jueves, 8 de diciembre de 2011

Disyuntivas... echando un vistazo fuera de la cueva


Reinterpretar la realidad, darle un nuevo significado a las miradas, sentir las cosas por primera vez, una vez más. La mirada va perdiendo color nuevamente, pero esta vez es diferente, esta vez siento que ando por el camino equivocado, que sin darme cuenta tomé la vía incorrecta, desde el principio. Tomé las decisiones erróneas. Es una espina que antes no tenía (o no sentía), una verdad que antes se escondía tras un velo de comodidad. Ahora es difícil salir de esto, ahora no me queda mucho más que seguir este camino en el que estoy ahora mismo. Si ya estoy aquí, mejor hacerlo bien.
Postergar mis deseos, ¿por qué no? ¿No lo he hecho ya antes? ¿No lo hacemos todos? Qué poco me puede llegar a importar el mundo. Que poca cosa se vuelve la realidad humana cuando la veo desde mi ventana.
Hay quienes tienen fe en la raza humana, que creen que llegará el día en que se redescubra a sí misma como parte de un mundo más amplio más abierto y del cual depende. Yo no estoy tan seguro. Parece como si el hombre hubiese hecho un gran cisma entre él y el mundo sin él. “Ya no somos naturaleza”, parece exclamar el homo sapiens hoy. Yo ya no soy tan optimista. Ya no puedo serlo. Incluso veo que la estupidez humana crece cada vez más. Las masas más fácilmente manipulables son guiadas rumbo a causas cada vez más inútiles. Y los pocos destellos de luz (que sí los hay y que aplaudo con respeto y reverencia) en este nuevo mundo ultramoderno son ignorados, pasan desapercibidos, son rechazados, e incluso llegan a ser reprimidos. La grandes mentes de hoy día parecen habitar en un submundo del que pocas veces se atreven a salir. El temor al poder en manos de los estúpidos oscurecidos se ha vuelto en algo digno de temerse. Arrogantes analfabetas presidenciales y leyes que reprimen la libertad digital.
Lloro por la humanidad.
No es verdad, no lloro, no se merece mi llanto…

(no estoy especialmente en mi mejor momento, por hoy es todo lo que quiero comunicar)

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Puntos suspensivos...

El mundo se cae a pedazos… Las cosas cambian a una velocidad vertiginosa… Soy demasiado joven para sentirme viejo y demasiado viejo para sentirme joven… Hoy he aprendido muchas cosas sobre quién soy y de lo que soy capaz, pero me he dedicado a olvidar sistemáticamente la lección… Una vez más, he estado a punto de tirar la toalla, una vez más me he resistido a hacerlo, y aún no sé si es fuerza o cobardía…
¿Quiénes éramos antes?... Resbalo por haberme resistido antes a caer, pendo del alambre… Los viejos demonios se asoman, esta vez no hay promesas en sus manos… Me empujan desde atrás… Se muere un pedazo de mí… El mundo sigue cayendo a pedazos… Las viejas costumbres, los nuevos desafíos, la mierda de siempre… Aún tengo la duda de si miento… Adaptarse o morir, la máxima ley de la vida… Quiero dormir todo un mes y no despertar más que para atender necesidades fisiológicas… ¿Soy el siguiente? ¿Puedo ceder mi lugar? ¿Tengo opción?...
No he aprendido a levantarme con suficiente eficiencia… La distancia cala… Duelen partes de mí que no sabía que existían… Prefiero dolor e incomodidad ahora y placer y apacibilidad luego que la desagradable alternativa… Creo en las segundas oportunidades, hasta que me doy cuenta que la lección no ha sido aprendida… El tren no espera a nadie, ni siquiera al conductor… Saber que somos hijos de estrellas muertas no me resulta ni tan reconfortante ni tan poético como asumía en un principio… Podemos esperar el futuro, o lo podemos crear…
Aprendo a sentir lo que antes no podía… La melodía mueve el ritmo de mis pensamientos… El mundo se cae a pedazos irremediablemente, y yo solo puedo observar… Edificaciones que colapsan… ¿Quiénes éramos antes? Creo que ya me pregunté eso y la respuesta cambia cada vez que se repite la pregunta… ¿Quiénes somos ahora?...
Puntos suspensivos…

viernes, 19 de agosto de 2011

La absoluta certeza de la AUSENCIA

Supongo que hay momentos en los que las cosas no salen como se planean. ¿Qué puede hacerse al respecto más allá de lo posible?

He tenido una especie de revelación. No sé cómo describirla y no está del todo desarrollada, no obstante, la plasmaré antes de que pierda fuerza en mi mente. Luego de ver varios videos religiosos en youtube, donde responden ataques de los trolls ateos, atacando a su vez a los “descarriados” con mensajes de esperanza y amor y tratando de dar razones a los ateistas para venerar a su Dios judeocristiano, me doy cuenta de una cosa. Eso en lo que he notado que han estado centrando sus contra-ataques.

Debo decir primero que la mayor parte de los ateos que pueblan este sitio de videos se divierten burlándose de los creyentes y atacándolos con mensajes blasfemos (no es como si no fuera divertido, de hecho lo es, y mucho, pero no siempre es inteligente). Otro porcentaje de los no religiosos exponen argumentos científicos que contradicen las enseñanzas de la biblia. Pero todo eso es inútil. Los creyentes no dejarán de ser creyentes, y de hecho algunos ateos tienen probabilidades de caer en el cristianismo (o cualquier otra religión que les funcione) más fácilmente que las probabilidades de que un cristiano se vuelva ateo (el cuál es mi caso). La razón parece estar (según he alcanzado a comprender) en la propia naturaleza humana. No. No porque el ser humano tenga en su naturaleza la necesidad de creer. No se trata de eso.

Iré por un café.

De lo que se trata es del miedo. Probablemente el miedo más primitivo que existe y del que pocos están plenamente conscientes. Un miedo que todos, todos sin excepción hemos tenido. LA FALTA DE SIGNIFICADO. A esta la llamaré simplemente la “ausencia”.

Ahora mismo estoy en el punto entre decidir ir a la cama o beber ese café y continuar mañana con estas ideas. Creo que dormiré, me hace falta y mis pensamientos estarán más lúcidos por la mañana luego de un baño y una taza de café.

Ya es el día siguiente, me he bañado y tengo una taza de café justo a mi lado. Negro y sin azúcar, como me gusta. Así que continuemos con esto.

Esta ausencia es lo que todos rehuimos de forma generalmente inconsciente. Incluso muchos ateos descubren de pronto que su vida no tiene sentido, y esto los abruma, sobre todo en momentos de desesperación (económica, sentimental, social, o de cualquier otro tipo) y es entonces cuando son presas fáciles de cualquier cosa que les ofrezca un poco de significado —y la religión, en cualquiera de sus denominaciones, está a la orden del día—. Es así que también resulta relativamente común ver testimonios de “ex-ateos” en youtube.

Antes de continuar, voy a explicar algo importante. Haré una afirmación que a muchos desagradará en primera instancia: La ausencia es un hecho, es real, y por más que se le debata, no puede hacerse nada al respecto. A la mayor parte de las personas les incomodará de pronto esta idea. Les sentará como un balde de agua fría y les seguirá picando como diminuta espina de cacto bajo la uña. Es normal. Pero lo cierto es que es real. No hay significados mayores para el universo. No hay un plan superior. No existen razones ocultas para lo malo o lo bueno que te pasa. Dios no existe. No eres especial. Ni creación divina. Solo eres un animal. Uno que para bien o para mal ha evolucionado a partir de ancestros primates. Que ha desarrollado este enorme órgano que lo dotó de inteligencia y una superior consciencia a la que ha tenido cualquier otra especie conocida hasta ahora. Una capacidad mental tan grande que no solo le permitió controlar el fuego y construir la rueda, sino también le dio un don. El don principal que trae con sigo la inteligencia: la curiosidad, la capacidad extraordinaria de hacer preguntas. Y se hizo muchas preguntas. Y la mayor de ellas:

¿Qué soy, por qué estoy aquí?

Esta pregunta ha tenido muchísimas respuestas a lo largo de los milenios. El hombre ha intentado responderse de muchas y muy diversas formas. Pero he notado algo que al principio me sorprendió y luego me pareció natural. Todas sus respuestas arcaicas han tenido que ver con el hombre en sí. Es decir. Todas las religiones ven a la humanidad como una emanación divina, como creación de los diversos dioses que han sido adorados a lo largo de la historia y la prehistoria. Hay una tendencia marcadamente antropocentrista en las diversas cosmogonías religiosas. No es de sorprender, cuando uno se pone a pensar en ello, digo, la historia, al fin y al cabo es la contada por los hombres. Quizá en la religión de las cucarachas (suponiendo que llegaran a desarrollar consciencia) el gran Dios cucaracha las creó a su imagen y semejanza y les dio el mundo para que gobernaran sobre él.

Así pues, las religiones nacieron, no por la necesidad del homo-sapiens de creer en algo, sino por la necesidad más primitiva del homo-sapiens de poseer significado. Aún cuando el significado sea destructivo, o doloroso, es un significado y siempre es mejor que la ausencia. Siempre es mejor que saberse venido de la naturaleza caótica del universo. El caos tiende al orden, pero el orden siempre estará determinado por el caos. Como alguna vez me parece que dijo Stiphen Hawkins: “no digo que Dios no exista, solo que no es necesario”. En otras palabras, el universo y todos sus fenómenos, grandes y pequeños, desde el movimiento de las estrellas hasta la transmisión de información en las neuronas; desde el electromagnetismo en partículas subatómicas hasta las grandes migraciones de animales, todo ello puede ser explicado por las leyes naturales. Las matemáticas, la física, la química, la biología…

Dios no es más que un intruso en este campo.

Y a menudo escucharé diversos testimonios. Personas que han sido tocadas por sus divinidades. Gente que dice haber tenido experiencias religiosas muy poderosas. Hombres y mujeres que dirán que han presenciado en carne propia el poder de Dios y sus designios vueltos realidad. Testigos de milagros innegables. Profecías que se cumplen. Estatuas que lloran sangre. Santos vivientes que levitan ante los ojos atónitos de los anonadados espectadores.

Con respecto a eso tengo un par de cosas que decir: Primera. Tengo la sospecha no confirmada pero sí muy probable de que la mente humana es demasiado poderosa. Nos hace ver, oír y hacer cosas que parecerían imposibles para las leyes naturales. Además, de que la ciencia actual posee fascinantes implicaciones en las que las excepciones se pueden presentar. Como la posibilidad de dimensiones paralelas infinitas. ¿Quién podría decir que no se trata de eventos interdimensionales variados?

Segunda. Las ciencias formales aún no han tomado enserio esta clase de fenómenos extraños y se centran en otras áreas más prometedoras. Yo creo que se trata simplemente de cosas que, aunque tienen explicación científica, ésta todavía no es encontrada. Se trata solo de áreas aún no exploradas por las ciencias formales. Pero probablemente en algún momento del futuro, lo hoy llamado sobrenatural se volverá natural cuando se estudie sobre ello.

Tercera. En todas las religiones del mundo han existido y seguirán existiendo los “milagros” y demás eventos sobrenaturales, y todas las religiones también los ofrecen como prueba de la veracidad de sus creencias. Pero, si en todas ha habido milagros y manifestaciones del poder de su Dios o Dioses, entonces surge la duda ¿Cuál de ellas tiene razón? Todas tienen cosas buenas, es innegable, aunque todas tienen la desventaja de no ser más que intentos de combatir la ausencia. Así, atribuirle estos milagros y fenómenos aparentemente inexplicables a sus divinidades no es más que otro intento por enfrentarse contra la ausencia. Otra forma de tratar de darle significado a lo que sucede. Porque el significado nos da propósito, paz mental y seguridad.

Ahora explicaré algo importante. Algo con lo que me he topado de pronto. Me di cuenta de que buscar significados superiores en lo que nos ocurre no es más que un autoengaño. Yo no quiero mentirme (aunque lo hago demasiado, todos lo hacemos, pero entre menos me mienta, mejor). En cierto momento, al darme cuenta de esto. Es decir, al tomar consciencia de la ausencia y devanar ideas largamente sobre ello (de lo cual el producto es todo lo anteriormente escrito) me di cuenta. La consciencia y aceptación de la ausencia me da paz. La seguridad de carecer de significado me ha provocado una sensación de alivio. Lo que a muchos en el mundo ha atemorizado y producido complejos sistemas de creencias, a mí me ha producido paz y calma espiritual (por así decirlo).

Ahora me doy cuenta de que lo que motiva a los creyentes en seguir con sus creencias y en la necesidad de más o menos cumplir las normas de la iglesia no es el miedo al infierno, el cual sí que llega a calar a muchos. No, la verdadera motivación se encuentra en el miedo a la ausencia. La carencia de significado es verdaderamente incómoda, aún cuando pocos estén conscientes de este miedo. Así que la motivación de su moral se encuentra, pues, en los designios eclesiales. Es por ello que tratan a toda costa de cumplir sus mandatos. Aunque ello me pone a pensar. Cómo puede alguien llegar a creer en un Dios de infinita sabiduría que creó el universo con todas esas grandes leyes físicas y biológicas y que le dé importancia a asuntos totalmente triviales como prohibir la homosexualidad. Eso es muy extraño. “Y Dios dijo: E=mc2 , y luego agregó: por cierto, la sodomía está prohibida”. Una sensación de WTF llega a mi mente.

La moral religiosa proviene entonces de una serie de amenazas de origen divino para que te portes bien y si lo haces está la promesa de eterna felicidad en la otra vida. Pero si esa es la motivación de la moral religiosa, dónde se encuentra la motivación de la moral para alguien que se encuentra de este lado, es decir, del lado de quienes están conscientes de la ausencia (o como sea que la llamen otros autores, que no cabe duda de que deben ser muchos otros los que han tenido esta rara revelación). Aparentemente, nada me impediría tomar un arma y disparar a cuanta persona, hombres, ancianos, mujeres y niños, que se me cruce en el camino y después suicidarme. Después de todo, no hay infierno al cual ir luego.

En mi opinión, uno no debería ser bueno con los demás y hacer caridad por el miedo al infierno sino por el genuino deseo de ayudar. Este deseo de ayudar, resulta que en realidad es muy humano. No quisiera atacar, además, a la moral religiosa diciendo que la historia está plagada de torturas, esclavitud, sufrimiento y muerte infligidos en nombre de Dios, pero, es verdad.

En todo caso, la moral por la que apuesto es la propuesta por el humanismo secular. No voy a explicar aquí a qué se refiere esta, en todo caso, el lector tendrá que investigar sobre esta.

La ausencia es un vacío que existe para ser llenado, no por significados religiosos, sino por nosotros mismos. Nosotros somos, finalmente, los responsables de nuestro propio destino. Debemos crear nuestros propios cánones de belleza y sentido. Somos perfectamente capaces de dar propósito a nuestras vidas sin intervención de religión alguna. Yo proclamo la libertad-responsable y la tolerancia, como valores máximos.

Por ahora es hasta donde han llegado mis ideas. La consciencia de la ausencia es nuestra aliada, no la enemiga.

Amén.




jueves, 7 de julio de 2011

De la lluvia, divinidades y cosas olvidadas

Se me ha olvidado que hace frío. Últimamente he estado así. Olvidando que sigo aquí. Olvidando partes de mí en todos esos sitios en los que de pronto ando. Olvidando sueños que tuve una vez. Olvidando que olvido. Olvidándome de mí.


Se me ha olvidado la lluvia. Gotas frías que tanto pedí, mojan mi cabellera. Ríos sobre mi piel. Riachuelos entre los dedos. El gris del cielo que ya había olvidado hoy aparece de nuevo, vibrante, profundo. Llora el ombligo del cielo. Gruñen las nubes. El cielo se resquebraja en miles de luminosas grietas. Tiembla la pared, tiemblan los cristales. Tiembla mi alma.

Y a cada paso que doy se escucha el característico splash del agua. La voz de la tierra embriagada de lluvia. El borracho suelo escurre entre callejuelas. Camino. Olvido. Recuerdo. Siento.

Había olvidad lo que me mantiene aquí. El hambre. El deseo. El sueño. La promesa. Y un atisbo de oportunidad. ¿Qué es Dios en estas tierras? ¿A quién pertenece el hombre? ¿De quién es el mérito de existir? Cuento las iglesias y solo cuento culpa y locura. ¿Cuántos templos necesitan estas personas levantar para sentirse amadas por un Dios sin memoria?

Había olvidado la ciega fe de la que es capaz la humanidad. Y en medio de todo eso, frente al ángel que hace caer al demonio, ahí estoy yo. Una vaga sombra sin nombre. Un trozo de subversión anónima. La oposición silenciosa. Profeta de la nada. Bañado por la fría lluvia. Respirando la álgida halitosis de la tradición cristiana, frente a las fauces de una neogótica catedral.

Ahora, he olvidado lo que antes debía recordar. El miedo. La reverencia. El respeto. Ahora solo hay paredes altas y rostros inexpresivos y pétreos. He olvidado sus nombres. He olvidado rezarles.

Ahora solo hay una cosa que me debe mantener ocupado. Mantener la lluvia en mi memoria. Los días que están por venir serán difíciles y nadie los caminará por mí. El recuerdo de la lluvia será mi motivación, mi pequeño rincón de felicidad.

Recuerdo llover sobre mí. Recuerdo beber del cielo gotas frías. Recuerdo ahora ese aroma de la tierra mojada. Y la recuerdo a ella. Empapada junto a mí. Y a mí libando la lluvia de su piel…

jueves, 12 de mayo de 2011

Madrugada inintencionada

Son horas que poco tienen que ver con el mundo de los despiertos, aquí el frío es solo una idea, un leve pensamiento que acaricia la piel con ternura, aquí el silencio es una insinuación de nocturnos artrópodos, es solo un recuerdo. Estas son las horas que los minúsculos cazadores aprovechan para hacerse de sus presas y en las que las palabras se tropiezan con anestésicos parpadeos cada vez más prolongados.


De pronto me siento observado, y al mismo tiempo en completa intimidad con mi propia presencia. Desaparece la instigación del trato social, y su ponzoñosa influencia, Morfeo se los ha llevado a su reino inmaterial. Solo un cuadro en la pared tiende su mirada acartonada y antigua hacia mí, es una mirada inundada de la infinita serenidad de la que solo lo inanimado puede presumir.

Estoy rodeado de una sola sensación que lo impregna todo, que lo abraza todo maternalmente, la quietud. Paseándose de aquí para allá, la inmovilidad, el silencio, la calma, invade esta estancia con su particular forma silenciosa de demostrar su presencia.

Hay termitas en la madera, incansables en su labor destructiva a escalas inhumanamente minúsculas, y telarañas que penden del techo y las paredes, vestigios de asesinos anónimos. Aquí y ahora, el frío penetra en cada poro, sin invitación pero sin ser invasivo, es solo un viejo amigo que saluda.

Esta calma me invita a recordar. Me pide con dulzura que vague en mis memorias. Confusiones recientes ahora parecen desenredarse en hilos perfectamente distinguibles. Pero tengo la conciencia de que no por estirada la madeja desaparece.

Solo pienso en su piel y en el modo correcto de tocarla, en el modo adecuado de sentirla, solo recuerdo sus ojos y trato de recordar sus miradas, ese amplio repertorio suyo de miradas. Un dejá vú hace súbito acto de presencia en este instante. Este pensamiento lo he tenido ya, con toda exactitud.

Pesa la mirada, colapsa el cuerpo y a cada letra aumenta el nivel de dificultad. Cada palabra es un reto cuando las garras oníricas acarician malignamente tu consciencia. La delicada membrana del “bajo control” parece estar por desgarrarse.

Me doy permiso de sentirme confundido. Solo en esta ocasión.

Me arrastran las garras de Morfeo, a su reino de arenas, donde nunca llegas al mismo sitio, donde todo cambia con la velocidad del pensamiento, donde la inconstancia es la norma y donde los ecos de la vigila son apenas fugaces zumbidos, destellos que no permanecen, personas que no existen y no conseguiremos recordar, sitios que sentimos íntimos aún cuando nunca estuvimos ahí, ni volveremos a estar.

Han caido los párpados...

domingo, 24 de abril de 2011

Mediodías anodinos y olvidables en el culo de Babilonia


¿Cuánto desde la última vez ha pasado? Ya no recordaba el sabor de las letras bajo mis yemas… este es un anodino mediodía, y estas, frases sin profundos significados. Ahorma mismo me reconfortan muy pocas cosas, y me oprimen oscuras amenazas en el horizonte cada vez más cercano. Me siento un poco como un condenado avanzando por el pasillo hacia la guillotina… ¿podré pedir mi último cigarrillo? ¿podré decir mis últimas palabras? No he pensado en unas lo suficientemente trascendentales como para que sean recordadas por el resto de la humanidad (lo que sea que “la humanidad” signifique).
Estos días son de pronto una interminable serie de acordes sin ritmo, frías mañanas que se posan despiadadas sobre nosotros como metálicas mariposas en una rama congelada, a punto de romperse. Sucedidas luego por el bochornoso sol quemando nuestra piel, nuestro espíritu, nuestra alma jodida por el peso de las gotas de sudor y la abrasante tarde mordiéndonos la piel. El atardecer es sangre en el cielo, y nuestras venas han quedado vacías de vida. Envases vacíos de un mañana sin propósito, y solo somos flechas que perdimos la diana, girando en los intempestivos vientos del desencanto.
Esta ciudad está devorándose mi alma ¿O es que mi alma está desintegrándose y no tengo a nadie más a quien culpar que esta jodida ciudad? Hace falta algo, algo vital, no sé aún lo que es pero sé que no podré subsistir sin ello en un plazo razonable.
Calavera sin carne, plomo perdido en el ultrasónico viento de la media noche, masas malsanas abordando transportes urbanos con conductores cabezas huecas y megalómanos, dan pena, muerte sin sentido, seres sin razón, santitos en venta, fe-fanatismo-necedad-dogma-hipocresía-moral dividida. La iniquidad y la suciedad corren por los callejones como serpientes, como cucarachas intravenosas. Personas de moral caduca y derruida, pedazos de industrialización desechados en las esquinas, basura impunemente abandonada en el asfalto caliente. Miradas vacías en cabezas sin cuerpos. Es poco placentero admitir que este sitio en el que vivo, en el que me jacto de habitar, es, a fin de cuenta, el último lugar que recomendaría para residir, cada vez más esta otrora joya del pacífico se convierte en campo de tiro a discreción, una zanja para cadáveres infames, un criadero de gusanos (con perdón de los gusanos), el culo de Babilonia la grande.
¿Hablo en términos desproporcionadamente apocalípticos para un problema que realmente no lo merece, acaso? Tal vez, tal vez no, solo sé que esta ciudad se pudre desde el fondo cada vez más y es evidente desde el momento en que caminas por sus calles, puedes sentir en la infecta atmósfera la respiración de aquellos que suspicaces y temerosos caminan a tu lado. Cual monos en un laboratorio, con el miedo hasta le médula, con la cola entre las patas. Es casi ternura lo que inspiran en mí. Pero más que nada es aversión lo que me provocan, es puro odio y pena. Es enfado lo que en mí hacen nacer estas patéticas formas de vida.
Almas consumidas por el miedo, por la esperanza en vacuidades, la ignorancia, por una vida sumergidos en la bárbara adoración de ideales inaplicables a la realidad. Humanoides poco aptos para la convivencia en urbana existencia.
Y en medio de esta mugre, con los talones atascados en el légamo imposible de la sinrazón, unas pocas consciencias elevadas por sobre las nalgas de “la gran ramera”. Pero son tan pocas y están tan perdidas, tan hundidas en el estupor de una “vida normal”. Tan olvidadas, tan disfrazadas de ovejas que se les ha olvidado su naturaleza lupina.
Los días son trenes, sin estaciones en las que parar, sin destino seguro, sin retorno programado, acelerando cada vez más, perdiendo poco a poco el control. Quiero pensar que pronto hallaré un atajo, un subterfugio de esta laberíntica vida. De este despreciable punto en el mapa.
Por si esto fuera poco, hay una campaña publicitaria llamada “Habla bien de Aca”. Pero lo cierto es que, a mí no me gusta mentir…

jueves, 24 de febrero de 2011

Ciertas cosas que patear (decidir o dejar de existir)

Hay cierta necesidad de renovación constante, y cierta bota que se clava cada vez más fuerte en el culo, empujándote hacia delante incluso contra tu voluntad. Hay cosas que pronto dejan de parecer tan imposibles y otras que se alejan cada vez más de mis manos de soñador despierto. Y hay palabras que ruegan por ser pronunciadas alguna vez y otras que se arrepienten de haber abandonado la seguridad de mis labios.
Soy, como muchas otras veces anteriores, alguien distinto, que cada mañana se levanta con una idea distinta, una un reflejo diferente en el espejo, de diversas tesis que se contradicen una y otra vez. Hace un tiempo atrás apenas habría podido creerme lo que ahora soy. Es verdad, como tantas otras veces, he cambiado, pero, el núcleo se mantiene, se queda intacto, podrido, renovado, viejo, maloliente, huérfano, brillante, desbocado, y así ad náuseam.
Que la mirada no te engañe, que esta caldeada agonía no te arranque la serenidad de los dedos, ni la seguridad de que siempre estoy dudando de mí mismo. Que el futuro es ominoso, siempre ha sido así, que medio oriente rompe sus cadenas, lo celebro desde lejos con apatía, que las balas recorren las calles de esta ciudad con impunidad y lujo de espectacularidad, no me ha llegado a preocupar aún. Que estoy mal, jamás lo he negado.
Hoy no me preocupo del olor a vida que se cuela por las rendijas, que me arrastra a territorios más ciertos, menos oníricos. Oh! Cuánto me avergüenzo de mí.
Hay cierta necesidad de escapar del lodo en el que tanto tiempo he vivido feliz. De levantar un poco la mirada, de decidir ir hacia delante. Y sé que de una u otra forma me arrepentiré de esta decisión, como de otras tantas que antes he tomado. Pero son mis pasos y nadie va a darlos por mí, son mis palabras y nadie más que yo las habrá de pronunciar.
Hay cierto camino que recorrer y ciertas ataduras que romper, hay ciertas lagañas que limpiar y ciertos zapatos que bolear. Hay cierta vida que vivir, y nadie puede decidir vivirla más que yo.
Jamás tomaré buenas decisiones, pero solo yo puedo tomarlas.

sábado, 1 de enero de 2011

Las últimas del año... (al día siguiente y con una mortal cruda)


Huele a gusanos retorciendo su viscosa corporeidad entre el légamo. A la luna llena reflejada en un lago de aguas quietas. Al fuego que consume a un pobre viejo al que más de uno ansía olvidar. A sangre coagulada en mis arterias. Al miedo a la oscuridad clavándose en mi nuca. Huele a primavera no nata encerrada en un capullo hilado con desilusiones. Al caucho derretido en la autopista. A brisa de mar en diciembre, y sin amor ni gloria, ni pena ni decepción. Huele a rosas de un jardín imaginario. A perros de la calle abandonados al crecer. A cantinas y mariachi un sábado de depresión (a la mexicana). A colillas de cigarro dejadas tras mis pasos cual hilo de Ariadna. Y a laberintos en la palma de mi mano.

Eso y mucho más se despierta en mi olfato en estos últimos momentos de este final de una sección del calendario gregoriano (odio el calendario gregoriano, es poco práctico). Esta debería ser una hora de reflexión, el para un momento de un balance de lo que se ha hecho y lo que se hará después. No es así. Pues seguiré siendo yo, en otro día, en otra semana, en otro mes y en otro jodido año, pero seguiré siendo yo… misma mierda diferente año, y eso es todo.

¿Que cambio? Por su puesto que cambio ¿Que evoluciono? Mierda, claro que evoluciono, todos lo hacemos, inevitablemente y sin excepción, cada uno a nuestro ritmo, y en su propia dirección. Pero seguimos siendo lo mismo. Plus ça change, plus c’est la même chose. Nos movemos en el ámbito de lo posible, de lo cotidiano en donde nunca dejamos de ser nosotros mismos. Sí, tal vez nos desarrollamos y crecemos y cambiamos (para bien o para mal, da igual) pero continuamos perteneciendo a este grupo en el que nacimos, seres con la correa en el cuello, la jaula de la realidad, de la irremediable cotidianidad. Y ello me frustra.

Cambiamos pero seguimos siendo los mismos, porque no cambiamos de verdad. Solo nos movemos de una opinión a otra hasta encontrar un sitio en el que nos sintamos cómodos nuevamente. Y cuando tenemos ganas de ir a un lugar, no vamos, sino que solo regresamos a un sitio ya antes visitado (el tiempo atrás suficiente para sentirlo como nuevo otra vez). ¿Qué hace falta para rasgar esta tela de sentido común lo suficiente como para sentir que algo realmente nuevo sucede?

Y de pronto me doy cuenta de algo más. Algo que me pasa desapercibido todo el tiempo, ya no sé cuanto atrás pero creo que suficiente para sentirlo parte de mí, una astilla en el dedo gordo del pié, un grano en el culo. Un trozo de mí mismo que debo arrancar. Un trozo de nosotros, de todos que debe ser extirpado. Cuando nos movemos entre los demás y nuestras ideologías interactúan con las del prójimo, sin sentirlo ni darnos cuenta, intentamos implantar nuestra manera de pensar en el otro. “Esto está jodidamente mal”, “aquello no se debe hacer”, “¿cómo puede gustarte algo así?”, y demás miles de ejemplos. Agujereamos los puntos de vista de otros y los desafiamos mientras esgrimimos nuestras propias ideologías y gustos. Cuanta razón tenía aquel que dijo (olvidé quién era) “puedo no compartir ese punto de vista tuyo, pero me moriré en la raya defendiendo tu derecho a pensar así”. Ya no lo hacemos. Yes algo que debemos todos aprender a hacer…

Ahora, si, lo se, me he dado cuenta de la paradoja que constituye lo que acabo de expresar. Impongo mi ideología de no imponer ideologías sobre otros… “prohibido prohibir”…

Pero bueno… como diría Bill Hicks: “No les digo cómo pensar, solo les señalo que hay opciones”.

Huele a pólvora, a cerveza y a pimienta. A ladrillo en el paladar. A los noventas remontándose cada vez más en el olvido, cada vez más en el solo anhelo. A corporaciones hendiendo sus garras en el arte. A noches mágicas sin precedentes, sin parangón, de puro y neto placer que se olvidan al amanecer. A coníferas plásticas y lucecitas de colores. Al arroz arrojado en una boda y niños hambrientos en Bangladesh. A literatura de tintes bohemios y lisérgicos. A muérdago sin labios cerca. A promesas sin cumplir y secretos ahorcándome. A… ¿qué más?...

Maldita sea mi mal olfato…

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