domingo, 26 de julio de 2009

Humo de madrugada



Me invadió una necesidad, no se trató de una obsesión compulsiva sino de un sentimiento más bien vago y poco explícito de añoranza, de vacío. Sentí el deber de encender uno de mis dos últimos Camel. Fui a mi habitación, el foco no funciona, a tientas en la oscuridad hurgué en el librero, el lugar secreto en donde escondo la cajetilla ahora casi vacía, extraje el penúltimo tabaco y salí de ahí, fui a la cocina con la tranquilidad de quien sabe exactamente donde encontrar lo que necesita, pero lo cierto es que no pude hallar mi encendedor y tomé una caja de cerillas en su lugar. Salí de la casa, afuera la noche pinta muy tranquila, hay unas pocas nubes opacando los cerros del oeste, pero el cielo está estrellado en su mayor parte. Algunas estrellas forman una constelación cuyo nombre desconozco. Completamente descalzo camino por el sendero de terracería que está fuera de mi casa y que sería algo así como la avenida principal de la huerta. La sensación de la tierra desnuda bajo mis plantas es agradable, me pregunto cuándo fue la última vez que caminé descalzo. No hace frío, en su lugar una agradable calidez húmeda lo envuelve todo, el viento no sopla esta noche, las copas rebosantes de los árboles permanecen inmóviles, en la penetrante oscuridad sus siluetas se dibujan como las de gigantes durmientes acurrucados a los lados del sendero. Enciendo el cigarrillo y le doy la primera calada, honda. Suelto el humo un momento después, lo saboreo, ese sabor de pronto me despierta, me transporta, me trae recuerdos de la vida real, de lo que fue y de lo que es fuera de este lugar, que casi siento una prisión voluntaria. Sentir, esa es la clave, lo que mi gusto y mi olfato perciben no es el humo sino los recuerdos. Imagino que sabe a madera, el aroma se entremezcla con mi aliento y satura mis fosas nasales. De pronto recuerdo, de pronto solo recuerdo y me deleito con esas sensaciones de un buen pasado, de un presente que me espera fuera de mi jaula imaginaria. Es la una y veinte de la madrugada y me impresiona lo bien que sabe mi primer cigarro en casi semana y media y me impresiona aún más lo que provoca en mí, una sensación de continuo dejá vú, sensación con la que confluyo momentáneamente, me dejo arrastrar mientras el tabaco se consume a sorbos, cada uno saboreado cuasi devotamente.
De pronto estoy en unas gradas y una conversación obstruye mis vías respiratorias apretujándome el pecho. En un balcón las miradas danzan inundadas en el alcohol de la madrugada buscando historias con desesperación y sutileza. Cuando bestias infernales caen bajo el poder de mi gatillo sonrío con maliciosa satisfacción. De pronto estoy en un puente a la luz de una farola, los coches bajo nuestros pies parecen impávidos pero nosotros rediseñamos la verdad, le damos rostros nuevos al drama y la sangre surge de nuestras palabras vibrantes y lozanas. El puerto sucumbe humilde ante mi mirada desde la altura en que lo contemplo sobre los rostros de ilustres por poco anónimos. En el momento antes de la cicatriz un beso apaga mis palabras y lubrican la futura herida. El mar de noche moja mis pies luego de sacar la arena de mis zapatos y arrancarle los aterciopelados pétalos a una rosa. Y cuando me doy cuenta cuatro amaneceres nos han descubierto ya, con nuestras venas inundadas en cafeína y nuestros espíritus desplegados. “Solo hay víctimas y victimarios” dejan escapar esos labios crueles, certeros e insospechados.
Perdón si hablo en clave, pero es el único modo en que me doy cuenta de mis pensamientos. Y es a estos y más lugares y momentos a los que el aroma de mi tabaco me transporta. A ese el mundo real, la vida detrás y delante de mi sombra, la sombra en la estoy convirtiéndome, la sombra que a veces anhelo ser, solo a veces. Y siento una alegría profunda, pero pronto tomo conciencia de mi claustro y esa alegría se transforma en una especie de contenta melancolía, una nostalgia de la que si se puede vislumbrar el final. "La nostalgia ya no es lo que solía ser", me descubro diciéndome a mí mismo en voz alta y en un tono igualmente melancólico.
La evocación termina cuando arrojo la colilla casi con la esperanza de provocar un incendio, pero pronto se consume inofensiva. Por alguna razón la oscuridad debajo de los árboles parece más amenazante. La tierra y guijarros tibios se dejan sentir bajo mis pies al andar. Toda vía quedan reminiscencias del sahumerio que ha dejado el cigarrillo en el aire. La constelación anónima comienza a quedar parcialmente eclipsada por una nube transitoria. Aún no deja de sorprenderme el modo en que el aroma y el sabor de un añorado cigarro destaparon mis pensamientos de pronto cual represa rota. Ansío volver a esos días y recuperar esas sensaciones, pero se que el tiempo ha pasado y que de algún modo, que casi parece predeterminado, las cosas van a peor. Al final todo se convierte en humo, tal vez sea por ello que se evoca a través de este humo que me atraviesa.
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