domingo, 27 de julio de 2008

Cuando las miradas no significan nada

Comenzó una mañana en la que no pude reconocer a ese hombre que aparecía en el espejo. No sabía de mí, no sabía donde me dejé, donde me perdí, donde dejé de pertenecerme y comencé a ser, solamente, un cuerpo hueco.
El espejo reflejaba una silueta sin rostro, una marioneta en desuso víctima de la rutina antropófaga. El día, afuera no podía pintar más hermoso, los árboles se mecían con el viento agitando las ramas arreboladas en las copas, y excitando los trinos de los pajarillos entre sus nudosidades vegetales. Había mariposas – lo cual no es común dado que ya pasó la primavera – que se movían como pétalos de flores multicolores a la deriva en el ambiente. Había niños haciendo gala de su inocencia y de su deliciosa ingenuidad, jugando a que son mayores, y lidiando con problemas ficticios, de esos que se resuelven tan fácil como echar un volado. ‘Si todo fuera como eso’ se me escapó en voz alta. El sol brillaba con la solemnidad de su indiscutible poder. Las nubes se arrinconaban en los lejanos horizontes, como ratones escondidos ante la presencia del temible felino. Todo parecía augurar lo que para cualquier otro podría ser un grandioso día. Pero, para mi propia desgracia, yo no soy cualquier otro, y todo ello me era total y absolutamente irrelevante.
Parecían atacar de nuevo, como antaño, como fantasmas cobrando nuevos bríos, nueva carne, los días sin color, los días en que uno tiene tiempo para filosofar inútilmente acerca del propósito y naturaleza de la propia existencia. Y sentía mis pensamientos apoderados de una sensación omnipresente de insensibilidad.
El agua tenía el mismo sabor que el vino, y el sexo se sentía como simple y cruda arena, las palabras se atoraban en la garganta y apenas y podía sostener una mirada sin dejarla caer al suelo – descubrí patrones en el azulejo del baño que antes no había notado – la música parecía distante, como un eco lejano.
Era como una soledad sorda invadiéndome desde adentro apoderándose de mis pensamientos, al menos, de los pocos de los que tuve plena conciencia. Hoy fue el cumpleaños de un familiar, y a pesar de estar rodeado de personas que parecían convivir con excitantes bríos yo era un cascarón vacío con ojos congelados en una sola expresión de indiferencia.
Nunca me sentí tan endiabladamente lejano de personas tan cercanas como en ese ridículo instante. Era un barco a sin timón ni velas perdido en un lago de aguas turbias con el cielo a punto de maldecirme. Recuerdo que mi hermana me preguntó “¿Qué me ves?”, pero yo no la veía, mi vista no significaba nada y casi no reaccioné a esa pregunta. Las primas pequeñas se amontonaban alrededor de mí pidiendo que las paseara sobre mis hombros como suelo hacerlo, pero hice caso omiso de sus súplicas y me fui de ahí. Hoy no fumé, no sentí ganas ni necesidad de hacerlo.
Aún en este momento, lo siento – o mejor dicho, no lo siento – y se que no es culpa de la gente, y no es culpa de nadie, es, nada, no es nada y eso no es bueno.
Es otra vez, una total reorganización, como por la que antaño pasé, un trance de renovación, de destrucción reconstrucción interna, un viaje a través de mi propio laberinto. Espero que esta vez no sea tan duro y que el aterrizaje no sea tan violento, pero tal vez espero demasiado… o demasiado poco.

lunes, 14 de julio de 2008

Requiem por un susto



Durante mucho tiempo he creído en los fantasmas - ¿Cuánto, realmente?, no se- y de repente he descubierto, no solo que ya no puedo saber de ellos, sino también, que los fantasmas ya no creen en mí.
Una noche, como cualquier otra, en la que esperaban en el acostumbrado rincón de mis pesadillas, y en las sombras desde las que antaño solían saltar sorpresivas, se cansaron de esperarme, yo simplemente no acudí, la decepción fue tanta que no desearon volver a repartirme su tan preciado temor. Yo me alimento del miedo, es mi aire, mi agua, mi droga, y un día, los espantos me la negaron. Ahora tengo mucho miedo, miedo por ya no ser querido por aquellos que alguna vez me proporcionaban lo que yo tanto esperaba. Y ahora que lo he perdido, puedo sufrir lo que realmente es una ausencia. Esto es miedo, pero es miedo cálido, bochornoso, ese que corrompe el alma.
Todas las noches, desde entonces espero en las esquinas lúgubres, y en las mansiones abandonadas a los espantos y espectros que solían regalarme ese temor frío, agradable, eléctrico que recorría, cual orgasmo delicioso, todo mi cuerpo desde la médula espinal hasta la punta de mis dedos, hasta cada uno de los vellos de mi piel. Pero, ellos no aparecen. Y solo me quedo ahí sentado, esperando toda la noche el anhelado susto, el grito desaforado, la piel erizada –de gallina, le dicen – pero el más allá me lo niega descarada e inclementemente.
Extraño tanto el miedo frío, ahora solo me queda el miedo cálido, y me quema poco a poco. Hasta el día en el que los fantasmas perdonen mi falta y vuelvan a creer en mi como una víctima de sus apariciones. Espero ese día con tanta ansia como el AA empedernido espera la soledad en el cuarto de baño para beber a hurtadillas de la licorera. Pero mi licorera está vacía, y el vino se ha vuelto agrio.

domingo, 13 de julio de 2008

martes, 8 de julio de 2008

De Sueños y Venenos


Y piensas que la espada solo te ha herido a ti, pero es porque no has sentido lo cálido de mi sangre correr por mi piel.
Y sueñas con figuras fantasmales que desean tu cordura como alimento, pero no te has dado cuenta que ya han pasado sobre mi, pero usando distintas máscaras.
Y supones que tus pesadillas podrían envenenarme a mi también, pero no te has detenido a pensar que yo deseo beber de ese veneno hasta igualar su toxicidad a la que corre por tus venas.
Somos lo que somos y eso no podemos cambiarlo con palabras, ni con ausencia, ni con lamentos, porque somos víboras en un cesto del destino, porque somos escorpiones atrapados en un aro de fuego lastimándonos con nuestros propios aguijones, porque somos estrellas en proceso de convertirnos en supernova y agujero negro.
Siento que esa sombra que engendró tu alma es la misma que engendró la mía, usando valores idénticos de destino, pero con valores antagónicos de dolor.
Merezco esa roca que cargas sobre tus hombros tanto como tú mereces ese injusto cielo que me adorna la cabeza con ligero viento.
Pero cuando me acerco a ti, el éter del que mi conciencia está formada se torna sueño sólido, se vuelve tornasolado, adornado de sabores, aromas y sensaciones que nunca podría haber imaginado, siquiera que existían.
Eres la personificación de todo lo que guardé en el secreto cofre de mis deseos, tan dulce como el divino néctar, tan mítico alimento como el maná, tan suave como los pétalos de cerezo que danzan en el viento, tan venenosa como el aliento del basilisco, tan dolorosa como las cuchillas de mis propias pesadillas.
Superas la imaginación de la que soy capaz de hacer uso, por que nada puede compararse a lo que azota mi psique con dulces y dolorosas ráfagas vibrantes de piel, de miradas, que lanzan material onírico contra mi, asediando la corteza de la que está fabricada mi fortaleza de miedos.
He sido desencadenado del fondo del Estigia para volar hasta donde te encuentras esperando con una sonrisa y un pañuelo blanco, como mi muerte.
Y ahora extiendes tu mano, en ademán de esperanza, sobre mi frente necesitada de tus dedos, sobre esta alma humana y frágil, adormecida entre elixir y vapores provenientes de la neblina de tus recuerdos.
Ahora eres el infierno que tanto necesitaba mi paraíso gris e insípido, eres el canto en el sepulcral silencio, el aroma del que el agua carece, el sabor que el aire no tiene. Eres materia en el vacío.

miércoles, 2 de julio de 2008

La sencillez del hombre complicado


Hace poco escuchaba algunas canciones de Nacho Vegas mientras bebía un cargado café. Escuchaba atentamente las letras – esto era porque no tenía nada importante que hacer, y si así fuera, lo ignoraba por completo – y noté la sencillez de sus letras, un tipo especial de sencillez, ese en el que te das cuenta de sufrimientos ajenos como si pudieras verlos, tocarlos, sentirlos, en donde te transportas a aquellas miserias tan reales que te cuesta trabajo admitirlas, tal como cuando la miseria del hombre que duerme en las banquetas y se cobija con sucios retazos de cartón se hace presente y al notarlo sentado ahí, con las manos cubiertas por mugre y sucios guantes rotos desde donde sobresalen sus dedos, con una mirada desgarradora de perro hambriento, nosotros giramos la vista hacia otra dirección y hacemos de cuenta que la miseria sentada en esa banqueta es un cuento de hadas, un producto de nuestra imaginación, una mala broma de nuestro cerebro. Es una sencillez de esas que te muestran la crudeza de lo que es real nos guste o no, nos lo parezca o no. La sencillez real y lacerarte.
Pero menciono esto, no como crítica, no con intención de dar una opinión acerca del trabajo de Vegas, ni siquiera con motivo de dictar un juicio sobre su música, sino más bien como preámbulo de lo que acontecería luego. No fueron las letras sencillas y desgarradoras las que me han inspirado esto, sino lo que me hicieron saber sobre mi mismo. Algo que nunca me había dignado a ver por más evidente que fuera, tal como sucede con aquel pordiosero harapiento.
Mi vida, desde el principio, ha resultado de lo más típica. Padres comunes, hermanos, lo suficientemente comunes, escuelas, abuelos, familia, algunos pocos amigos – me considero escrupuloso a la hora de escoger mi compañía – y por el estilo. Escuela con calificaciones promedio (por no decir mediocres), sin talentos especiales o espectaculares. Mi vida, pues, ha resultado muy sencilla, o más que sencilla, insípida, triste, mediocre, incolora, falta de emociones grandes o especiales. Ha habido dos que tres extraños giros en mi existir, de los cuales he sido timonero, pero nunca han sido suficientes.
En mi mismo soy un hombre muy sencillo, con cualidades muy comunes. Pero, según me han dicho, con una gran presencia, un poder insospechado que no deseo, necesito pasar desapercibido. Pero mis necesidades son ignoradas por mis cualidades y defectos. Soy la estatua en el parque que todos pueden ver pero nadie toma en cuenta.
Y por lo aburrido y miserable de mis hechos cotidianos he desarrollado un extraño complejo. El complejo de complicación. Siempre intento, por cualquier medio, complicar mi propia vida, como punición o como alivio. A modo de reivindicación con la falta de emociones en mis días. Busco dolor, sufrimiento, amargas situaciones, miedos, fascinaciones, incomprensiones, locuras, heridas incurables. Busco arrancarme el alma a pedazos, la destrucción de mi propio ser, la abolición de mi tranquilidad, la ruptura múltiple de mi ya de por si estigmatizado corazón, el envenenamiento de mi inspiración, la corrupción de las esperanzas. Todo esto con tal de dar a mi vida algunas complicaciones, algo en que entretener mis cansados pensamientos. El peso que llevo sobre mi espalda es el que yo mismo me he puesto. Y siempre con toda intención. Con tal de poder sentir, sentir algo.
Es agregar colores a un lienzo en blanco, aunque sea el color de mi sangre. El llenar el silencio con sonido, sin importar si es el ruido de mi agonía. Dar algo de sensaciones a mi piel, no importa que duela. Prefiero sentir dolor que no sentir nada.
Soy un hombre sencillo con aires de complicación.






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