domingo, 8 de enero de 2012

Una triada de consejos que nadie pidió o Lo que me salió después de un tiempo sin escribir nada


Para ser justos, no soy la persona correcta a la cual pedirle consejos. Más bien me califico de mal ejemplo caminante y parlante. Soy alguien, más bien, dañado, quizá más que muchos. No ha sido esto culpa de malas experiencias ni una vida difícil. Más bien es fruto de lo contrario. Me considero una persona desafortunada, inconsciente, poco agradecida y más bien arrepentida de muchas cosas que ha hecho mal en mi vida. Las cosas salen mal de vez en cuando. Es imposible evitar pisar mierda cuando no miras tan seguido el suelo por el que caminas por distraerte hallando formas en las nubes.

Cuando digo que soy desafortunado no me refiero a que la vida ha sido injusta conmigo, ni ha que he tenido que pasar momentos difíciles, ni que he nacido con alguna incapacidad en algo. Más bien es exactamente lo contrario. Cierta ocasión, no conozco los detalles de por qué ni a quién ni con qué intenciones, Sigmund Freud dijo: “He sido un hombre afortunado, nada en la vida me ha sido fácil”. Y ahora me doy cuenta de ello. De pronto me doy cuenta, como nunca me ha pasado por la cabeza, de lo que esta frase significa. De lo que significó para él, de lo que ahora comienza a significar para mí (un hijo da la comodidad y el ocio).
Mirando hacia atrás me doy cuenta de que las grandes personalidades de la historia (pensadores, músicos, filósofos, científicos, líderes, guerreros, cineastas, revolucionarios, escritores, incluso políticos y un etcétera extendido hasta donde alcance la historia) han sido personas con una vida más bien borrascosa. Humanos que han vivido envueltos en extraordinarias historias, intrigas, traiciones, amoríos prohibidos, constante oposición, enfermedades (ora mentales, ora corpóreas), desdichas, infortunios, contrariedades, secretos, mentiras, idilios imposibles y la lista continúa.

¿Qué suelen tener estas personas en común? ¿En qué se parecía Sor Juana a Vlad Tepes, o Beethoven  a Tesla? Aparentemente personas completamente distintas. Pero todos ellos con un bonus. Ninguno tuvo una vida, lo que se dice fácil. Cada uno de ellos tuvo que luchar toda su vida (o gran parte de ella) contra muchas cosas, ya sea el machismo de la sociedad novohispana o la invasión de los turcos, ora una enfermedad incapacitante ora la pobreza y la infamia. Pero más allá de esto, de todo esto, ellos no pasaron a la historia solo por luchar contra todo ello, sino, más que nada, por haber trascendido a estos problemas. No necesariamente superarlos, más bien trascender a estos. Beethoven no se curó de su sordera, pero esta no lo detuvo. Tesla sigue siendo recordado hoy día como una de las figuras más reconocidas de la ciencia del siglo XX (y parte del XIX, ¿o es viceversa?), Vlad, bueno, es Vlad, su nombre resuena aún en nuestros días. Y Sor Juana nunca fue suficientemente frenada por el machismo que en aquella época era aceptado por convención.

Los personajes históricos anteriormente presentados son solo ejemplos, pero la lista es interminable. Sin embargo aquí (sea lo que fuere esto), más que nada trato de  referirme a las personas anónimas que trascienden y que no cuentan con su nombre escrito en piedra en algún boulevard o no dan nombre a ninguna calle de ninguna ciudad. Todos pasamos por esto, todos pisamos mierda alguna vez. Nuestro valor como personajes principales de nuestra propia novela interminable es medido con respecto a cuánto nos dejamos arrastrar por la corriente de mierda ( y perdón por usar mucho esta palabra, pero para ser sinceros me parece una de las más bellas y significativas de la lengua castellana) o cuánto es que buscamos la manera de nadar contracorriente, o simplemente salir flotando. Buscando nuestros propios métodos de sobrevivir al mundo, a la historia que nos tocó vivir.

Es curioso cómo aquellas personas que has salido libradas (quizá no ilesos) de su propia historia, al final aprenden el valor de muchas cosas que antes no sabían que podían perder. El valor, por ejemplo de un buen consejo, de un abrazo sincero, de un amigo, de una canción adecuada para su estado de ánimo específico, de una comida caliente, de tiempo libre. Esto termina por convertirlos en personas conscientes de esto y humildes ante la posibilidad de perder lo antes ignorado, más no resignados (pues generalmente están dispuestos a luchar por lo que creen correcto y defender lo que consideran que deba ser defendido).
Y de pronto ellos, los que trascienden intentan darle un consejo al neófito que este suele pasarse por sus peludos testículos. Y ahí estamos ahora. La generación del internet y CartoonNetwork de la pasada década (porque he de admitir que yo disfruto de las caricaturas a pesar de mi edad).  Los que vivimos en la era de los teléfonos inteligentes y las personas idiotas. La era del Dr. Simi bailando reggaeton y el cambio climático. Ahí estamos, pretendiendo que la vida ha sido fácil, que la historia se escribe sola y que no contribuyo a esta. Pero lo cierto es que somos, mariposas, y todos aleteamos nuestras alas. El desastre final será por causa de nuestra generación inconmovible y pasiva. Y lo triste es que la generación que nos sigue está aún peor.
 
Pero me estoy desviando del tema (si es que en algún momento tuve alguno). Lo que al principio intentaba decir es que soy, precisamente, uno de esos impávidos vástagos de la generación de los noventas (aunque ahora me doy cuenta que no los disfruté tanto como debí). Una generación a mediados de los veintes que de pronto descubre un mundo adulto completamente inmisericorde. Es como despertar de pronto de un sueño que se tuvo de la infancia mal aprovechada y la juventud desperdiciada. Los deseos de volver a ser niño son muy grandes. Pero también lo son los de conseguir el sueño de mi vida, el cual me motiva. Es solo que ahora me doy cuenta de algo importante. Durante mi vida no adquirí las herramientas necesarias para enfrentarme a las responsabilidades de la adultez, lo que significa que me será más complicado subir esta cuesta. No por ello imposible. Pues como dije, tengo un motivo.

Y es por esto que, consciente de que no soy la persona adecuada para hacerlo, quiero dejar aquí un consejo. Mi consejo, después de mucho meditarlo, es este: Por favor, equivóquense todas las veces que puedan. Hagan el ridículo de vez en cuando. Y siempre sigan caminando. (Al final fueron tres, pero son algo así como una trinidad).

Equivocarse es el modo más práctico de aprender. Suele ser muy eficaz para darse cuenta lo que se está haciendo mal y corregirlo. También crea un sentimiento de humildad y reconocimiento de la propia humanidad, muy necesarios para darse cuenta que no vivimos en el pedestal de nadie (y que aunque así fuera podemos caer en cualquier momento y con más facilidad de la que se suele creer). Por lo que nos ayuda a poner los pies en la tierra. Equivocarse es imprescindible para acumular experiencia, es útil para buscar nuevas perspectivas para resolver un problema, y es recomendable si quieres perfeccionar tu arte (sea cual sea esta). Y es que equivocarse no sirve de nada si no aprendemos la lección.

En cuanto a hacer el ridículo, pues es obvio (creo yo). Cuando nos exponemos al ridículo nos convertimos en personas más seguras de nosotras mismas. Claro, esto depende de cómo lo hagamos y de cómo enfrentemos más tarde esta experiencia. Es sabido que el miedo a hacer el ridículo es el miedo más grande de la gran mayoría de las personas en el mundo, incluso superando al miedo a la muerte. Por lo que estar dispuestos a ponernos en evidencia frente a otros nos convierte también en personas más valientes ante la vida. Desprendernos de nuestra catadura y jugar a ser payasos, a ser niños. Y es que, el miedo al qué dirán, al filo de la lengua del prójimo, a las miradas desaprobadoras  y los dedos acusantes se vuelve una carga, una celda, la peor limitante de la mayoría de nosotros. (Si quieres cosas que nunca has tenido, prepárate para hacer cosas que nunca has hecho).  

Y finalmente, seguir caminando (esta sí es obvia). Además de un excelente ejercicio, seguir caminando significa, más que nada, no permanecer en el pasado. Sí, me equivoqué, pero aprendí de ello y continúo. Sí, recibí burlas y acusaciones y menosprecios, pero en lugar de tomarlos en cuenta, continúo. (Sancho Panza: ¡Señor, los perros ladran! Don Quijote: Déjalos, Sancho, déjalos que ladren. Es señal de que avanzamos). Y no se trata esto de ser arrogantes ante la crítica, sino de tomarla en cuenta para mejorar lo que hay que mejorar sin que esto detenga nuestro avance. Somos perfectibles después de todo (a pesar de lo que digan esos descerebrados de los creacionistas) y como tales, somos susceptibles al cambio. Pero el cambio no debe significar en ningún momento un retroceso o estancamiento. (El que no sabe a dónde va es que ya llegó). Pero, al final significa esto, en palabras muy simples: si te caíste, levántate, sacúdete el polvo y continúa tu camino. Ser derrotado no significa que no puedas intentar avanzar nuevamente (aun cuando no sea por el mismo camino, puesto que hay muchos caminos).
Y nótese que no hablo de felicidad. Si buscas la felicidad no sigas estos consejos, porque no la conseguirás haciendo esto (además de que el concepto de felicidad es relativo). ¿Quieres ser feliz? Entonces, no busques más y confórmate. No investigues ni leas ni pienses demasiado. Pues la ignorancia da la felicidad.

No, estos consejos no son para ser feliz. Más bien sirven para enfrentarse a la vida sin morir en el intento. A fin de cuentas, trascender con más o menos buenos resultados a este río de mierda por el que navegamos. Pues esto fue, aproximadamente, lo que los grandes sobrevivientes de la historia (por sobrevivientes me refiero no a que han salido vivos de alguna gran catástrofe, aunque algunos sí, sino al hecho de que sus nombres, historia, acciones y legados son recordados aún ahora, ya sea diez o cinco mil años después de su muerte, memorias vivas) han  hecho. ¿Suena subversivo? Sin lugar a dudas que sí. Pero es solo así que nos podremos sobreponer a la mierda finalmente.

Y a fin de cuentas, Carpe Diem.

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