentí despabilado, todo el día, tuve la sensación de despertar, de abrir los ojos, de estar ahí, presente, y sonreí. Pero aún sentí el frío. Inquietante y amenazador.
El día empezaba con buena pinta, el sol reapareció tras setenta y dos horas de cobardía. Un café en ayunas y un trozo de pan. Las secuelas del huracán se empezaron a ver, pero un monzón no detiene a las personas, todos entienden que seguir adelante es lo único que pueden hacer. El día se siente tan apático, el cielo es tan azul y la gente tan normal por doquiera que miro.
Hay cosas que intento recordar para escribirlas luego, pero jamás pasa, aquello que en un momento surge se queda atrapado ahí, en el instante pasajero, como las maletas que se olvidan en el tren. Me enfurece. Mis zapatos no son los de siempre. Y me doy cuenta, más que nunca, de que no soy nada parecido a lo que era ayer, soy distinto, soy otro, y se que tengo una fijación con esta pregunta, pero caigo en la certeza de que cada vez que me levanto la respuesta cambia, a veces mucho y otras poco, pero ¿quiénes éramos antes?
Hoy algo en mí cambió, aún no descubro qué es pero lo siento, no se si será para bien o ha nacido un nuevo obstáculo, una nueva espina. Lo que se es que hay engranes en mi maquinaria que han cambiado su dirección. Las personas a mi alrededor son iguales, el edificio es más húmedo pero es el mismo. Pero siento frío. Aunque nadie usa abrigo extra, aunque nadie tirita, aunque nadie castañea los dientes, yo siento frío. Al irme de nuevo recuerdo lo que ha sucedido, añoro la lluvia de pronto y el tabaco que disfruté bajo la sombrilla, añoro un café ajeno y mal preparado, añoro mojarme los calcetines. Mi corazón late deprisa y hay una sensación que no puedo describir, es intensa, es opresiva, es explosiva y es placentera también, como un orgasmo en reversa, como una mirada ajena. En la carretera, en la banqueta, hay una cruz con un nombre que no alcanzo a leer. Tengo la fuerte sensación de ser observado desde ahí aunque no veo a nadie, creo que quien quiera que haya sido tocó algún profundo engranaje olvidado y casi oxidado. No se de que estoy hablando.
Sentí ese frío inquietante una vez más. Pero ahora sé que no hay nada, sé que no es allá afuera, es aquí, bajo mi piel donde mis huesos tiritan, donde se hiela mi sangre. El frío nace de mí. Me dejo impregnar por la sensación, explosiva, envolvente, helada, placentera, interna.
No se cómo explicar estos dos últimos días, no se que ha sido, no sé si es real o solo figuraciones mías, no logro entender qué o cómo nació este frío, o qué es lo que ha cambiado tan sensiblemente, cómo describir la impresión de ser observado por quién no está ahí. Me doy cuenta de la poca justicia que las palabras hacen a las ideas y sentimientos. Quisiera hacer entender estas palabras, pero no logro entenderlo yo mismo. Tengo mucho trabajo que hacer, en muchos sentidos…
Una parte de mí creo que sufre hipotermia, y otra ha quedado suelta, libre y se mueve.

lunes, 15 de junio de 2009

La marca de la Mantícora

Y vi surgir del mar una bestia con siete cabezas y dies cuernos, y sobre los cuernos diez diademas y en las diademas, nombres de blasfemia contra Dios. (Revelaciones según San Juán; 13; 1)



¿Qué tengo que hacer para que me escuchen? Haré volar un edificio si es necesario, haré estallar una guardería, o un asilo de ancianos. Hundiré barcos con turistas europeos y veré flotar en medio del Atlántico las sombrillitas que se ponen en las bebidas tropicales. Estoy cansado del susurro, estoy harto del silencio, de la monotonía asesina, de mirar la misma piel en el espejo.
Un día emergerá del vasto océano la bestia que traerá el Caos… y ese día seré yo quien la monte y la guíe a las ciudades, seremos imparables, seremos la vida y la muerte, el juez y el verdugo, la destrucción. Y el hombre probará el amargo sabor de la verdad, experimentará en su propia carne la agonía, la sociedad colapsará y el simio salvaje emergerá de entre los smokings y las corbatas. Sobrevivir, matar por comida, por agua, por sexo, por placer, será tan solo el pan de cada día. Se sudará sangre y lloverán flamas incandescentes de los negros cielos.
¿Qué es el infierno? Una consecuencia. ¿Qué es el paraíso? Un pasado olvidado. ¿Qué son los pecados? El lenguaje de las civilizaciones.
Y ya adentrados en toda la rabia de la que el mundo podía ser víctima, solo nos ha quedado caminar entre aquellas aglomeraciones de montículos de fierro y concreto que llamábamos ciudades. A través de las máscaras de gas se verán solo las huellas de antiguas esperanzas perdidas bajo los cráteres de bombas. Habrá (por que seguramente así será) una muñeca rota entre el herrumbroso suelo, un trozo de manta viejo y roto con ojos de botón y sonrisa bordada, que nos recordará lo que perdimos, y nos sentiremos tan ajenos, tan extraviados, tan asqueados.
El fuego habrá de consumir la mayor parte del mundo civilizado y en los extensos desiertos de óxido ferroso radiactivo solo se moverán destartalados vehículos robóticos. Estos recogerán datos de aquella época primigenia en que se levantaron los primeros aguijones. Las ciudades poco a poco se inundaron de desesperación, el veneno se esparció rápidamente. Y la bestia mostraba su terrible y punzante dentadura en una terrible y grotesca mueca, como sonriendo ominosamente.
Aquella edad habría sido marcada por los aguijones, por los que, como yo, ya no soportaron que el mundo funcionara tan estoico y caduco, por los que perdieron la esperanza en la humanidad, por quienes vendieron su alma al caos y anhelaban, más que otra cosa, el estado último de la civilización occidental, el colapso de Wall Street, la anulación del internet, un cese en la producción mundial, la última guerra, el Armagedón, un hermano que mata a su hermano, un padre que sacrifica a su hijo, cuarenta días con sus noches en ayuno, un diluvio radiactivo, grietas en el suelo, el hombre luchando contra los mutantes resultantes de la contaminación y la regresión paulatina al estado salvaje de todas las cosas.
Pero todo comenzará en el instante en que la vida sea una serie de insatisfacciones para aquellos que deseamos el desequilibrio, para aquellos que nos consideramos agentes de entropía y que lleven la marca de la Mantícora.
¿Qué tengo que hacer para que mi voz trascienda al ruido de fondo de las transmisiones de televisión, radio y telefonía celular? Volaré las antenas, haré caer a los satélites, marcaré mi piel con el veneno del aguijón.

Carta imaginaria escrita en la espalda de M.D.

Querida M.D.


Un gusto volver a saludarte, después de lo que ha pasado espero que tengas la suficiente indulgencia como para leer esta carta. Yo estoy bien ahora, lo que ha pasado solo me ha hecho más fuerte, soy un sobreviviente, o como decía Darwin, un apto. Recuerdo lo que siempre me decías eso ¿te acuerdas? Yo si: “Un día sobrevendrá una catástrofe sobre nosotros y solo tendremos tiempo de sobrevivir, solo el más apto sobrevivirá”.
Me gustaría tener noticias de ti, me gustaría saber cómo te va ahora que has decidido irte lejos, y porqué ese viaje de autodescubrimiento que emprendiste y del cuál me hablaste en la pasada carta, terminó en un aterrizaje forzoso en una ciudad que tú sentiste desierta.
Un día te repondrás de esas heridas del pasado, estoy seguro de ello, un día recordar ya no dolerá y ese día planeo enviarte una tarjeta de felicitación, una que al abrirla tenga la tonadita de el himno de la alegría. Me gustaría ver tu sonrisa cuando la recibas. Espero que sonrías.
¿Recuerdas cuando fuimos a aquella laguna? El agua estaba helada y había mosquitos por todos lados… parece que fue hace tanto tiempo que ya no recuerdo si lo soñé o si tu me lo contaste y yo hice mío ese recuerdo. Pero si recuerdo algo concreto: tu marca favorita de cigarros son los Paul Maul (aún no puedo comprender por qué… son tan desagradables para mí). Siempre los fumabas para lanzarme a la cara ese humo. Nunca me importó y eso te molestaba.
Te escribo esto porque quiero saber que ha sido de ti y de tu gato. El tiempo vuela muy rápido. ¿Qué será del día en que nos encontremos?, ¿Qué tomaremos?, ¿Qué hablaremos? Y ¿Qué recordaremos?
Creo que trataremos de olvidarnos de todo. A veces así es mejor, pretender que no existimos y hacer oídos sordos a los recuerdos. Tú lo sabes y yo lo sé, ¿qué más da?
Espero que al leer esta carta ya me hayas perdonado por dejarte ir, por no amarrarte a aquella silla, por no matarte como alguna vez llegaste a pedírmelo. Pero entenderás que de eso no se trata. Hemos madurado, hemos evolucionado, somos distintos, somos otros. ¿Quiénes éramos antes?
Esto también tiene la intención de ser una última despedida amistosa, (ni siquiera se si existe tal cosa), te deseo suerte en tu vida, éxito en tu futuro, suavidad en tu caída libre, si lo prefieres. Y salúdame al gatito, ese que se peleaba con migo por el derecho a recostarse en tu regazo.

Afectuosamente tuyo (permanencia voluntaria)…
S.C.
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