“Hay puertas que solo sirven para estar cerradas”
Eduardo Ruiz
Son pocas cosas las que hoy me mantienen despierto, la madrugada parece prometedora, en sus nubes paseándose por el cielo, ocultando los astros voyeristas de mis sueños y calamidades, yace mi sonrisa. Me hace falta el tabaco que perfuma mi inquietud tan a menudo como soy incapaz de acallarla. Son realmente pocas cosas las que esta madrugada me impiden el sueño, no es el anhelo por las primeras gotas de la temporada, no es este sueño que me tortura los párpados con sus costuras, no es el perfume a sangre que aromatiza el ambiente desde algún rincón oculto donde el gato desmiembra a su presa.
¿Cuántas semanas han pasado desde que su ilusionada mirada cayera sobre mi piel, desde que desvié mis labios de los suyos y desde que me sorprendí aborreciendo lo que ella llegó a significar para mí? Tal vez necesito manchar mi piel con ese escarlata de sus besos por una última vez y darle lo que quiere, pero se que ella necesita más que la tierra que nos separa sea medida en tiempos no coincidentes. Aún cuando le sea doloroso, serán heridas que cerrarán al final, serán cicatrices que narrarán noches arcaicas, tiempos ingenuamente felices.
Un día te lastimaré, tanto, un día mereceré tu desprecio por sobre cualquier criatura en el mundo, un día seré la representación misma de la maldad ante tus ojos, habré roto la bella visión de la vida que te caracterizaba, un día no podrás recuperarte de mi equivocación y seré para siempre un rencor anidado cual parásito en tu alma desencantada. Y yo no tendré palabra de aliento o súplica de perdón alguno, lo suficientemente efectiva como para cauterizar la herida que sangrará en tu espíritu. Deberías saberlo, ese día me dolerá también, me romperá alguna delicada hebra vital, pero no esperes que me sienta culpable. Cuando suceda, me sentiré condenado más no habrá culpa de la cuál deber arrepentirme.
Definitivamente existen puertas que solo sirven para permanecer cerradas, de esas que anuncian posibilidades que nunca deben contemplarse, de esas de las que solo un ser desesperado ignora los fuertes candados que la mantienen en esa eterna condición. Clausurada (¿alguna vez estuvo abierta?) por el miedo, por la vergüenza, por la culpa, tal vez por un intento inútil de mantener cautiva una endeble voluntad que finalmente logra escabullirse por secretas rendijas hacia el exterior del que ha sido vedado, dejando candados inútiles, bloqueando una salida, por la permanencia de la costumbre más que por verdadera utilidad.
Y aquellos labios permanecen lejos, y hay lobos reclamando mi alma para ofrecerlos en sagrado sacrificio a su hambre, y esa mirada de esmeralda malsana se cierra suplicante, y yo le entrego al cuervo del sueño mis retinas cansadas, para no ver que el plazo ha alcanzado mi cuello y me estrangula, y me abandona después, tal vez es más cruel pertenecerle a mis decisiones que a mi destino, al final. Si abres la lata de gusanos debes saber cerrarla.