Sentí frío. Mientras mis zapatos se mojaban charco tras charco y mi cigarro se consumía en mi boca bajo la protección de ese gran paraguas, sentí frío, por primera vez en mucho tiempo. El aire soplaba con fuerza, arrastrando algunas gotas de lluvia hacia mí en horizontal, estaban frías. Seguí caminando durante algún rato. Una cara conocida, una invitación y una taza de café mal preparada en compañía de extraños. Me sentí relajado y por un momento el frío se me olvidó.
Cuando salí anochecía. De nuevo me protegí con mi amplio paraguas, de nuevo encendí un tabaco y de nuevo sentí el frío. Una visita inesperada, una charla mundana, una nueva despedida y una noche empezando con torrenciales lluvias. Me sentí inspirado, me sentí despabilado, todo el día, tuve la sensación de despertar, de abrir los ojos, de estar ahí, presente, y sonreí. Pero aún sentí el frío. Inquietante y amenazador.
El día empezaba con buena pinta, el sol reapareció tras setenta y dos horas de cobardía. Un café en ayunas y un trozo de pan. Las secuelas del huracán se empezaron a ver, pero un monzón no detiene a las personas, todos entienden que seguir adelante es lo único que pueden hacer. El día se siente tan apático, el cielo es tan azul y la gente tan normal por doquiera que miro.
Hay cosas que intento recordar para escribirlas luego, pero jamás pasa, aquello que en un momento surge se queda atrapado ahí, en el instante pasajero, como las maletas que se olvidan en el tren. Me enfurece. Mis zapatos no son los de siempre. Y me doy cuenta, más que nunca, de que no soy nada parecido a lo que era ayer, soy distinto, soy otro, y se que tengo una fijación con esta pregunta, pero caigo en la certeza de que cada vez que me levanto la respuesta cambia, a veces mucho y otras poco, pero ¿quiénes éramos antes?
Hoy algo en mí cambió, aún no descubro qué es pero lo siento, no se si será para bien o ha nacido un nuevo obstáculo, una nueva espina. Lo que se es que hay engranes en mi maquinaria que han cambiado su dirección. Las personas a mi alrededor son iguales, el edificio es más húmedo pero es el mismo. Pero siento frío. Aunque nadie usa abrigo extra, aunque nadie tirita, aunque nadie castañea los dientes, yo siento frío. Al irme de nuevo recuerdo lo que ha sucedido, añoro la lluvia de pronto y el tabaco que disfruté bajo la sombrilla, añoro un café ajeno y mal preparado, añoro mojarme los calcetines. Mi corazón late deprisa y hay una sensación que no puedo describir, es intensa, es opresiva, es explosiva y es placentera también, como un orgasmo en reversa, como una mirada ajena. En la carretera, en la banqueta, hay una cruz con un nombre que no alcanzo a leer. Tengo la fuerte sensación de ser observado desde ahí aunque no veo a nadie, creo que quien quiera que haya sido tocó algún profundo engranaje olvidado y casi oxidado. No se de que estoy hablando.
Sentí ese frío inquietante una vez más. Pero ahora sé que no hay nada, sé que no es allá afuera, es aquí, bajo mi piel donde mis huesos tiritan, donde se hiela mi sangre. El frío nace de mí. Me dejo impregnar por la sensación, explosiva, envolvente, helada, placentera, interna.
No se cómo explicar estos dos últimos días, no se que ha sido, no sé si es real o solo figuraciones mías, no logro entender qué o cómo nació este frío, o qué es lo que ha cambiado tan sensiblemente, cómo describir la impresión de ser observado por quién no está ahí. Me doy cuenta de la poca justicia que las palabras hacen a las ideas y sentimientos. Quisiera hacer entender estas palabras, pero no logro entenderlo yo mismo. Tengo mucho trabajo que hacer, en muchos sentidos…
Una parte de mí creo que sufre hipotermia, y otra ha quedado suelta, libre y se mueve.
Cuando salí anochecía. De nuevo me protegí con mi amplio paraguas, de nuevo encendí un tabaco y de nuevo sentí el frío. Una visita inesperada, una charla mundana, una nueva despedida y una noche empezando con torrenciales lluvias. Me sentí inspirado, me sentí despabilado, todo el día, tuve la sensación de despertar, de abrir los ojos, de estar ahí, presente, y sonreí. Pero aún sentí el frío. Inquietante y amenazador.
El día empezaba con buena pinta, el sol reapareció tras setenta y dos horas de cobardía. Un café en ayunas y un trozo de pan. Las secuelas del huracán se empezaron a ver, pero un monzón no detiene a las personas, todos entienden que seguir adelante es lo único que pueden hacer. El día se siente tan apático, el cielo es tan azul y la gente tan normal por doquiera que miro.
Hay cosas que intento recordar para escribirlas luego, pero jamás pasa, aquello que en un momento surge se queda atrapado ahí, en el instante pasajero, como las maletas que se olvidan en el tren. Me enfurece. Mis zapatos no son los de siempre. Y me doy cuenta, más que nunca, de que no soy nada parecido a lo que era ayer, soy distinto, soy otro, y se que tengo una fijación con esta pregunta, pero caigo en la certeza de que cada vez que me levanto la respuesta cambia, a veces mucho y otras poco, pero ¿quiénes éramos antes?
Hoy algo en mí cambió, aún no descubro qué es pero lo siento, no se si será para bien o ha nacido un nuevo obstáculo, una nueva espina. Lo que se es que hay engranes en mi maquinaria que han cambiado su dirección. Las personas a mi alrededor son iguales, el edificio es más húmedo pero es el mismo. Pero siento frío. Aunque nadie usa abrigo extra, aunque nadie tirita, aunque nadie castañea los dientes, yo siento frío. Al irme de nuevo recuerdo lo que ha sucedido, añoro la lluvia de pronto y el tabaco que disfruté bajo la sombrilla, añoro un café ajeno y mal preparado, añoro mojarme los calcetines. Mi corazón late deprisa y hay una sensación que no puedo describir, es intensa, es opresiva, es explosiva y es placentera también, como un orgasmo en reversa, como una mirada ajena. En la carretera, en la banqueta, hay una cruz con un nombre que no alcanzo a leer. Tengo la fuerte sensación de ser observado desde ahí aunque no veo a nadie, creo que quien quiera que haya sido tocó algún profundo engranaje olvidado y casi oxidado. No se de que estoy hablando.
Sentí ese frío inquietante una vez más. Pero ahora sé que no hay nada, sé que no es allá afuera, es aquí, bajo mi piel donde mis huesos tiritan, donde se hiela mi sangre. El frío nace de mí. Me dejo impregnar por la sensación, explosiva, envolvente, helada, placentera, interna.
No se cómo explicar estos dos últimos días, no se que ha sido, no sé si es real o solo figuraciones mías, no logro entender qué o cómo nació este frío, o qué es lo que ha cambiado tan sensiblemente, cómo describir la impresión de ser observado por quién no está ahí. Me doy cuenta de la poca justicia que las palabras hacen a las ideas y sentimientos. Quisiera hacer entender estas palabras, pero no logro entenderlo yo mismo. Tengo mucho trabajo que hacer, en muchos sentidos…
Una parte de mí creo que sufre hipotermia, y otra ha quedado suelta, libre y se mueve.