jueves, 12 de mayo de 2011

Madrugada inintencionada

Son horas que poco tienen que ver con el mundo de los despiertos, aquí el frío es solo una idea, un leve pensamiento que acaricia la piel con ternura, aquí el silencio es una insinuación de nocturnos artrópodos, es solo un recuerdo. Estas son las horas que los minúsculos cazadores aprovechan para hacerse de sus presas y en las que las palabras se tropiezan con anestésicos parpadeos cada vez más prolongados.


De pronto me siento observado, y al mismo tiempo en completa intimidad con mi propia presencia. Desaparece la instigación del trato social, y su ponzoñosa influencia, Morfeo se los ha llevado a su reino inmaterial. Solo un cuadro en la pared tiende su mirada acartonada y antigua hacia mí, es una mirada inundada de la infinita serenidad de la que solo lo inanimado puede presumir.

Estoy rodeado de una sola sensación que lo impregna todo, que lo abraza todo maternalmente, la quietud. Paseándose de aquí para allá, la inmovilidad, el silencio, la calma, invade esta estancia con su particular forma silenciosa de demostrar su presencia.

Hay termitas en la madera, incansables en su labor destructiva a escalas inhumanamente minúsculas, y telarañas que penden del techo y las paredes, vestigios de asesinos anónimos. Aquí y ahora, el frío penetra en cada poro, sin invitación pero sin ser invasivo, es solo un viejo amigo que saluda.

Esta calma me invita a recordar. Me pide con dulzura que vague en mis memorias. Confusiones recientes ahora parecen desenredarse en hilos perfectamente distinguibles. Pero tengo la conciencia de que no por estirada la madeja desaparece.

Solo pienso en su piel y en el modo correcto de tocarla, en el modo adecuado de sentirla, solo recuerdo sus ojos y trato de recordar sus miradas, ese amplio repertorio suyo de miradas. Un dejá vú hace súbito acto de presencia en este instante. Este pensamiento lo he tenido ya, con toda exactitud.

Pesa la mirada, colapsa el cuerpo y a cada letra aumenta el nivel de dificultad. Cada palabra es un reto cuando las garras oníricas acarician malignamente tu consciencia. La delicada membrana del “bajo control” parece estar por desgarrarse.

Me doy permiso de sentirme confundido. Solo en esta ocasión.

Me arrastran las garras de Morfeo, a su reino de arenas, donde nunca llegas al mismo sitio, donde todo cambia con la velocidad del pensamiento, donde la inconstancia es la norma y donde los ecos de la vigila son apenas fugaces zumbidos, destellos que no permanecen, personas que no existen y no conseguiremos recordar, sitios que sentimos íntimos aún cuando nunca estuvimos ahí, ni volveremos a estar.

Han caido los párpados...
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