sábado, 1 de enero de 2011

Las últimas del año... (al día siguiente y con una mortal cruda)


Huele a gusanos retorciendo su viscosa corporeidad entre el légamo. A la luna llena reflejada en un lago de aguas quietas. Al fuego que consume a un pobre viejo al que más de uno ansía olvidar. A sangre coagulada en mis arterias. Al miedo a la oscuridad clavándose en mi nuca. Huele a primavera no nata encerrada en un capullo hilado con desilusiones. Al caucho derretido en la autopista. A brisa de mar en diciembre, y sin amor ni gloria, ni pena ni decepción. Huele a rosas de un jardín imaginario. A perros de la calle abandonados al crecer. A cantinas y mariachi un sábado de depresión (a la mexicana). A colillas de cigarro dejadas tras mis pasos cual hilo de Ariadna. Y a laberintos en la palma de mi mano.

Eso y mucho más se despierta en mi olfato en estos últimos momentos de este final de una sección del calendario gregoriano (odio el calendario gregoriano, es poco práctico). Esta debería ser una hora de reflexión, el para un momento de un balance de lo que se ha hecho y lo que se hará después. No es así. Pues seguiré siendo yo, en otro día, en otra semana, en otro mes y en otro jodido año, pero seguiré siendo yo… misma mierda diferente año, y eso es todo.

¿Que cambio? Por su puesto que cambio ¿Que evoluciono? Mierda, claro que evoluciono, todos lo hacemos, inevitablemente y sin excepción, cada uno a nuestro ritmo, y en su propia dirección. Pero seguimos siendo lo mismo. Plus ça change, plus c’est la même chose. Nos movemos en el ámbito de lo posible, de lo cotidiano en donde nunca dejamos de ser nosotros mismos. Sí, tal vez nos desarrollamos y crecemos y cambiamos (para bien o para mal, da igual) pero continuamos perteneciendo a este grupo en el que nacimos, seres con la correa en el cuello, la jaula de la realidad, de la irremediable cotidianidad. Y ello me frustra.

Cambiamos pero seguimos siendo los mismos, porque no cambiamos de verdad. Solo nos movemos de una opinión a otra hasta encontrar un sitio en el que nos sintamos cómodos nuevamente. Y cuando tenemos ganas de ir a un lugar, no vamos, sino que solo regresamos a un sitio ya antes visitado (el tiempo atrás suficiente para sentirlo como nuevo otra vez). ¿Qué hace falta para rasgar esta tela de sentido común lo suficiente como para sentir que algo realmente nuevo sucede?

Y de pronto me doy cuenta de algo más. Algo que me pasa desapercibido todo el tiempo, ya no sé cuanto atrás pero creo que suficiente para sentirlo parte de mí, una astilla en el dedo gordo del pié, un grano en el culo. Un trozo de mí mismo que debo arrancar. Un trozo de nosotros, de todos que debe ser extirpado. Cuando nos movemos entre los demás y nuestras ideologías interactúan con las del prójimo, sin sentirlo ni darnos cuenta, intentamos implantar nuestra manera de pensar en el otro. “Esto está jodidamente mal”, “aquello no se debe hacer”, “¿cómo puede gustarte algo así?”, y demás miles de ejemplos. Agujereamos los puntos de vista de otros y los desafiamos mientras esgrimimos nuestras propias ideologías y gustos. Cuanta razón tenía aquel que dijo (olvidé quién era) “puedo no compartir ese punto de vista tuyo, pero me moriré en la raya defendiendo tu derecho a pensar así”. Ya no lo hacemos. Yes algo que debemos todos aprender a hacer…

Ahora, si, lo se, me he dado cuenta de la paradoja que constituye lo que acabo de expresar. Impongo mi ideología de no imponer ideologías sobre otros… “prohibido prohibir”…

Pero bueno… como diría Bill Hicks: “No les digo cómo pensar, solo les señalo que hay opciones”.

Huele a pólvora, a cerveza y a pimienta. A ladrillo en el paladar. A los noventas remontándose cada vez más en el olvido, cada vez más en el solo anhelo. A corporaciones hendiendo sus garras en el arte. A noches mágicas sin precedentes, sin parangón, de puro y neto placer que se olvidan al amanecer. A coníferas plásticas y lucecitas de colores. Al arroz arrojado en una boda y niños hambrientos en Bangladesh. A literatura de tintes bohemios y lisérgicos. A muérdago sin labios cerca. A promesas sin cumplir y secretos ahorcándome. A… ¿qué más?...

Maldita sea mi mal olfato…

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