miércoles, 2 de julio de 2008

La sencillez del hombre complicado


Hace poco escuchaba algunas canciones de Nacho Vegas mientras bebía un cargado café. Escuchaba atentamente las letras – esto era porque no tenía nada importante que hacer, y si así fuera, lo ignoraba por completo – y noté la sencillez de sus letras, un tipo especial de sencillez, ese en el que te das cuenta de sufrimientos ajenos como si pudieras verlos, tocarlos, sentirlos, en donde te transportas a aquellas miserias tan reales que te cuesta trabajo admitirlas, tal como cuando la miseria del hombre que duerme en las banquetas y se cobija con sucios retazos de cartón se hace presente y al notarlo sentado ahí, con las manos cubiertas por mugre y sucios guantes rotos desde donde sobresalen sus dedos, con una mirada desgarradora de perro hambriento, nosotros giramos la vista hacia otra dirección y hacemos de cuenta que la miseria sentada en esa banqueta es un cuento de hadas, un producto de nuestra imaginación, una mala broma de nuestro cerebro. Es una sencillez de esas que te muestran la crudeza de lo que es real nos guste o no, nos lo parezca o no. La sencillez real y lacerarte.
Pero menciono esto, no como crítica, no con intención de dar una opinión acerca del trabajo de Vegas, ni siquiera con motivo de dictar un juicio sobre su música, sino más bien como preámbulo de lo que acontecería luego. No fueron las letras sencillas y desgarradoras las que me han inspirado esto, sino lo que me hicieron saber sobre mi mismo. Algo que nunca me había dignado a ver por más evidente que fuera, tal como sucede con aquel pordiosero harapiento.
Mi vida, desde el principio, ha resultado de lo más típica. Padres comunes, hermanos, lo suficientemente comunes, escuelas, abuelos, familia, algunos pocos amigos – me considero escrupuloso a la hora de escoger mi compañía – y por el estilo. Escuela con calificaciones promedio (por no decir mediocres), sin talentos especiales o espectaculares. Mi vida, pues, ha resultado muy sencilla, o más que sencilla, insípida, triste, mediocre, incolora, falta de emociones grandes o especiales. Ha habido dos que tres extraños giros en mi existir, de los cuales he sido timonero, pero nunca han sido suficientes.
En mi mismo soy un hombre muy sencillo, con cualidades muy comunes. Pero, según me han dicho, con una gran presencia, un poder insospechado que no deseo, necesito pasar desapercibido. Pero mis necesidades son ignoradas por mis cualidades y defectos. Soy la estatua en el parque que todos pueden ver pero nadie toma en cuenta.
Y por lo aburrido y miserable de mis hechos cotidianos he desarrollado un extraño complejo. El complejo de complicación. Siempre intento, por cualquier medio, complicar mi propia vida, como punición o como alivio. A modo de reivindicación con la falta de emociones en mis días. Busco dolor, sufrimiento, amargas situaciones, miedos, fascinaciones, incomprensiones, locuras, heridas incurables. Busco arrancarme el alma a pedazos, la destrucción de mi propio ser, la abolición de mi tranquilidad, la ruptura múltiple de mi ya de por si estigmatizado corazón, el envenenamiento de mi inspiración, la corrupción de las esperanzas. Todo esto con tal de dar a mi vida algunas complicaciones, algo en que entretener mis cansados pensamientos. El peso que llevo sobre mi espalda es el que yo mismo me he puesto. Y siempre con toda intención. Con tal de poder sentir, sentir algo.
Es agregar colores a un lienzo en blanco, aunque sea el color de mi sangre. El llenar el silencio con sonido, sin importar si es el ruido de mi agonía. Dar algo de sensaciones a mi piel, no importa que duela. Prefiero sentir dolor que no sentir nada.
Soy un hombre sencillo con aires de complicación.






1 comentario:

Ada Medina. dijo...

No se de que hablabas, pero lo que si se, es que eso de lo que hablabas es algo sensillo y deficiente. Que es deficiencia: es la vida que describe un cescritor.

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