lunes, 30 de marzo de 2009

Certezas inciertas sobre el Amor


Se dicen tantas cosas sobre el amor, que si duele, que es solo una ficción, que es instinto de supervivencia, que Dios es amor, que quien ama sufre, que quien ama es feliz, que es una enfermedad, que no se puede vivir sin él, que no se puede vivir con él, que no hay amor como el amor de madre, que mata, que revive, que fulmina, que no puede existir en los villanos, que el diablo no ama nada, que la vida está llena de amor, que debemos amarnos los unos con los otros, que el dinero puede comprarlo, que el dinero no puede comprarlo, que es inalcanzable, que es una utopía, que es el estado de plenitud profunda al que aspiran las enseñanzas budistas, que es la puerta del sufrimiento, que podemos hacerlo en la cama, o en el sofá o en la mesa, que se mata por amor, que se roba por amor, que se alejan por amor, que no existe, que es el antónimo del odio, que se vende en cajas, que se vende en las esquinas, que lo hay inflable, que el humano es el único ser vivo capaz de experimentarlo, que se puede amar sin sexo, que se puede tener sexo sin amor, que si amas llorarás, que si amas reirás, que si amas morirás, que es cálido, que es dulce, que es amargo, que es como mariposas en el estómago, que se puede amar a dos personas a la vez, que dura para siempre, que ni siquiera eso es eterno, que yo lo he sentido alguna vez, que tu lo sientes por mí…
Ahora se que todo de lo que se dice de él es falso y que todo es verdadero. Que no hay nada escrito, que nada es absoluto y que las leyes de la relatividad son inaplicables a él. Solo con esta certeza incierta puedo dormir con un poco de paz.

domingo, 15 de marzo de 2009

En la Villa del Infierno de Lujo o Del crepúsculo al Putero

Las cosas no parecían ir bien. Pasamos más de dos meses engañados, pero al final descubrimos que aún habría boletos para ver a Búnbury en concierto, como parte de su gira “Hellville The Tour”. Y así nos hicimos de nuestros asientos… lugares altos, no tan cercanos al escenario como lo hubiésemos deseado.
Por fin el día había llegado, y las calles de Acapulco parecían, más que otros días, un verdadero atascadero de automóviles de todo tipo, y por mera suerte logré sobrevivir a las interminables horas de tráfico y calor desmedido. Atardecía a toda prisa sobre el puerto, la noche llegaba sin pedir el permiso de nadie. Y así, con un poco de ayuda de la suerte, emprendimos el viaje definitivo hacia el Mundo Imperial, donde se presentaría el cantautor zaragozano. Al comienzo el avance fue rápido, hasta vertiginoso, hasta que llegando a La Isla (centro comercial de Acapulco) el embotellamiento se hizo, desde evidente hasta desesperante. Decidimos seguir a pié el resto del camino, las luces se mostraban prometedoras a la distancia. Y entre la gente que cruzaba la calle y quienes no podían ni sabían estacionarse el lugar era un completo caos. El número de asistentes al evento resultó insospechadamente alto. A pesar de que el lugar no estuvo al cien por ciento de su capacidad.
Compramos unas cervezas y nos impidieron fumar. Nos sentamos en nuestros respectivos lugares, ansiosos, emocionados, expectantes. Esperábamos de esa noche que se convirtiese en la mejor noche que pudiésemos recordar. Aunque el evento estaba programado para las nueve no fue sino hasta las diez que las luces se apagaron provocando una multitudinaria ovación a la oscuridad misma, como emisaria del ex héroe del silencio. En el fondo imágenes de lo más desconcertantes con sonidos por demás raros, ácidos, aparecieron a modo de preludio. Finalmente los músicos tomaron sus lugares. El público enloqueció de emoción en el momento en que Enrique Búnbury apareció finalmente en el escenario para interpretar de modo magnífico su introducción al show con “El club de los imposibles”, “La señorita hermafrodita” y “hay muy poca gente”, esta última de su nuevo álbum, todas en un estilo rockero sureño. Sin pensarlo dos veces, me desinhibí por completo y empecé a corearlas a todo pulmón de principio a fin. Lugo de estas tres canciones introductorias Búnbury hablo con el público. Agradeció a todos el haber asistido, se dijo contento de estar en ese lugar, “tan maravilloso, magnífico para conciertos”, dijo. Hizo alusión a que con un lugar como ese sería más fácil volver en alguna otra ocasión. Después a modo de introducción potente y rabiosa dijo sobre el rock que estábamos apunto de escuchar: “¡esto les puede doler hasta el fondo de las entrañas!
Y así interpretó “Bujías para el dolor”. Su estilo, rock folk sureño fue alternado en algunos momentos con sonidos ácidos y lóbregos. Sus intenciones de hacernos reventar las entrañas eran claras. Los corazones latieron al unísono con el ritmo de “Puta desagradecida” y “Sácame de aquí” que se volvió un hermoso tango rockero y sombrío.
Sus interpretaciones de canciones como “El rescate” y “Alicia” experimentaban con sonidos amargos y vibrantes que conmocionaron a la audiencia. Así también, el intercambio de algunos sonidos que normalmente se hacían con violines y metales por el acordeón, en canciones como mi himno: “El extranjero” y “Canto (el mismo dolor)”, resultó en un grandioso acierto.
Hubo tres momentos en los que el capullo zaragozano nos hizo sufrir haciéndonos creer que se retiraba. Incluso en una de ellas salió y explico: “para los que no sepan cómo son las cosas, ¡ya, ya está! Ya se pueden ir, pero por otro lado, les quiero decir: no se vayan, que queda lo mejor”.
Las ovaciones no se hicieron esperar. Así también hubo algunos momentos de antología en aquella presentación: uno sucedió cuando una jovencita se acercó mucho a Enrique para sacarle una foto cuando este interpretaba furiosamente “El hombre delgado que no flaqueará jamás” (una extraordinaria interpretación) y este pateó su mano mandando por los aires su cámara. Otro incidente sucedió cuando una chica le prestó al cantante su cámara para que este se tomase una foto, esto durante una interpretación vocal entre blues y rock folclórico durante la canción “No me llames cariño”, cuando, al ritmo de sus vocalizaciones Búnbury cantó: “No tiene flaaash”.
Y así, cuando interpretó la despedida de rigor: “…Y al final”, todos supimos que verdaderamente era el final. Cuando salimos del lugar por fin disfrutamos de nuestro merecido tabaco. Nos quedamos frente a esa extraña obra de arte frente a Mundo Imperial y luego de despedirnos de unos amigos, bebimos hasta que ya no quedó nadie más que nosotros en aquellas solitarias calles.
Así nos retiramos por fin hasta llegar a la glorieta de Puerto Márquez en donde, por pasar al baño, entramos a un antro de mala muerte apodado “La Jungla”. Tomamos una cerveza, fumamos un tabaco, y presenciamos el más deplorable show desnudista de nuestra vida. Concluimos que esa fue la meada más cara de nuestra vida. La noche se extendió más de lo que hubiéramos querido o esperado.
He de concluir diciendo que esa ha sido de las mejores noches de mi poca vida, una verdadera joya anecdótica. Y espero que no sea la última.
PD. En el preludio de “El hombre delgado que no flaqueará jamás” se escuchó una frase que deseo dedicar y regalar a uno de mis amigos, que no asistió a ese épico suceso: “Habéis manchado de sangre mi mejor traje de payaso”
PD2. Mi garganta aún me duele, pues estuve coreando todas las canciones a todo volumen y sin consideraciones por mi propio bienestar. Ha valido toda la puta pena del mundo.
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