jueves, 15 de enero de 2009

Caléndulas Azules

Ya he intentado despegarme de esas situaciones en las que no tengo muchas opciones, pero se pegan a mí, se enganchan a mi cabeza como sanguijuelas. Anoche la presión en mi pecho se hacía cada vez más insoportable.
Pensaba en lo que tengo, en lo que no tengo, en lo que deseo, en lo que no espero, en lo que es posible y en lo que jamás sucederá. El aroma del incienso, suave en mi nariz, jugando entre los receptores olfativos, y yo sumido en las divagaciones más idiotas, más inútiles. ¿Quien quiere engañar a quién?
Me matan, me mueren, me suicidan, me torturan, me agobien, me enloquecen, me desquician, todas esas imágenes, y todos esos irremediables que navegan con migo, en aquel puerto atracan las naves de los besos indeseados, y los navíos de las caricias ansiadas se alejan en los tormentosos mares, rumbo a la luna llena y al inquieto borde del mundo.
Me siento envuelto en el estupor de la amapola, la flor que corre libre por las humeantes callejuelas de ciudades donde la noche gobierna, la ley se prostituye y el orden huele a plomo incandescente. Me imagino adormecido en un inmenso valle donde florecen extrañísimas caléndulas azules y las aves silban románticos réquiems a los que se acuestan a dormir y no se levantan jamás, para servir de alimento a los montes teñidos de profundo celestes. Me despierto con un sabor metálico en el paladar, con la garganta henchida de flema y verdades que se olvidan de ser pronunciadas, con certezas dolorosas que no logran cicatrizar, con una sed inhumana y la idea constante de destruir el mundo, de arrancarlo de su frágil estabilidad, de enloquecer a las masas y provocar el caos en el que mis deseos se verían tan sencillos de cumplir como robar un beso.
El día comienza, otra vez, el sol ha salido, y mientras para algunos es el milagro diario de la existencia misma, a mí nada me es ofrecido, las calles no se han movido ni un centímetro desde el día anterior, las personas no parecen menos felices o menos tristes que veinticuatro horas atrás, y cuando miro por la ventanilla del transporte público, veo las mismas cosas, la misma gente multiplicándose como suelen hacerlo, pero no ha explotado ninguna bomba, no se ha declarado guerra alguna que me afecte, ni ha habido cataclismo de por medio que cambie el panorama, que me ayude a sentir vivo y no el zombi que me siento.
Su cerebro y sus pechos; sus caderas y su lívido; su ombligo y su misterioso encanto; su piel y su personalidad mágica. Ahora mismo siento que me rompo. Caeré al valle cual meteorito, mis pedazos, al chocar con la atmósfera, se inflamarán a miles de grados y se convertirán en polvo de estrellas, el cuerpo caerá estrepitosamente entre las flores y millares de pétalos danzarán por el aire al ser arrojados violentamente.
La lluvia, lenta, inconstante, juguetona, azul…
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