Asumo mi responsabilidad. Soy el responsable de la sed que
tengo, de mis zapatos sucios, de estas preguntas hacinadas entre mis dedos, del
sueño que me tumba, de la sangre que brota de esa herida, de reflejo en ese
espejo roto, de las palabras cáusticas que te dije una vez y de saberme
irremediable.
Últimamente he estado pensando bastante en asuntos
apocalípticos. No puedo dejar de imaginar este mundo al borde del colapso y la
histeria. No puedo evitar desear un mundo al borde del colapso y la histeria. Lo
deseo tanto que casi lo suplico. Despertar un día y ver cómo el fuego consume
todo a mí alrededor. Paso tras paso, camino por entre las cenizas de una ciudad
que ha sucumbido a las flamas y los gases nocivos. El polvo ensucia mis zapatos
y estoy consciente de que parte de esa suciedad solían ser cuerpos humanos. Las
grietas en los muros son cada vez más grandes. En el parque en el que solían
jugar niños ahora hay solo columpios vacíos y ennegrecidos que se mueven
suavemente por el viento de la tarde. La humanidad es solo un recuerdo en aquella
gris inmensidad de fierros torcidos y concreto desmoronado que solían conformar
una ciudad. Solo un recuerdo de un pasado glorioso, solo un recuerdo de un
tiempo en que simios vestidos de Armani se paseaban por rascacielos, conducían
porsches y celebraban fastuosas cenas de gala para recaudar fondo para la gente
pobre. Hoy solo yo camino por aquí, utilizando mi obligatoria máscara de gas
para no morir por la toxicidad del aire. Veo el mundo derrumbado a mis pies,
aquello que solía ser un hospital ahora es un campo de escombro y en el parque
el pasto se ha secado. Cuesta respirar, pero guardo un secreto, detrás de esa
asfixiante máscara, sonrío.
Asumo mi responsabilidad. Soy el responsable de mi
apocalíptica fantasía, del miedo que ahora mismo tengo, de mi maldita cojera,
de la cicatriz que me recuerda que siempre podría ser peor y que en cualquier
momento puede serlo, del humo que disfruto expulsar, de parecer el loco que
canta mientras camina por la calle, de los secretos y mentiras que me receto a
diario, de saber que no soy infalible, de los anacronismos que me persiguen y
acosan y de saberme irremediable.
Un día miraré atrás y sabré que no pudo haber sido de otro modo.
Un día, cuando mis zapatos estén sucios de ceniza.