domingo, 9 de noviembre de 2008

Manifiesto inoportuno


Debemos aprender que no todo vale la pena, que las injusticias son permisibles por la ley, que las excepciones pueden ganarse un lugar en la cotidianidad y que no todos creen en el amor. Quién se atrevería a negar que seamos víctimas de la opresiva rutina, que le debamos a ella nuestra cordura y nos cobrará con eso mismo tarde o temprano. Un día despertaremos con una necesidad en mente; abandonarnos a nosotros mismos, dejar todo lo que significamos y arrojarnos a las fauces de lo imprevisible.
Saldremos de la cama y pondremos el pié equivocado en el suelo, correremos al baño solo para darnos cuenta de que somos nosotros, una vez más, así que nos arrancaremos ese rostro y encontraremos debajo nuestra calavera, con una eterna sonrisa, pensaremos que así nos vemos mejor y saldremos a la calle a presumir el nuevo look. Miradas, seguro que si, miradas en cada esquina, seremos distintos, e iremos en busca de la excepción de cada día, de nuestro cuervo blanco y pez fuera del agua. Los amigos podrán olvidarse de nosotros por hoy. Seremos libres de nosotros mismos y no tragaremos entera esa libertad.
Cuando tus días son predecibles, rómpelos, cuando aspiras del cigarro siempre a la misma hora, apágalo sin terminarlo, arroja la colilla encendida a tu cama y mírala arder. Es tu día perfecto, el que el veneno de la preocupación no echará a perder. Recuerda que ya no hay límites de lo posible, ni reales ni ficticios. Eres Dios y ni él sabe que hacer ya contigo.
Si disparas haz que cada bala cuente, aunque no den en el blanco; si amenazas, procura infundir el miedo necesario, ni más ni menos; al deshacerte de un cuerpo hazlo sin el menor remordimiento; que las miradas no perturben tu alma, que el sueño viaje seguro; es el momento adecuado para cualquier cosa que nunca te hayas atrevido a hacer.
Debemos aprender que somos dueños de nuestra realidad, que cada decisión implica cambio (aún a escala subconsciente o subatómica), que la verdad le pertenece a todos pero debes guardar el secreto para ti mismo, y lo más importante, que somos el material del que está fabricado Dios.
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