martes, 12 de octubre de 2010

16 Horsepower - Black Soul Choir

De las impresiones y las equivocaciones

He descubierto, a lo largo de mi vida, que las personas llegan a tener, por lo regular, dos impresiones de mí, ambas equivocadas. No son regla, solo hablo de estadísticas personales. La verdad es que no se qué pensar al respecto ni qué actitud tomar. Por lo regular termino riendo.

La primera impresión equivocada que las personas tienen sobre mí es cuando no hablan conmigo. Solo me ven pasar, llego caminando a algún lugar y descubren un andar oscilante, algo torpe (como de zombi, me han dicho algunos), mis ropas fuera de moda (más bien ajenas a ella), en mi rostro una expresión constante de hastío que es tomada por una manifestación de bobería. En pocas palabras, y según algunos comentarios que otros me han hecho, llegan a pensar que soy alguna clase de ser poco inteligente, bastante bobo e inspirador de condescendencia.

Generalmente me río, de una forma muy franca, de ese tipo de impresión sobre mí cuando me es manifestada por alguien que la ha tenido. No me enoja y tampoco me ofende, más bien me divierte.

Pero entonces surge la segunda impresión de mí que está equivocada también. Una vez que alguien interactúa conmigo, que me escucha hablar, usando palabras y expresiones rebuscadas y un acento algo recargado, con una voz gruesa, tal vez profunda (todas estas descripciones son de personas que me las han comunicado, no son mis propias palabras), entonces les inspiro algo completamente distinto. Llegan a creer que soy un erudito, una especie de sabio juvenil con respuestas a todas las preguntas, creen que tengo un coeficiente intelectual de 190 y que leo un libro entero cada día, y al ser un cúmulo viviente de refinamientos cuasi teatral, me perciben con cierto aire arrogante y elitista sin sentimientos y de actuar frío y calculador.

Una vez más se equivocan, y cuando llegan a descubrir que esas expectativas tan altas en las que me colocaban no son cumplidas por mí, y que en cambio resulto mucho más mundano, se sienten absurdamente desilusionados. Cuando llegan a manifestarme esta desilusión suya, me divierte también, tal vez incluso más que cuando descubren que no soy un soso bobalicón.

No soy ni una cosa ni la otra, me parece hilarante como las personas tienen el ideal tan polarizado, tan drástico. O soy una cosa o soy la otra, no puede haber más… absurdo.

Por mi parte mantengo la filosofía de jamás dejarme llevar por las primeras impresiones, ni por las segundas. Resultan útiles, para una especie de examen preliminar, pero jamás son ni deben ser tomadas como absolutas, las apariencias engañan, siempre lo hacen y tratándose del género humano esta es una ley inquebrantable, eso sin mencionar que constantemente evolucionamos. Quienes califican de inmediato a alguien, quien etiqueta a las personas que le rodean, resultan muchas más veces equivocados y desilusionados de lo realmente sano y necesario. Curiosamente son quienes más se resisten a rectificar sus perspectivas rígidas aunque sean contradictorias con los hechos.

Ellos sí que me inspiran condescendencia.

lunes, 4 de octubre de 2010

Una escuadra en la sien y las reflexiones que provoca

(Hace varios meses)

El miedo, el suspenso, la incertidumbre y la ira me agobian, me vuelven un ser antisocial. Aquel lejano día no fue el mejor, el calor sofocante extinguía mis energías y la terrible cacofonía de una fiesta a la que no fui invitado aturdió mis pensamientos.

Me sentí azorado, traspasado por lanzas incandescentes, con esas ansias mortales, con fantasías asesinas, llené de hecatombes mis ojos y de alaridos sufrientes mis oídos. Había sangre en mis zapatos y e mis manos, y una desagradable sensación de frustración hizo de mí un cervatillo herido, un barquillo de nuez a la deriva en el Océano Antártico, una parpadeante y tenue luz casi extinta en el medidor de sosiego.

La bomba, el detonador, mi bolsillo, la negra nube de muerte, ese rumor insaciable que tanto resisto cada día, casi explota en ese instante. ¿Qué es una oportunidad perdida? Un segundo de reivindicación cósmica, la duda de una tangente en el continuo espacio tiempo, la burla de un capricho que vomita en tus zapatos.

Septicemia para los rosales, cadáveres en el jardín de mayo, cucarachas sobre las nubes. Repentinamente la adultez es una metáfora de vulnerabilidad, de ansiedad, de hostilidad. Una analogía vaga de metamorfosis imperfecta. No todos pueden ser mariposas, libres y altaneras. El mundo necesita orugas, rastreras y en engorda obsesivo-compulsiva.

Así, de pronto, se revela Babilonia, ante los atónitos ojos del incrédulo ciudadano. La hora inapropiada en que el prepotente armado arremete contra el desamparado (que no inocente) servidor público, servidor de sí mismo. ¿Qué podría estar pasando por tu mente cuando un cocainómano coloca el cañón frío de una escuadra en tu cabeza?

El sudor en manos y frente del victimario. Huele a luciérnagas en la avenida Armagedón. Y así la bala jamás salió del cañón, la lluvia es una promesa silenciosa, Dios se lleva el crédito que la cobardía merece. Hay que saber cuándo ser buenos cobardes. Las lenguas afiladas cortan el silencio en la ya densa atmósfera.

En mi corazón llega entonces una cuasi mágica paz, la acetil-colina desacelera el palpitar de mis arterias. También llega una pregunta, como un barco pirata al puerto de los incautos: ¿Por qué la casi muerte de un desconocido calmó mis propias ansias genocidas, reemplazando estas por una inusitada suavidad en mis conjeturas y deseos? ¿Pos qué la desgracia me trae calma?

No es un secreto que esta ciudad se pudre cada vez más. Pareciera que entre más belleza más deterioro hay en su composición humana. Asociamos la malignidad a las mangas descubiertas que dejan a la vista tatuajes de pobre técnica, pantalones de mezclilla rotos peinados de poca gracia y gran y desagradable impacto a la vista, frases de mal gusto estampadas en el pecho de esas camisetas deshilachadas, puntas de retadores colores en el peinado, piel grasienta, aliento inmundo y la intuición subjetiva de una navaja oculta en la ropa interior. Y aunque hay veces en que acertamos, lo cierto es que esa florida figura no es más que la presentación estereotipada del miedo urbano, del peligro en la oscuridad del callejón.

No obstante existen esas otras presentaciones, la mayoría de los casos insospechados, para el miedo que gana nuestra confianza con su lenguaje prolijo, su ropa de marca, sus zapatos lustrosos, su peinado intachable, su convertible deportivo… su fachada resulta diabólicamente atractiva y hasta defendible. Jamás logramos ver el arma fajada en la zona posterior del cinturón hasta que es apuntada contra nuestra frente, y solo entonces nos damos cuenta de la capacidad multifacética del miedo al prójimo, a ese ser que la biblia pide que amemos, como él nazareno nos amó (¿o como amó a María Magdalena?).

¡Albricias! Hemos aprendido una lección ¡Albricias! Somos un poco más sabios. Somos seres perfectibles e inacabados, un medio para un fin que nunca debe llegar o la cultura será cadáver y frialdad. Aprendemos y evolucionamos conforme nuestras necesidades ambientales lo vayan exigiendo. Hoy nuestro ambiente es la salvaje e inhóspita civilización, a la que habremos de adaptarnos con veneno, dientes largos y tentáculos. Supervivencia del más apto.

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