jueves, 10 de septiembre de 2009

El que no hace sombra

Que ganas de desaparecer, de pertenecerle al vacío, a la insondable vacuidad. Que deseos de extinguirme, de envolverme de la bruma del olvido, de caminar sin rumbo, sin camino, sin pies. Cuanto necesito del anonimato, de la ausencia, jamás ser recordado. Un pequeño punto en la inmensidad, una palabra que se sume en el silencio, un sueño que olvidas al despertar.
Creo que es posible, creo que puedo hacerlo, ser invisible, ser inexistente sin morir en el intento. Pero solo creo, pero solo es mi imaginación, una mala broma, como todo, una burla macabra, un juego insano, un chiste de mal gusto, una de esas bromas en las que al final alguien sale herido, y muere la esperanza de redención. Estoy cansado de pretender que me hace gracia, hastiado de ese humor cáustico, de ese agrio sarcasmo, de esa jugada amañada que me veo obligado a seguir por que es a lo único que se juega. Pero aún me sorprende cuánto puedo aguantar, cuanto he resistido hasta ahora, los embates del hastío, los círculos infinitos, y aunque sé que puedo soportar ad nauseam, mis rodillas flaquean, caigo, y lo que soy, lo que he sido, lo que habré de hacer de mí, pesa más que nunca.
Que ganas de no existir, de que mi nombre sea borrado, de no ser googleable. Que ansias de arrancarle a todos mi rostro de sus memorias, y arrancar de la mía propia la imagen del mundo, de olvidar y ser olvidado, de ser solo un suspiro fugas, un mal sueño del cual despertar, una de esas palabras que aún nadie inventa. Un significado sin significante.
No nos pertenecemos a nosotros, sino a lo que hemos creado, a los castillos de naipes erigidos por los demás y por nosotros mismos sobre nuestros nombres, somos fieles a una quimera, a una mentira con rostro, con nombre, con nuestro rostro, con nuestro nombre y a ese disfraz le otorgamos nuestra lealtad. Damos parte de nosotros por proteger las máscaras con que nos presentamos, defendemos sueños enraizados en nuestros espíritus, somos zombies que aprendieron a sonreír, somos mercancía en un mostrador, vendemos confianza, lealtad, simpatía, consuelo, cariño, empatía, e incluso, ponemos a la venta miedo, desvergüenza, desfachatez, sinceridad brutal, desprecio, arrogancia y la lista podría continuar. No somos libres, pero las cadenas son cómodas.
Véndeme tu alma, el precio justo, sin juicio ni condena.
Que ganas de ser libre de una identidad.

1 comentario:

Ada Medina. dijo...

CUANDO HAYA LIBERTAD DE SER LO QUE NO ERES,Y TE DES CUENTA DE QUE ESO ES TU VERDADERO SER.TENDRAS TAN SOLO UNA PROBADA (en cuchara de te)DE LO SERCANO PERO LEJOS QUE SE ENCUENTRA.

SIN DUDA,MI AMIGO,ESTE ES EL GRITO MAS DESESPERADO QUE TE HE LEIDO.

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