jueves, 28 de mayo de 2009

Declaración del sobreviviente acerca del evento que tuvo lugar la noche después…




Me perdí en la habitación…
Pero me hallé, al poco rato, escondido en el espejo.

martes, 26 de mayo de 2009

El universo en mi bolsillo


Metí las manos a los bolsillos, estaba en busca de algo que no encontré ni siquiera ahí. Un poco de inspiración, un poco de sabiduría, un racimo de ideas, la cara oscura de la luna o un recuerdo que pudiera hacerme olvidar el presente.
Mis manos permanecieron ahí, no podían hacer mucho fuera de su actual guarida, pero mis ojos estaban atentos, vigilaban los alrededores en busca de detalles, cosas que nadie ve, cosas que todos ignoran, o prefieren pasar de largo. La evidente curvatura terráquea en el horizonte, el bicho que esquiva los zapatos, el brillo de una sonrisa fingida, el vapor que surge por encima de los tejados cuando el sol golpea en ellos. Y miré el suelo y descubrí mi sombra, me perdí en ella, y ella me examinaba a mí. Sentía su mirada, su respiración independiente de la mía, su curiosidad hacia mi tridimensional forma, el oscuro color de mis ojos, la grave mirada de desgobierno que estos despedían, mis labios entreabiertos, mi resoplante nariz, y lo sonrosado de mis mejillas por el sol. Pero el sol perdió la batalla contra una gruesa nube que lo ensombreció todo. Mi sombre se fundió con la omnipresente oscuridad recién nacida.
Caminé buscando algo que buscar, preguntándome sobre qué preguntarme ahora, y sentí vacío.
En un estanque revoloteaban las libélulas. Quise describirlas, quise ser poético, imaginármelas como más que artrópodos depredadores, como más que el producto de millones de años de evolución, como más que insectos con alas, desee imaginar el estanque como la entrada a un universo paralelo en donde los sueños y las pesadillas convergen, en donde la belleza y el horror se arremolinan en una estructura laberíntica perfecta. Pero mis palabras y pensamientos parecieron desconectados de mis ojos y solo pode pensar en lo sucio de mis zapatos, en lo desaliñado de mis cabellos y en lo vacío de mis bolsillos. Las libélulas lloraron mi desgracia, pues yo no supe hacerlo.
Mis dedos jugaban dentro del pantalón cuando uno de ellos palpó (o mejor dicho, no palpó) una hendidura. Quise indagar, mi mano entera cabía, mi brazo entero cupo (para comprobar esto tuve que estirar mi cuerpo en un ángulo inverosímil) y pronto mi cuerpo entero se perdió en el bolsillo de mi pantalón. Del otro lado había todo, todo en verdad, la materia se acumulaba en grumosas nubes y estructuras por demás extravagantes, moviéndose en direcciones imposibles. Energías líquidas surcaban los ignominiosos espacios a mi alrededor, llenos de un aroma dulzón insoportable, era el universo, supe que lo era, pero no podía saber qué clase de universo. Por cada tramo que avanzaba el paisaje a mí alrededor cambiaba bruscamente, como si no pudiese estar en calma. Así pude contemplar todos los lugares y todas las épocas del universo en el transcurso de un trayecto de duración indeterminada, ya que el tiempo se movía hacia atrás y hacia delante insolentemente. Nada tenía estructura definida, nada era lo que parecía ser. Los cuerpos muy grandes resultaban granos una vez se acercaban a mí —o yo a ellos, no lo sé— y lo que parecía muy brillante parecía envolver en oscuridad todo a su alrededor. Esto no tenía nada que ver con mecánica cuántica ni relatividad general, tales cosas resultaban meros fallos de cálculos inútiles.
Me perdí, entre castillos de plata, entre estrellas arborescentes, entre música cósmica, entre energías líquidas y frías, en aromas completamente nuevos para mí. Me perdí, pues jamás era lo mismo, y nada dejaba de cambiar. Todo era tan indescriptible, y aterrador, pero igualmente bello.
Al despertar supe que no había soñado nada. Mi ropa conservaba aquel aroma dulzón y las libélulas seguían jugando en ese estanque. El sol recuperó su trono en los portentosos cielos y noté que tenía un agujero en mi bolsillo que debía coser.
Esa noche vi una cara de la luna que jamás había visto.


*Escribo esto mientras una bruma entumece peligrosamente mis pensamientos*

viernes, 8 de mayo de 2009

Les regalo una Parábola -primeras ideas tras despertar-

"El hombre nace libre, responsable y sin excusas" - Jean-Paul Sartré


Dos hombres, en el paroxismo de su necedad, discutían acaloradamente en un campamento, este se trataba de un campamento de soldados que marcharían a una batalla decisiva al despunte del alba.
Uno de ellos, un creyente fervoroso en la voluntad divina y los designios del altísimo, un hombre que su pueblo llamaba iluminado o santo, defendía que si se encontraban en aquel lugar era porque así estaba escrito que sucedería. Era su destino pelear en aquella batalla y era su destino ganarla. Dios así lo quiso, su hado estaba escrito. Todos los soldados de su pueblo lo defendían.
Otro de ellos era un hombre que se las daba de culto y tenía fama de ingenioso, zagas y libertino. Para él, el que estuvieran todos allí no se debía al destino ni a dios alguno, sino a las circunstancias y al poder infinito de lo único que según él gobernaba las cosas: el azar, la fortuna, lo aleatorio. Explicaba que las circunstancias se habían dado para que surgiera aquella guerra, que el azar hizo que su pueblo terminara implicado en aquel conflicto y por tanto ayudarían. Pero, a pesar ir a la batalla y pelear con todas sus fuerzas y almas, solo la fortuna y no el hado, decidirían el resultado. Todos los soldados de su pueblo lo defendían.
Al rededor de la hoguera la discusión se calentaba y no parecía tener solución. Una voz entre la multitud enardecida sugirió llamar al líder del tercer pueblo, a todos pareció una buena idea y lo mandaron traer.
Personaje callado, usaba la menor cantidad de palabras posibles. Le adjudicaban fama de sabio y asertivo que jamás daba cuenta de sus pensamientos y decisiones a nadie.
Al explicarle el dilema, callado como estaba bajó la cabeza como pidiendo disculpas por la gente que lo rodeaba y luego alzó la vista para mirar fijamente a los debatientes y habló así:
— Ya sea el destino o el azar, ya sea Dios o la suerte, no importa más lo que nos ha traído hasta aquí, lo que importa es la decisión que tomemos justo aquí y justo ahora, porque es eso, y no otras fuerzas ajenas a nosotros, lo que nos mantendrá de pié y luchando incanzables mañana.
Los soldados de todos los pueblos lo apoyaron.
Al salir el sol todos marcharon a la guerra y para aquella noche celebraron la grandiosa victoria. Era una victoria lograda por la mano de los que pelearon, tanto de los hombres que murieron como de los que yacían heridos y los que celebraban. No era una victoria consagrada a Dios sino al pueblo, no a la suerte, sino al esfuerzo, no al destino sino al coraje. Pero nadie escribió sobre ello, y nunca se registró en libro alguno y con los años esta hazaña fue olvidada.
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