lunes, 30 de noviembre de 2009

(Un mal haiku)

un cojìn roto

sàbanas arrugadas

geologìa

sábado, 21 de noviembre de 2009

Demasiado tarde para recapacitar...

¿Quién es capaz de negar que soy dueño de mis equivocaciones?, pasadas y futuras, ese determinismo trágico que me encarcela en las palabras desencadenadas, esos deberes que surgen en lejanías que cada vez se vuelven cercanías más y más. Como la sentencia que no se anula, tan solo se pospone, o la caída elíptica de los planetas al sol, por siempre precipitados a los abismos heliocéntricos sin llegar jamás al fondo. Esa es mi horca, estos son mis grilletes, tales son los barrotes que no me permiten evitar las resurrecciones, sin muertes definitivas, cadáveres que se niegan a morir, recuerdos que no quieres ser olvidados, cicatrices que no sanan jamás vueltas a abrir, como tumbas profanadas. Aquellos sueños que sintonizaban con los míos hoy son pesadillas, o tal vez solo incertidumbre, o tal vez… solo incertidumbre…
Se levanta esa sombra del pasado, de ese ayer en que yo era otro, en que el mundo era distinto porque mis ojos no eran los mismos de hoy, no pertenecen a la misma persona, pero este hoy que nombro, este que ahora presume una estampa distinta ha cometido la equivocación de volver a mirar atrás, hacia aquel lejano ayer de los desvelos, de las amargas mieles, de los fantasmas, de los perdidos y miserablemente añorados placeres, a esos arcaicos amaneceres de la ingenuidad y el miedo, hoy deshonrosas. Esta y todas las resurrecciones terminan siendo de mi responsabilidad, que con todo y la “nueva estampa” de la que me jacto, sigo siendo imbécil, defecto y virtud, pobreza y grandeza, olvido e invocación. Los fantasmas vuelven cuando más nos empeñamos en olvidarlos, porque es cuando más los recordamos.
Otro “descanse en paz” se ha postergado, de mi boca las moscas, de mis manos los gusanos, de mi pecho los exhaustos latidos, de mis venas el vapor de sangre, de mis ojos la indiscreción, de mi alma un lastre inherente a las alas. Ahora mismo es demasiado tarde para recapacitar…

sábado, 17 de octubre de 2009

Impronunciable

Este es el nombre del hombre sin suerte, el nombre de la diosa sin alma, el apodo del poeta que jamás escribe, la frase de la anciana sin lengua y el sonido del humo que se diluye en la atmósfera. Este es un canto sin ritmo y una iglesia sin Dios, es el fetiche del asceta y la virtud del carcelario. Es la mano del pirata del garfio y las alas de la oruga. En estas letras el grande cae al suelo, entre estos renglones las flores crecen bajo tierra y los culos se mojan en agua bendita. Esta es la esencia del lobo acechado, la runa que presagia la eternidad, un rostro sin ojos, un niño que mata a su madre. Entre las letras se ven las callejuelas vacìas de memoria y los vapores de la industria funeraria.

Este es el nombre de una quimera jugando a existir, el nombre de una flama en el vacìo interestelar. Este es el alias de la desgracia y la fortuna, es la sentencia del racimo podrido de uvas. Una vez pronunciado Pandora resucita del mito. Es la palabra que hiela el 'ello' de Freud, el chchillo del asesino, el arma del hombre inocente, una mordida letal del verbo hecho araña, el funeral del verdugo, el manto de una monja levitante, una blasfemia para mi madre, un rezo para el hereje.

Estas son las trenzas del tiempo, las rosas que matan, los fantasmas que cantan, el amante que comete suicidio.

Este es el nombre que marca las entrañas del extranjero. Estos son los tentáculos que hunden las letras en el abismo. Estos son los renglones que se agrietan, el tatuaje en la espalda de la esclava virgen, la moneda en el aire, el sombrero de ala ancha abanonado en el parque, el mimo que clava sus manos en el tercer acto, la zebra en la quinta avenida, el truco del mago sin talento, los zapatos de Van Gogh, un grito que no hace eco.

Esto es impronunciable.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Parusía para las ratas


Despierta, un milagro ha ocurrido, el mismísimo Jesucristo ha bajado de los cerúleos cielos para comprar una Big Mac. Pero el infortunado mesías invadió territorio aéreo norteamericano y fue bombardeado por dos F18. El olor a carne quemada y ceniza de rosas invadió toda la costa oeste.Y así, en el segundo disparo, la gloria de Dios fue una nube de polvo diluyéndose a tres kilómetros de la capa de ozono.
Despierta, un milagro ha ocurrido, otra divinidad ha caído, otros eternos han muerto antes. Despierta, otros milagros pueden ocurrir, eres Diosa, eres toda poderosa, eres intocable y venerada por los mortales, la joya de los Nibelungos, el nombre en los labios del profeta, el espejismo del desesperado, el desesperado que alguna vez fui.
Duerme, así no sufrirás tu caída, así la pena será una furtiva incógnita, un sigiloso verdugo. Deseo que tus paredes no hablen más. Que no insulten tus divinos oídos.
Los dioses mueren.
Ragnarok y las ratas danzaron.
(Y las palabras escaparon de mis dedos como caballos de hipódromo a destiempo)

jueves, 10 de septiembre de 2009

El que no hace sombra

Que ganas de desaparecer, de pertenecerle al vacío, a la insondable vacuidad. Que deseos de extinguirme, de envolverme de la bruma del olvido, de caminar sin rumbo, sin camino, sin pies. Cuanto necesito del anonimato, de la ausencia, jamás ser recordado. Un pequeño punto en la inmensidad, una palabra que se sume en el silencio, un sueño que olvidas al despertar.
Creo que es posible, creo que puedo hacerlo, ser invisible, ser inexistente sin morir en el intento. Pero solo creo, pero solo es mi imaginación, una mala broma, como todo, una burla macabra, un juego insano, un chiste de mal gusto, una de esas bromas en las que al final alguien sale herido, y muere la esperanza de redención. Estoy cansado de pretender que me hace gracia, hastiado de ese humor cáustico, de ese agrio sarcasmo, de esa jugada amañada que me veo obligado a seguir por que es a lo único que se juega. Pero aún me sorprende cuánto puedo aguantar, cuanto he resistido hasta ahora, los embates del hastío, los círculos infinitos, y aunque sé que puedo soportar ad nauseam, mis rodillas flaquean, caigo, y lo que soy, lo que he sido, lo que habré de hacer de mí, pesa más que nunca.
Que ganas de no existir, de que mi nombre sea borrado, de no ser googleable. Que ansias de arrancarle a todos mi rostro de sus memorias, y arrancar de la mía propia la imagen del mundo, de olvidar y ser olvidado, de ser solo un suspiro fugas, un mal sueño del cual despertar, una de esas palabras que aún nadie inventa. Un significado sin significante.
No nos pertenecemos a nosotros, sino a lo que hemos creado, a los castillos de naipes erigidos por los demás y por nosotros mismos sobre nuestros nombres, somos fieles a una quimera, a una mentira con rostro, con nombre, con nuestro rostro, con nuestro nombre y a ese disfraz le otorgamos nuestra lealtad. Damos parte de nosotros por proteger las máscaras con que nos presentamos, defendemos sueños enraizados en nuestros espíritus, somos zombies que aprendieron a sonreír, somos mercancía en un mostrador, vendemos confianza, lealtad, simpatía, consuelo, cariño, empatía, e incluso, ponemos a la venta miedo, desvergüenza, desfachatez, sinceridad brutal, desprecio, arrogancia y la lista podría continuar. No somos libres, pero las cadenas son cómodas.
Véndeme tu alma, el precio justo, sin juicio ni condena.
Que ganas de ser libre de una identidad.

sábado, 15 de agosto de 2009

Vaso (de Leopoldo María Panero)

VASO


Wakefield, quien por una broma

se perdió a si mismo.


Hablamos para nada, con palabras que caen

y son viejas ya hoy, en la boca que sabe

que no hay nada en los ojos sino algo que cae

flores que se deshacen y pudren en la tumba

y canciones que avanzan por la sombra,

tambaleantes mejor que un borracho

y caen en las aceras con el cráneo partido

y quizá entonces cante y diga algo el cerebro

ni grito ni silencio sino algún canto cierto

y estar aquí los dos, al amparo del Verbo

sin hablar nada ya, con las bocas cosidas

las dos al grito de aquel muerto

mientras caen las estatuas y de aquellas iglesias

el revoque es la lluvia fina pero segura

sobre ese suelo inmenso que bendicen cenizas

y caen también las cruces, y los nombres se borran

de amores que decían, y de hombres que no hubo

y de pronto, en el bar, tan solos, sí tan solos,

me asomo al pozo y veo, en la copa un rostro

grotesco de algún monstruo

que ni morir ya quiere, que es una cosa sólo

que se mira y no ve, como un hombre perdido

para siempre al fondo de los hombres

extranjero en el mundo, un extraño en su cuerpo

una interrogación tan sólo que se mira sin duda

con certeza, perdida al fondo de ese vaso.


“El que no ve” 1980

domingo, 26 de julio de 2009

Humo de madrugada



Me invadió una necesidad, no se trató de una obsesión compulsiva sino de un sentimiento más bien vago y poco explícito de añoranza, de vacío. Sentí el deber de encender uno de mis dos últimos Camel. Fui a mi habitación, el foco no funciona, a tientas en la oscuridad hurgué en el librero, el lugar secreto en donde escondo la cajetilla ahora casi vacía, extraje el penúltimo tabaco y salí de ahí, fui a la cocina con la tranquilidad de quien sabe exactamente donde encontrar lo que necesita, pero lo cierto es que no pude hallar mi encendedor y tomé una caja de cerillas en su lugar. Salí de la casa, afuera la noche pinta muy tranquila, hay unas pocas nubes opacando los cerros del oeste, pero el cielo está estrellado en su mayor parte. Algunas estrellas forman una constelación cuyo nombre desconozco. Completamente descalzo camino por el sendero de terracería que está fuera de mi casa y que sería algo así como la avenida principal de la huerta. La sensación de la tierra desnuda bajo mis plantas es agradable, me pregunto cuándo fue la última vez que caminé descalzo. No hace frío, en su lugar una agradable calidez húmeda lo envuelve todo, el viento no sopla esta noche, las copas rebosantes de los árboles permanecen inmóviles, en la penetrante oscuridad sus siluetas se dibujan como las de gigantes durmientes acurrucados a los lados del sendero. Enciendo el cigarrillo y le doy la primera calada, honda. Suelto el humo un momento después, lo saboreo, ese sabor de pronto me despierta, me transporta, me trae recuerdos de la vida real, de lo que fue y de lo que es fuera de este lugar, que casi siento una prisión voluntaria. Sentir, esa es la clave, lo que mi gusto y mi olfato perciben no es el humo sino los recuerdos. Imagino que sabe a madera, el aroma se entremezcla con mi aliento y satura mis fosas nasales. De pronto recuerdo, de pronto solo recuerdo y me deleito con esas sensaciones de un buen pasado, de un presente que me espera fuera de mi jaula imaginaria. Es la una y veinte de la madrugada y me impresiona lo bien que sabe mi primer cigarro en casi semana y media y me impresiona aún más lo que provoca en mí, una sensación de continuo dejá vú, sensación con la que confluyo momentáneamente, me dejo arrastrar mientras el tabaco se consume a sorbos, cada uno saboreado cuasi devotamente.
De pronto estoy en unas gradas y una conversación obstruye mis vías respiratorias apretujándome el pecho. En un balcón las miradas danzan inundadas en el alcohol de la madrugada buscando historias con desesperación y sutileza. Cuando bestias infernales caen bajo el poder de mi gatillo sonrío con maliciosa satisfacción. De pronto estoy en un puente a la luz de una farola, los coches bajo nuestros pies parecen impávidos pero nosotros rediseñamos la verdad, le damos rostros nuevos al drama y la sangre surge de nuestras palabras vibrantes y lozanas. El puerto sucumbe humilde ante mi mirada desde la altura en que lo contemplo sobre los rostros de ilustres por poco anónimos. En el momento antes de la cicatriz un beso apaga mis palabras y lubrican la futura herida. El mar de noche moja mis pies luego de sacar la arena de mis zapatos y arrancarle los aterciopelados pétalos a una rosa. Y cuando me doy cuenta cuatro amaneceres nos han descubierto ya, con nuestras venas inundadas en cafeína y nuestros espíritus desplegados. “Solo hay víctimas y victimarios” dejan escapar esos labios crueles, certeros e insospechados.
Perdón si hablo en clave, pero es el único modo en que me doy cuenta de mis pensamientos. Y es a estos y más lugares y momentos a los que el aroma de mi tabaco me transporta. A ese el mundo real, la vida detrás y delante de mi sombra, la sombra en la estoy convirtiéndome, la sombra que a veces anhelo ser, solo a veces. Y siento una alegría profunda, pero pronto tomo conciencia de mi claustro y esa alegría se transforma en una especie de contenta melancolía, una nostalgia de la que si se puede vislumbrar el final. "La nostalgia ya no es lo que solía ser", me descubro diciéndome a mí mismo en voz alta y en un tono igualmente melancólico.
La evocación termina cuando arrojo la colilla casi con la esperanza de provocar un incendio, pero pronto se consume inofensiva. Por alguna razón la oscuridad debajo de los árboles parece más amenazante. La tierra y guijarros tibios se dejan sentir bajo mis pies al andar. Toda vía quedan reminiscencias del sahumerio que ha dejado el cigarrillo en el aire. La constelación anónima comienza a quedar parcialmente eclipsada por una nube transitoria. Aún no deja de sorprenderme el modo en que el aroma y el sabor de un añorado cigarro destaparon mis pensamientos de pronto cual represa rota. Ansío volver a esos días y recuperar esas sensaciones, pero se que el tiempo ha pasado y que de algún modo, que casi parece predeterminado, las cosas van a peor. Al final todo se convierte en humo, tal vez sea por ello que se evoca a través de este humo que me atraviesa.

miércoles, 24 de junio de 2009

Metamorfosis imperceptible y glacial

Sentí frío. Mientras mis zapatos se mojaban charco tras charco y mi cigarro se consumía en mi boca bajo la protección de ese gran paraguas, sentí frío, por primera vez en mucho tiempo. El aire soplaba con fuerza, arrastrando algunas gotas de lluvia hacia mí en horizontal, estaban frías. Seguí caminando durante algún rato. Una cara conocida, una invitación y una taza de café mal preparada en compañía de extraños. Me sentí relajado y por un momento el frío se me olvidó.
Cuando salí anochecía. De nuevo me protegí con mi amplio paraguas, de nuevo encendí un tabaco y de nuevo sentí el frío. Una visita inesperada, una charla mundana, una nueva despedida y una noche empezando con torrenciales lluvias. Me sentí inspirado, me sentí despabilado, todo el día, tuve la sensación de despertar, de abrir los ojos, de estar ahí, presente, y sonreí. Pero aún sentí el frío. Inquietante y amenazador.
El día empezaba con buena pinta, el sol reapareció tras setenta y dos horas de cobardía. Un café en ayunas y un trozo de pan. Las secuelas del huracán se empezaron a ver, pero un monzón no detiene a las personas, todos entienden que seguir adelante es lo único que pueden hacer. El día se siente tan apático, el cielo es tan azul y la gente tan normal por doquiera que miro.
Hay cosas que intento recordar para escribirlas luego, pero jamás pasa, aquello que en un momento surge se queda atrapado ahí, en el instante pasajero, como las maletas que se olvidan en el tren. Me enfurece. Mis zapatos no son los de siempre. Y me doy cuenta, más que nunca, de que no soy nada parecido a lo que era ayer, soy distinto, soy otro, y se que tengo una fijación con esta pregunta, pero caigo en la certeza de que cada vez que me levanto la respuesta cambia, a veces mucho y otras poco, pero ¿quiénes éramos antes?
Hoy algo en mí cambió, aún no descubro qué es pero lo siento, no se si será para bien o ha nacido un nuevo obstáculo, una nueva espina. Lo que se es que hay engranes en mi maquinaria que han cambiado su dirección. Las personas a mi alrededor son iguales, el edificio es más húmedo pero es el mismo. Pero siento frío. Aunque nadie usa abrigo extra, aunque nadie tirita, aunque nadie castañea los dientes, yo siento frío. Al irme de nuevo recuerdo lo que ha sucedido, añoro la lluvia de pronto y el tabaco que disfruté bajo la sombrilla, añoro un café ajeno y mal preparado, añoro mojarme los calcetines. Mi corazón late deprisa y hay una sensación que no puedo describir, es intensa, es opresiva, es explosiva y es placentera también, como un orgasmo en reversa, como una mirada ajena. En la carretera, en la banqueta, hay una cruz con un nombre que no alcanzo a leer. Tengo la fuerte sensación de ser observado desde ahí aunque no veo a nadie, creo que quien quiera que haya sido tocó algún profundo engranaje olvidado y casi oxidado. No se de que estoy hablando.
Sentí ese frío inquietante una vez más. Pero ahora sé que no hay nada, sé que no es allá afuera, es aquí, bajo mi piel donde mis huesos tiritan, donde se hiela mi sangre. El frío nace de mí. Me dejo impregnar por la sensación, explosiva, envolvente, helada, placentera, interna.
No se cómo explicar estos dos últimos días, no se que ha sido, no sé si es real o solo figuraciones mías, no logro entender qué o cómo nació este frío, o qué es lo que ha cambiado tan sensiblemente, cómo describir la impresión de ser observado por quién no está ahí. Me doy cuenta de la poca justicia que las palabras hacen a las ideas y sentimientos. Quisiera hacer entender estas palabras, pero no logro entenderlo yo mismo. Tengo mucho trabajo que hacer, en muchos sentidos…
Una parte de mí creo que sufre hipotermia, y otra ha quedado suelta, libre y se mueve.

lunes, 15 de junio de 2009

La marca de la Mantícora

Y vi surgir del mar una bestia con siete cabezas y dies cuernos, y sobre los cuernos diez diademas y en las diademas, nombres de blasfemia contra Dios. (Revelaciones según San Juán; 13; 1)



¿Qué tengo que hacer para que me escuchen? Haré volar un edificio si es necesario, haré estallar una guardería, o un asilo de ancianos. Hundiré barcos con turistas europeos y veré flotar en medio del Atlántico las sombrillitas que se ponen en las bebidas tropicales. Estoy cansado del susurro, estoy harto del silencio, de la monotonía asesina, de mirar la misma piel en el espejo.
Un día emergerá del vasto océano la bestia que traerá el Caos… y ese día seré yo quien la monte y la guíe a las ciudades, seremos imparables, seremos la vida y la muerte, el juez y el verdugo, la destrucción. Y el hombre probará el amargo sabor de la verdad, experimentará en su propia carne la agonía, la sociedad colapsará y el simio salvaje emergerá de entre los smokings y las corbatas. Sobrevivir, matar por comida, por agua, por sexo, por placer, será tan solo el pan de cada día. Se sudará sangre y lloverán flamas incandescentes de los negros cielos.
¿Qué es el infierno? Una consecuencia. ¿Qué es el paraíso? Un pasado olvidado. ¿Qué son los pecados? El lenguaje de las civilizaciones.
Y ya adentrados en toda la rabia de la que el mundo podía ser víctima, solo nos ha quedado caminar entre aquellas aglomeraciones de montículos de fierro y concreto que llamábamos ciudades. A través de las máscaras de gas se verán solo las huellas de antiguas esperanzas perdidas bajo los cráteres de bombas. Habrá (por que seguramente así será) una muñeca rota entre el herrumbroso suelo, un trozo de manta viejo y roto con ojos de botón y sonrisa bordada, que nos recordará lo que perdimos, y nos sentiremos tan ajenos, tan extraviados, tan asqueados.
El fuego habrá de consumir la mayor parte del mundo civilizado y en los extensos desiertos de óxido ferroso radiactivo solo se moverán destartalados vehículos robóticos. Estos recogerán datos de aquella época primigenia en que se levantaron los primeros aguijones. Las ciudades poco a poco se inundaron de desesperación, el veneno se esparció rápidamente. Y la bestia mostraba su terrible y punzante dentadura en una terrible y grotesca mueca, como sonriendo ominosamente.
Aquella edad habría sido marcada por los aguijones, por los que, como yo, ya no soportaron que el mundo funcionara tan estoico y caduco, por los que perdieron la esperanza en la humanidad, por quienes vendieron su alma al caos y anhelaban, más que otra cosa, el estado último de la civilización occidental, el colapso de Wall Street, la anulación del internet, un cese en la producción mundial, la última guerra, el Armagedón, un hermano que mata a su hermano, un padre que sacrifica a su hijo, cuarenta días con sus noches en ayuno, un diluvio radiactivo, grietas en el suelo, el hombre luchando contra los mutantes resultantes de la contaminación y la regresión paulatina al estado salvaje de todas las cosas.
Pero todo comenzará en el instante en que la vida sea una serie de insatisfacciones para aquellos que deseamos el desequilibrio, para aquellos que nos consideramos agentes de entropía y que lleven la marca de la Mantícora.
¿Qué tengo que hacer para que mi voz trascienda al ruido de fondo de las transmisiones de televisión, radio y telefonía celular? Volaré las antenas, haré caer a los satélites, marcaré mi piel con el veneno del aguijón.

Carta imaginaria escrita en la espalda de M.D.

Querida M.D.


Un gusto volver a saludarte, después de lo que ha pasado espero que tengas la suficiente indulgencia como para leer esta carta. Yo estoy bien ahora, lo que ha pasado solo me ha hecho más fuerte, soy un sobreviviente, o como decía Darwin, un apto. Recuerdo lo que siempre me decías eso ¿te acuerdas? Yo si: “Un día sobrevendrá una catástrofe sobre nosotros y solo tendremos tiempo de sobrevivir, solo el más apto sobrevivirá”.
Me gustaría tener noticias de ti, me gustaría saber cómo te va ahora que has decidido irte lejos, y porqué ese viaje de autodescubrimiento que emprendiste y del cuál me hablaste en la pasada carta, terminó en un aterrizaje forzoso en una ciudad que tú sentiste desierta.
Un día te repondrás de esas heridas del pasado, estoy seguro de ello, un día recordar ya no dolerá y ese día planeo enviarte una tarjeta de felicitación, una que al abrirla tenga la tonadita de el himno de la alegría. Me gustaría ver tu sonrisa cuando la recibas. Espero que sonrías.
¿Recuerdas cuando fuimos a aquella laguna? El agua estaba helada y había mosquitos por todos lados… parece que fue hace tanto tiempo que ya no recuerdo si lo soñé o si tu me lo contaste y yo hice mío ese recuerdo. Pero si recuerdo algo concreto: tu marca favorita de cigarros son los Paul Maul (aún no puedo comprender por qué… son tan desagradables para mí). Siempre los fumabas para lanzarme a la cara ese humo. Nunca me importó y eso te molestaba.
Te escribo esto porque quiero saber que ha sido de ti y de tu gato. El tiempo vuela muy rápido. ¿Qué será del día en que nos encontremos?, ¿Qué tomaremos?, ¿Qué hablaremos? Y ¿Qué recordaremos?
Creo que trataremos de olvidarnos de todo. A veces así es mejor, pretender que no existimos y hacer oídos sordos a los recuerdos. Tú lo sabes y yo lo sé, ¿qué más da?
Espero que al leer esta carta ya me hayas perdonado por dejarte ir, por no amarrarte a aquella silla, por no matarte como alguna vez llegaste a pedírmelo. Pero entenderás que de eso no se trata. Hemos madurado, hemos evolucionado, somos distintos, somos otros. ¿Quiénes éramos antes?
Esto también tiene la intención de ser una última despedida amistosa, (ni siquiera se si existe tal cosa), te deseo suerte en tu vida, éxito en tu futuro, suavidad en tu caída libre, si lo prefieres. Y salúdame al gatito, ese que se peleaba con migo por el derecho a recostarse en tu regazo.

Afectuosamente tuyo (permanencia voluntaria)…
S.C.

jueves, 28 de mayo de 2009

Declaración del sobreviviente acerca del evento que tuvo lugar la noche después…




Me perdí en la habitación…
Pero me hallé, al poco rato, escondido en el espejo.

martes, 26 de mayo de 2009

El universo en mi bolsillo


Metí las manos a los bolsillos, estaba en busca de algo que no encontré ni siquiera ahí. Un poco de inspiración, un poco de sabiduría, un racimo de ideas, la cara oscura de la luna o un recuerdo que pudiera hacerme olvidar el presente.
Mis manos permanecieron ahí, no podían hacer mucho fuera de su actual guarida, pero mis ojos estaban atentos, vigilaban los alrededores en busca de detalles, cosas que nadie ve, cosas que todos ignoran, o prefieren pasar de largo. La evidente curvatura terráquea en el horizonte, el bicho que esquiva los zapatos, el brillo de una sonrisa fingida, el vapor que surge por encima de los tejados cuando el sol golpea en ellos. Y miré el suelo y descubrí mi sombra, me perdí en ella, y ella me examinaba a mí. Sentía su mirada, su respiración independiente de la mía, su curiosidad hacia mi tridimensional forma, el oscuro color de mis ojos, la grave mirada de desgobierno que estos despedían, mis labios entreabiertos, mi resoplante nariz, y lo sonrosado de mis mejillas por el sol. Pero el sol perdió la batalla contra una gruesa nube que lo ensombreció todo. Mi sombre se fundió con la omnipresente oscuridad recién nacida.
Caminé buscando algo que buscar, preguntándome sobre qué preguntarme ahora, y sentí vacío.
En un estanque revoloteaban las libélulas. Quise describirlas, quise ser poético, imaginármelas como más que artrópodos depredadores, como más que el producto de millones de años de evolución, como más que insectos con alas, desee imaginar el estanque como la entrada a un universo paralelo en donde los sueños y las pesadillas convergen, en donde la belleza y el horror se arremolinan en una estructura laberíntica perfecta. Pero mis palabras y pensamientos parecieron desconectados de mis ojos y solo pode pensar en lo sucio de mis zapatos, en lo desaliñado de mis cabellos y en lo vacío de mis bolsillos. Las libélulas lloraron mi desgracia, pues yo no supe hacerlo.
Mis dedos jugaban dentro del pantalón cuando uno de ellos palpó (o mejor dicho, no palpó) una hendidura. Quise indagar, mi mano entera cabía, mi brazo entero cupo (para comprobar esto tuve que estirar mi cuerpo en un ángulo inverosímil) y pronto mi cuerpo entero se perdió en el bolsillo de mi pantalón. Del otro lado había todo, todo en verdad, la materia se acumulaba en grumosas nubes y estructuras por demás extravagantes, moviéndose en direcciones imposibles. Energías líquidas surcaban los ignominiosos espacios a mi alrededor, llenos de un aroma dulzón insoportable, era el universo, supe que lo era, pero no podía saber qué clase de universo. Por cada tramo que avanzaba el paisaje a mí alrededor cambiaba bruscamente, como si no pudiese estar en calma. Así pude contemplar todos los lugares y todas las épocas del universo en el transcurso de un trayecto de duración indeterminada, ya que el tiempo se movía hacia atrás y hacia delante insolentemente. Nada tenía estructura definida, nada era lo que parecía ser. Los cuerpos muy grandes resultaban granos una vez se acercaban a mí —o yo a ellos, no lo sé— y lo que parecía muy brillante parecía envolver en oscuridad todo a su alrededor. Esto no tenía nada que ver con mecánica cuántica ni relatividad general, tales cosas resultaban meros fallos de cálculos inútiles.
Me perdí, entre castillos de plata, entre estrellas arborescentes, entre música cósmica, entre energías líquidas y frías, en aromas completamente nuevos para mí. Me perdí, pues jamás era lo mismo, y nada dejaba de cambiar. Todo era tan indescriptible, y aterrador, pero igualmente bello.
Al despertar supe que no había soñado nada. Mi ropa conservaba aquel aroma dulzón y las libélulas seguían jugando en ese estanque. El sol recuperó su trono en los portentosos cielos y noté que tenía un agujero en mi bolsillo que debía coser.
Esa noche vi una cara de la luna que jamás había visto.


*Escribo esto mientras una bruma entumece peligrosamente mis pensamientos*

viernes, 8 de mayo de 2009

Les regalo una Parábola -primeras ideas tras despertar-

"El hombre nace libre, responsable y sin excusas" - Jean-Paul Sartré


Dos hombres, en el paroxismo de su necedad, discutían acaloradamente en un campamento, este se trataba de un campamento de soldados que marcharían a una batalla decisiva al despunte del alba.
Uno de ellos, un creyente fervoroso en la voluntad divina y los designios del altísimo, un hombre que su pueblo llamaba iluminado o santo, defendía que si se encontraban en aquel lugar era porque así estaba escrito que sucedería. Era su destino pelear en aquella batalla y era su destino ganarla. Dios así lo quiso, su hado estaba escrito. Todos los soldados de su pueblo lo defendían.
Otro de ellos era un hombre que se las daba de culto y tenía fama de ingenioso, zagas y libertino. Para él, el que estuvieran todos allí no se debía al destino ni a dios alguno, sino a las circunstancias y al poder infinito de lo único que según él gobernaba las cosas: el azar, la fortuna, lo aleatorio. Explicaba que las circunstancias se habían dado para que surgiera aquella guerra, que el azar hizo que su pueblo terminara implicado en aquel conflicto y por tanto ayudarían. Pero, a pesar ir a la batalla y pelear con todas sus fuerzas y almas, solo la fortuna y no el hado, decidirían el resultado. Todos los soldados de su pueblo lo defendían.
Al rededor de la hoguera la discusión se calentaba y no parecía tener solución. Una voz entre la multitud enardecida sugirió llamar al líder del tercer pueblo, a todos pareció una buena idea y lo mandaron traer.
Personaje callado, usaba la menor cantidad de palabras posibles. Le adjudicaban fama de sabio y asertivo que jamás daba cuenta de sus pensamientos y decisiones a nadie.
Al explicarle el dilema, callado como estaba bajó la cabeza como pidiendo disculpas por la gente que lo rodeaba y luego alzó la vista para mirar fijamente a los debatientes y habló así:
— Ya sea el destino o el azar, ya sea Dios o la suerte, no importa más lo que nos ha traído hasta aquí, lo que importa es la decisión que tomemos justo aquí y justo ahora, porque es eso, y no otras fuerzas ajenas a nosotros, lo que nos mantendrá de pié y luchando incanzables mañana.
Los soldados de todos los pueblos lo apoyaron.
Al salir el sol todos marcharon a la guerra y para aquella noche celebraron la grandiosa victoria. Era una victoria lograda por la mano de los que pelearon, tanto de los hombres que murieron como de los que yacían heridos y los que celebraban. No era una victoria consagrada a Dios sino al pueblo, no a la suerte, sino al esfuerzo, no al destino sino al coraje. Pero nadie escribió sobre ello, y nunca se registró en libro alguno y con los años esta hazaña fue olvidada.

domingo, 12 de abril de 2009

Las libélulas no hablan



Hace no mucho tiempo tuve un curioso sueño. En él yo caminaba por la ciudad, el sol estaba a punto de salir desde el envés de los cerros del este. Las calles estaban semivacías, solo habían unos pocos automóviles andando, y hacía un extraño frío que refrescaba los pulmones al tiempo que helaba la punta de los dedos hasta casi tornarlos de un tono violáceo. El vapor salía de mi boca al respirar, como si de humo se tratara. Deseaba mucho un cigarrillo. Alguien me acompañaba. No se quién era, no pude distinguirlo al principio. Me hablaba sobre la vida en la ciudad, me pedía que mirara los rostros de las pocas personas que pasaban junto a mí e imaginara qué clase de vida llevarían, qué pensamientos estarían cruzando sus mentes en aquel instante, me sugería que dirigiese mi vista al cielo, que intentara descubrir a las aves que pasaban, y las pude ver, batiendo sus alas en el azul profundo del no nato amanecer. Explicaba que algunas veces suceden cosas imposibles para nosotros, cosas que a las que no podemos dar explicación, que hay sucesos que nadie siquiera considera hasta que los vive, hasta que una mañana, temprano, por azares de un caprichoso y juguetón destino, volvemos la mirada hacia el lugar justo en el momento preciso para metamorfosearnos de peatones vulgares a testigos de maravillas imposibles. Pero hasta entonces no había visto nada extraordinario esa mañana, las personas de siempre, los coches regulares, el frío común, y ningún prodigio que observar. Pero viré la cabeza para dirigirme a mi interlocutor, solo para descubrir que este era tan solo un bicho, una libélula enorme, de grandes alas con casi quince centímetros de envergadura, de color verde metálico, fulgurante, con sus grandes ojos compuestos, de un tono azul vidrioso. Debido, quizá, a que se trataba de un sueño, no sentí ningún asombro de ello, me pareció algo de lo más normal. Así que le informé a aquel que no había nada extraordinario aquella mañana que no terminaba de empezar. Quizá fue el hecho de que estaba soñando, como una de esas certezas inciertas que Morfeo permite en sus dominios, pero tengo el sinuoso recuerdo de una sonrisa velada entre las mandíbulas de insecto de mi acompañante, al momento que decía que las libélulas no hablan. Apenas dicho esto, con un rápido batir de alas, se fue entre revoloteos en dirección al cielo, lo perdí de vista. No comprendí de inmediato lo que había ocurrido. Poco después de ello una sensación poderosa me invadió de súbito. La sensación de realidad. De pronto dudé de todo lo que veían mis ojos, de pronto dudé que estuviese sucediendo, de pronto pensé que estaba soñando, pero me resistí a ese pensamiento, y al mismo tiempo no hubo momento en que me sintiera tan real como en ese preciso instante. Sentía que yo pertenecía ahí, a ese amanecer que se eternizaba, como congelado en los tiempos, a esa ciudad poco transitada, a esas personas de rostros expresivos y vivos. Me sentía extremadamente real. Pero entonces desperté. Todo aquello se fundió con los recuerdos volviéndose impreciso. Una frase me persiguió durante todo el día, un amanecer que si se movía, uno que no era frío, uno que era real aunque no lo sintiese así: “Las libélulas no hablan”, que lejos de significar lo que aparenta literalmente se refiere a una extraña figura metafórica que relata que para ser realmente testigos y partícipes de un prodigio no hace falta simplemente presenciarlo o atestiguarlo, sino darnos cuenta de que lo es, reconocer su naturaleza maravillosa y asombrarnos con ella. Pues cada día, en un lugar insospechado, en un momento adecuado ocurre algo extraordinario, pero nadie dirige su vista a ese lugar, y quienes lo hacen no saben lo que ven, no toman en cuenta lo que hay ante sus ojos. Pero hay unos pocos que descubren bajo el velo de la monotonía una realidad mágica, maravillosa, prodigiosa, son esos bienaventurados que descubren de pronto que las libélulas no hablan.


lunes, 30 de marzo de 2009

Certezas inciertas sobre el Amor


Se dicen tantas cosas sobre el amor, que si duele, que es solo una ficción, que es instinto de supervivencia, que Dios es amor, que quien ama sufre, que quien ama es feliz, que es una enfermedad, que no se puede vivir sin él, que no se puede vivir con él, que no hay amor como el amor de madre, que mata, que revive, que fulmina, que no puede existir en los villanos, que el diablo no ama nada, que la vida está llena de amor, que debemos amarnos los unos con los otros, que el dinero puede comprarlo, que el dinero no puede comprarlo, que es inalcanzable, que es una utopía, que es el estado de plenitud profunda al que aspiran las enseñanzas budistas, que es la puerta del sufrimiento, que podemos hacerlo en la cama, o en el sofá o en la mesa, que se mata por amor, que se roba por amor, que se alejan por amor, que no existe, que es el antónimo del odio, que se vende en cajas, que se vende en las esquinas, que lo hay inflable, que el humano es el único ser vivo capaz de experimentarlo, que se puede amar sin sexo, que se puede tener sexo sin amor, que si amas llorarás, que si amas reirás, que si amas morirás, que es cálido, que es dulce, que es amargo, que es como mariposas en el estómago, que se puede amar a dos personas a la vez, que dura para siempre, que ni siquiera eso es eterno, que yo lo he sentido alguna vez, que tu lo sientes por mí…
Ahora se que todo de lo que se dice de él es falso y que todo es verdadero. Que no hay nada escrito, que nada es absoluto y que las leyes de la relatividad son inaplicables a él. Solo con esta certeza incierta puedo dormir con un poco de paz.

domingo, 15 de marzo de 2009

En la Villa del Infierno de Lujo o Del crepúsculo al Putero

Las cosas no parecían ir bien. Pasamos más de dos meses engañados, pero al final descubrimos que aún habría boletos para ver a Búnbury en concierto, como parte de su gira “Hellville The Tour”. Y así nos hicimos de nuestros asientos… lugares altos, no tan cercanos al escenario como lo hubiésemos deseado.
Por fin el día había llegado, y las calles de Acapulco parecían, más que otros días, un verdadero atascadero de automóviles de todo tipo, y por mera suerte logré sobrevivir a las interminables horas de tráfico y calor desmedido. Atardecía a toda prisa sobre el puerto, la noche llegaba sin pedir el permiso de nadie. Y así, con un poco de ayuda de la suerte, emprendimos el viaje definitivo hacia el Mundo Imperial, donde se presentaría el cantautor zaragozano. Al comienzo el avance fue rápido, hasta vertiginoso, hasta que llegando a La Isla (centro comercial de Acapulco) el embotellamiento se hizo, desde evidente hasta desesperante. Decidimos seguir a pié el resto del camino, las luces se mostraban prometedoras a la distancia. Y entre la gente que cruzaba la calle y quienes no podían ni sabían estacionarse el lugar era un completo caos. El número de asistentes al evento resultó insospechadamente alto. A pesar de que el lugar no estuvo al cien por ciento de su capacidad.
Compramos unas cervezas y nos impidieron fumar. Nos sentamos en nuestros respectivos lugares, ansiosos, emocionados, expectantes. Esperábamos de esa noche que se convirtiese en la mejor noche que pudiésemos recordar. Aunque el evento estaba programado para las nueve no fue sino hasta las diez que las luces se apagaron provocando una multitudinaria ovación a la oscuridad misma, como emisaria del ex héroe del silencio. En el fondo imágenes de lo más desconcertantes con sonidos por demás raros, ácidos, aparecieron a modo de preludio. Finalmente los músicos tomaron sus lugares. El público enloqueció de emoción en el momento en que Enrique Búnbury apareció finalmente en el escenario para interpretar de modo magnífico su introducción al show con “El club de los imposibles”, “La señorita hermafrodita” y “hay muy poca gente”, esta última de su nuevo álbum, todas en un estilo rockero sureño. Sin pensarlo dos veces, me desinhibí por completo y empecé a corearlas a todo pulmón de principio a fin. Lugo de estas tres canciones introductorias Búnbury hablo con el público. Agradeció a todos el haber asistido, se dijo contento de estar en ese lugar, “tan maravilloso, magnífico para conciertos”, dijo. Hizo alusión a que con un lugar como ese sería más fácil volver en alguna otra ocasión. Después a modo de introducción potente y rabiosa dijo sobre el rock que estábamos apunto de escuchar: “¡esto les puede doler hasta el fondo de las entrañas!
Y así interpretó “Bujías para el dolor”. Su estilo, rock folk sureño fue alternado en algunos momentos con sonidos ácidos y lóbregos. Sus intenciones de hacernos reventar las entrañas eran claras. Los corazones latieron al unísono con el ritmo de “Puta desagradecida” y “Sácame de aquí” que se volvió un hermoso tango rockero y sombrío.
Sus interpretaciones de canciones como “El rescate” y “Alicia” experimentaban con sonidos amargos y vibrantes que conmocionaron a la audiencia. Así también, el intercambio de algunos sonidos que normalmente se hacían con violines y metales por el acordeón, en canciones como mi himno: “El extranjero” y “Canto (el mismo dolor)”, resultó en un grandioso acierto.
Hubo tres momentos en los que el capullo zaragozano nos hizo sufrir haciéndonos creer que se retiraba. Incluso en una de ellas salió y explico: “para los que no sepan cómo son las cosas, ¡ya, ya está! Ya se pueden ir, pero por otro lado, les quiero decir: no se vayan, que queda lo mejor”.
Las ovaciones no se hicieron esperar. Así también hubo algunos momentos de antología en aquella presentación: uno sucedió cuando una jovencita se acercó mucho a Enrique para sacarle una foto cuando este interpretaba furiosamente “El hombre delgado que no flaqueará jamás” (una extraordinaria interpretación) y este pateó su mano mandando por los aires su cámara. Otro incidente sucedió cuando una chica le prestó al cantante su cámara para que este se tomase una foto, esto durante una interpretación vocal entre blues y rock folclórico durante la canción “No me llames cariño”, cuando, al ritmo de sus vocalizaciones Búnbury cantó: “No tiene flaaash”.
Y así, cuando interpretó la despedida de rigor: “…Y al final”, todos supimos que verdaderamente era el final. Cuando salimos del lugar por fin disfrutamos de nuestro merecido tabaco. Nos quedamos frente a esa extraña obra de arte frente a Mundo Imperial y luego de despedirnos de unos amigos, bebimos hasta que ya no quedó nadie más que nosotros en aquellas solitarias calles.
Así nos retiramos por fin hasta llegar a la glorieta de Puerto Márquez en donde, por pasar al baño, entramos a un antro de mala muerte apodado “La Jungla”. Tomamos una cerveza, fumamos un tabaco, y presenciamos el más deplorable show desnudista de nuestra vida. Concluimos que esa fue la meada más cara de nuestra vida. La noche se extendió más de lo que hubiéramos querido o esperado.
He de concluir diciendo que esa ha sido de las mejores noches de mi poca vida, una verdadera joya anecdótica. Y espero que no sea la última.
PD. En el preludio de “El hombre delgado que no flaqueará jamás” se escuchó una frase que deseo dedicar y regalar a uno de mis amigos, que no asistió a ese épico suceso: “Habéis manchado de sangre mi mejor traje de payaso”
PD2. Mi garganta aún me duele, pues estuve coreando todas las canciones a todo volumen y sin consideraciones por mi propio bienestar. Ha valido toda la puta pena del mundo.

jueves, 15 de enero de 2009

Caléndulas Azules

Ya he intentado despegarme de esas situaciones en las que no tengo muchas opciones, pero se pegan a mí, se enganchan a mi cabeza como sanguijuelas. Anoche la presión en mi pecho se hacía cada vez más insoportable.
Pensaba en lo que tengo, en lo que no tengo, en lo que deseo, en lo que no espero, en lo que es posible y en lo que jamás sucederá. El aroma del incienso, suave en mi nariz, jugando entre los receptores olfativos, y yo sumido en las divagaciones más idiotas, más inútiles. ¿Quien quiere engañar a quién?
Me matan, me mueren, me suicidan, me torturan, me agobien, me enloquecen, me desquician, todas esas imágenes, y todos esos irremediables que navegan con migo, en aquel puerto atracan las naves de los besos indeseados, y los navíos de las caricias ansiadas se alejan en los tormentosos mares, rumbo a la luna llena y al inquieto borde del mundo.
Me siento envuelto en el estupor de la amapola, la flor que corre libre por las humeantes callejuelas de ciudades donde la noche gobierna, la ley se prostituye y el orden huele a plomo incandescente. Me imagino adormecido en un inmenso valle donde florecen extrañísimas caléndulas azules y las aves silban románticos réquiems a los que se acuestan a dormir y no se levantan jamás, para servir de alimento a los montes teñidos de profundo celestes. Me despierto con un sabor metálico en el paladar, con la garganta henchida de flema y verdades que se olvidan de ser pronunciadas, con certezas dolorosas que no logran cicatrizar, con una sed inhumana y la idea constante de destruir el mundo, de arrancarlo de su frágil estabilidad, de enloquecer a las masas y provocar el caos en el que mis deseos se verían tan sencillos de cumplir como robar un beso.
El día comienza, otra vez, el sol ha salido, y mientras para algunos es el milagro diario de la existencia misma, a mí nada me es ofrecido, las calles no se han movido ni un centímetro desde el día anterior, las personas no parecen menos felices o menos tristes que veinticuatro horas atrás, y cuando miro por la ventanilla del transporte público, veo las mismas cosas, la misma gente multiplicándose como suelen hacerlo, pero no ha explotado ninguna bomba, no se ha declarado guerra alguna que me afecte, ni ha habido cataclismo de por medio que cambie el panorama, que me ayude a sentir vivo y no el zombi que me siento.
Su cerebro y sus pechos; sus caderas y su lívido; su ombligo y su misterioso encanto; su piel y su personalidad mágica. Ahora mismo siento que me rompo. Caeré al valle cual meteorito, mis pedazos, al chocar con la atmósfera, se inflamarán a miles de grados y se convertirán en polvo de estrellas, el cuerpo caerá estrepitosamente entre las flores y millares de pétalos danzarán por el aire al ser arrojados violentamente.
La lluvia, lenta, inconstante, juguetona, azul…
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