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jueves, 8 de diciembre de 2011
Disyuntivas... echando un vistazo fuera de la cueva
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miércoles, 9 de noviembre de 2011
Puntos suspensivos...
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viernes, 19 de agosto de 2011
La absoluta certeza de la AUSENCIA
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Iré por un café.
Ahora mismo estoy en el punto entre decidir ir a la cama o beber ese café y continuar mañana con estas ideas. Creo que dormiré, me hace falta y mis pensamientos estarán más lúcidos por la mañana luego de un baño y una taza de café.
Esta ausencia es lo que todos rehuimos de forma generalmente inconsciente. Incluso muchos ateos descubren de pronto que su vida no tiene sentido, y esto los abruma, sobre todo en momentos de desesperación (económica, sentimental, social, o de cualquier otro tipo) y es entonces cuando son presas fáciles de cualquier cosa que les ofrezca un poco de significado —y la religión, en cualquiera de sus denominaciones, está a la orden del día—. Es así que también resulta relativamente común ver testimonios de “ex-ateos” en youtube.
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¿Qué soy, por qué estoy aquí?
Esta pregunta ha tenido muchísimas respuestas a lo largo de los milenios. El hombre ha intentado responderse de muchas y muy diversas formas. Pero he notado algo que al principio me sorprendió y luego me pareció natural. Todas sus respuestas arcaicas han tenido que ver con el hombre en sí. Es decir. Todas las religiones ven a la humanidad como una emanación divina, como creación de los diversos dioses que han sido adorados a lo largo de la historia y la prehistoria. Hay una tendencia marcadamente antropocentrista en las diversas cosmogonías religiosas. No es de sorprender, cuando uno se pone a pensar en ello, digo, la historia, al fin y al cabo es la contada por los hombres. Quizá en la religión de las cucarachas (suponiendo que llegaran a desarrollar consciencia) el gran Dios cucaracha las creó a su imagen y semejanza y les dio el mundo para que gobernaran sobre él.
Así pues, las religiones nacieron, no por la necesidad del homo-sapiens de creer en algo, sino por la necesidad más primitiva del homo-sapiens de poseer significado. Aún cuando el significado sea destructivo, o doloroso, es un significado y siempre es mejor que la ausencia. Siempre es mejor que saberse venido de la naturaleza caótica del universo. El caos tiende al orden, pero el orden siempre estará determinado por el caos. Como alguna vez me parece que dijo Stiphen Hawkins: “no digo que Dios no exista, solo que no es necesario”. En otras palabras, el universo y todos sus fenómenos, grandes y pequeños, desde el movimiento de las estrellas hasta la transmisión de información en las neuronas; desde el electromagnetismo en partículas subatómicas hasta las grandes migraciones de animales, todo ello puede ser explicado por las leyes naturales. Las matemáticas, la física, la química, la biología…
Dios no es más que un intruso en este campo.
Y a menudo escucharé diversos testimonios. Personas que han sido tocadas por sus divinidades. Gente que dice haber tenido experiencias religiosas muy poderosas. Hombres y mujeres que dirán que han presenciado en carne propia el poder de Dios y sus designios vueltos realidad. Testigos de milagros innegables. Profecías que se cumplen. Estatuas que lloran sangre. Santos vivientes que levitan ante los ojos atónitos de los anonadados espectadores.
Con respecto a eso tengo un par de cosas que decir: Primera. Tengo la sospecha no confirmada pero sí muy probable de que la mente humana es demasiado poderosa. Nos hace ver, oír y hacer cosas que parecerían imposibles para las leyes naturales. Además, de que la ciencia actual posee fascinantes implicaciones en las que las excepciones se pueden presentar. Como la posibilidad de dimensiones paralelas infinitas. ¿Quién podría decir que no se trata de eventos interdimensionales variados?
Segunda. Las ciencias formales aún no han tomado enserio esta clase de fenómenos extraños y se centran en otras áreas más prometedoras. Yo creo que se trata simplemente de cosas que, aunque tienen explicación científica, ésta todavía no es encontrada. Se trata solo de áreas aún no exploradas por las ciencias formales. Pero probablemente en algún momento del futuro, lo hoy llamado sobrenatural se volverá natural cuando se estudie sobre ello.
Tercera. En todas las religiones del mundo han existido y seguirán existiendo los “milagros” y demás eventos sobrenaturales, y todas las religiones también los ofrecen como prueba de la veracidad de sus creencias. Pero, si en todas ha habido milagros y manifestaciones del poder de su Dios o Dioses, entonces surge la duda ¿Cuál de ellas tiene razón? Todas tienen cosas buenas, es innegable, aunque todas tienen la desventaja de no ser más que intentos de combatir la ausencia. Así, atribuirle estos milagros y fenómenos aparentemente inexplicables a sus divinidades no es más que otro intento por enfrentarse contra la ausencia. Otra forma de tratar de darle significado a lo que sucede. Porque el significado nos da propósito, paz mental y seguridad.
Ahora explicaré algo importante. Algo con lo que me he topado de pronto. Me di cuenta de que buscar significados superiores en lo que nos ocurre no es más que un autoengaño. Yo no quiero mentirme (aunque lo hago demasiado, todos lo hacemos, pero entre menos me mienta, mejor). En cierto momento, al darme cuenta de esto. Es decir, al tomar consciencia de la ausencia y devanar ideas largamente sobre ello (de lo cual el producto es todo lo anteriormente escrito) me di cuenta. La consciencia y aceptación de la ausencia me da paz. La seguridad de carecer de significado me ha provocado una sensación de alivio. Lo que a muchos en el mundo ha atemorizado y producido complejos sistemas de creencias, a mí me ha producido paz y calma espiritual (por así decirlo).
Ahora me doy cuenta de que lo que motiva a los creyentes en seguir con sus creencias y en la necesidad de más o menos cumplir las normas de la iglesia no es el miedo al infierno, el cual sí que llega a calar a muchos. No, la verdadera motivación se encuentra en el miedo a la ausencia. La carencia de significado es verdaderamente incómoda, aún cuando pocos estén conscientes de este miedo. Así que la motivación de su moral se encuentra, pues, en los designios eclesiales. Es por ello que tratan a toda costa de cumplir sus mandatos. Aunque ello me pone a pensar. Cómo puede alguien llegar a creer en un Dios de infinita sabiduría que creó el universo con todas esas grandes leyes físicas y biológicas y que le dé importancia a asuntos totalmente triviales como prohibir la homosexualidad. Eso es muy extraño. “Y Dios dijo: E=mc2 , y luego agregó: por cierto, la sodomía está prohibida”. Una sensación de WTF llega a mi mente.
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En mi opinión, uno no debería ser bueno con los demás y hacer caridad por el miedo al infierno sino por el genuino deseo de ayudar. Este deseo de ayudar, resulta que en realidad es muy humano. No quisiera atacar, además, a la moral religiosa diciendo que la historia está plagada de torturas, esclavitud, sufrimiento y muerte infligidos en nombre de Dios, pero, es verdad.
En todo caso, la moral por la que apuesto es la propuesta por el humanismo secular. No voy a explicar aquí a qué se refiere esta, en todo caso, el lector tendrá que investigar sobre esta.
jueves, 7 de julio de 2011
De la lluvia, divinidades y cosas olvidadas
Se me ha olvidado la lluvia. Gotas frías que tanto pedí, mojan mi cabellera. Ríos sobre mi piel. Riachuelos entre los dedos. El gris del cielo que ya había olvidado hoy aparece de nuevo, vibrante, profundo. Llora el ombligo del cielo. Gruñen las nubes. El cielo se resquebraja en miles de luminosas grietas. Tiembla la pared, tiemblan los cristales. Tiembla mi alma.
Y a cada paso que doy se escucha el característico splash del agua. La voz de la tierra embriagada de lluvia. El borracho suelo escurre entre callejuelas. Camino. Olvido. Recuerdo. Siento.
Había olvidad lo que me mantiene aquí. El hambre. El deseo. El sueño. La promesa. Y un atisbo de oportunidad. ¿Qué es Dios en estas tierras? ¿A quién pertenece el hombre? ¿De quién es el mérito de existir? Cuento las iglesias y solo cuento culpa y locura. ¿Cuántos templos necesitan estas personas levantar para sentirse amadas por un Dios sin memoria?
Había olvidado la ciega fe de la que es capaz la humanidad. Y en medio de todo eso, frente al ángel que hace caer al demonio, ahí estoy yo. Una vaga sombra sin nombre. Un trozo de subversión anónima. La oposición silenciosa. Profeta de la nada. Bañado por la fría lluvia. Respirando la álgida halitosis de la tradición cristiana, frente a las fauces de una neogótica catedral.
Ahora, he olvidado lo que antes debía recordar. El miedo. La reverencia. El respeto. Ahora solo hay paredes altas y rostros inexpresivos y pétreos. He olvidado sus nombres. He olvidado rezarles.
Ahora solo hay una cosa que me debe mantener ocupado. Mantener la lluvia en mi memoria. Los días que están por venir serán difíciles y nadie los caminará por mí. El recuerdo de la lluvia será mi motivación, mi pequeño rincón de felicidad.
Recuerdo llover sobre mí. Recuerdo beber del cielo gotas frías. Recuerdo ahora ese aroma de la tierra mojada. Y la recuerdo a ella. Empapada junto a mí. Y a mí libando la lluvia de su piel…
jueves, 12 de mayo de 2011
Madrugada inintencionada
De pronto me siento observado, y al mismo tiempo en completa intimidad con mi propia presencia. Desaparece la instigación del trato social, y su ponzoñosa influencia, Morfeo se los ha llevado a su reino inmaterial. Solo un cuadro en la pared tiende su mirada acartonada y antigua hacia mí, es una mirada inundada de la infinita serenidad de la que solo lo inanimado puede presumir.
Estoy rodeado de una sola sensación que lo impregna todo, que lo abraza todo maternalmente, la quietud. Paseándose de aquí para allá, la inmovilidad, el silencio, la calma, invade esta estancia con su particular forma silenciosa de demostrar su presencia.
Hay termitas en la madera, incansables en su labor destructiva a escalas inhumanamente minúsculas, y telarañas que penden del techo y las paredes, vestigios de asesinos anónimos. Aquí y ahora, el frío penetra en cada poro, sin invitación pero sin ser invasivo, es solo un viejo amigo que saluda.
Esta calma me invita a recordar. Me pide con dulzura que vague en mis memorias. Confusiones recientes ahora parecen desenredarse en hilos perfectamente distinguibles. Pero tengo la conciencia de que no por estirada la madeja desaparece.
Solo pienso en su piel y en el modo correcto de tocarla, en el modo adecuado de sentirla, solo recuerdo sus ojos y trato de recordar sus miradas, ese amplio repertorio suyo de miradas. Un dejá vú hace súbito acto de presencia en este instante. Este pensamiento lo he tenido ya, con toda exactitud.
Pesa la mirada, colapsa el cuerpo y a cada letra aumenta el nivel de dificultad. Cada palabra es un reto cuando las garras oníricas acarician malignamente tu consciencia. La delicada membrana del “bajo control” parece estar por desgarrarse.
Me doy permiso de sentirme confundido. Solo en esta ocasión.
Me arrastran las garras de Morfeo, a su reino de arenas, donde nunca llegas al mismo sitio, donde todo cambia con la velocidad del pensamiento, donde la inconstancia es la norma y donde los ecos de la vigila son apenas fugaces zumbidos, destellos que no permanecen, personas que no existen y no conseguiremos recordar, sitios que sentimos íntimos aún cuando nunca estuvimos ahí, ni volveremos a estar.
Han caido los párpados...
domingo, 24 de abril de 2011
Mediodías anodinos y olvidables en el culo de Babilonia
Estos días son de pronto una interminable serie de acordes sin ritmo, frías mañanas que se posan despiadadas sobre nosotros como metálicas mariposas en una rama congelada, a punto de romperse. Sucedidas luego por el bochornoso sol quemando nuestra piel, nuestro espíritu, nuestra alma jodida por el peso de las gotas de sudor y la abrasante tarde mordiéndonos la piel. El atardecer es sangre en el cielo, y nuestras venas han quedado vacías de vida. Envases vacíos de un mañana sin propósito, y solo somos flechas que perdimos la diana, girando en los intempestivos vientos del desencanto.
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Esta ciudad está devorándose mi alma ¿O es que mi alma está desintegrándose y no tengo a nadie más a quien culpar que esta jodida ciudad? Hace falta algo, algo vital, no sé aún lo que es pero sé que no podré subsistir sin ello en un plazo razonable.
Calavera sin carne, plomo perdido en el ultrasónico viento de la media noche, masas malsanas abordando transportes urbanos con conductores cabezas huecas y megalómanos, dan pena, muerte sin sentido, seres sin razón, santitos en venta, fe-fanatismo-necedad-dogma-hipocresía-moral dividida. La iniquidad y la suciedad corren por los callejones como serpientes, como cucarachas intravenosas. Personas de moral caduca y derruida, pedazos de industrialización desechados en las esquinas, basura impunemente abandonada en el asfalto caliente. Miradas vacías en cabezas sin cuerpos. Es poco placentero admitir que este sitio en el que vivo, en el que me jacto de habitar, es, a fin de cuenta, el último lugar que recomendaría para residir, cada vez más esta otrora joya del pacífico se convierte en campo de tiro a discreción, una zanja para cadáveres infames, un criadero de gusanos (con perdón de los gusanos), el culo de Babilonia la grande.
¿Hablo en términos desproporcionadamente apocalípticos para un problema que realmente no lo merece, acaso? Tal vez, tal vez no, solo sé que esta ciudad se pudre desde el fondo cada vez más y es evidente desde el momento en que caminas por sus calles, puedes sentir en la infecta atmósfera la respiración de aquellos que suspicaces y temerosos caminan a tu lado. Cual monos en un laboratorio, con el miedo hasta le médula, con la cola entre las patas. Es casi ternura lo que inspiran en mí. Pero más que nada es aversión lo que me provocan, es puro odio y pena. Es enfado lo que en mí hacen nacer estas patéticas formas de vida.
Almas consumidas por el miedo, por la esperanza en vacuidades, la ignorancia, por una vida sumergidos en la bárbara adoración de ideales inaplicables a la realidad. Humanoides poco aptos para la convivencia en urbana existencia.
Y en medio de esta mugre, con los talones atascados en el légamo imposible de la sinrazón, unas pocas consciencias elevadas por sobre las nalgas de “la gran ramera”. Pero son tan pocas y están tan perdidas, tan hundidas en el estupor de una “vida normal”. Tan olvidadas, tan disfrazadas de ovejas que se les ha olvidado su naturaleza lupina.
Los días son trenes, sin estaciones en las que parar, sin destino seguro, sin retorno programado, acelerando cada vez más, perdiendo poco a poco el control. Quiero pensar que pronto hallaré un atajo, un subterfugio de esta laberíntica vida. De este despreciable punto en el mapa.
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Por si esto fuera poco, hay una campaña publicitaria llamada “Habla bien de Aca”. Pero lo cierto es que, a mí no me gusta mentir…
domingo, 20 de marzo de 2011
jueves, 24 de febrero de 2011
Ciertas cosas que patear (decidir o dejar de existir)
Soy, como muchas otras veces anteriores, alguien distinto, que cada mañana se levanta con una idea distinta, una un reflejo diferente en el espejo, de diversas tesis que se contradicen una y otra vez. Hace un tiempo atrás apenas habría podido creerme lo que ahora soy. Es verdad, como tantas otras veces, he cambiado, pero, el núcleo se mantiene, se queda intacto, podrido, renovado, viejo, maloliente, huérfano, brillante, desbocado, y así ad náuseam.
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Hoy no me preocupo del olor a vida que se cuela por las rendijas, que me arrastra a territorios más ciertos, menos oníricos. Oh! Cuánto me avergüenzo de mí.
Hay cierta necesidad de escapar del lodo en el que tanto tiempo he vivido feliz. De levantar un poco la mirada, de decidir ir hacia delante. Y sé que de una u otra forma me arrepentiré de esta decisión, como de otras tantas que antes he tomado. Pero son mis pasos y nadie va a darlos por mí, son mis palabras y nadie más que yo las habrá de pronunciar.
Hay cierto camino que recorrer y ciertas ataduras que romper, hay ciertas lagañas que limpiar y ciertos zapatos que bolear. Hay cierta vida que vivir, y nadie puede decidir vivirla más que yo.
Jamás tomaré buenas decisiones, pero solo yo puedo tomarlas.
sábado, 1 de enero de 2011
Las últimas del año... (al día siguiente y con una mortal cruda)
Huele a gusanos retorciendo su viscosa corporeidad entre el légamo. A la luna llena reflejada en un lago de aguas quietas. Al fuego que consume a un pobre viejo al que más de uno ansía olvidar. A sangre coagulada en mis arterias. Al miedo a la oscuridad clavándose en mi nuca. Huele a primavera no nata encerrada en un capullo hilado con desilusiones. Al caucho derretido en la autopista. A brisa de mar en diciembre, y sin amor ni gloria, ni pena ni decepción. Huele a rosas de un jardín imaginario. A perros de la calle abandonados al crecer. A cantinas y mariachi un sábado de depresión (a la mexicana). A colillas de cigarro dejadas tras mis pasos cual hilo de Ariadna. Y a laberintos en la palma de mi mano.
Eso y mucho más se despierta en mi olfato en estos últimos momentos de este final de una sección del calendario gregoriano (odio el calendario gregoriano, es poco práctico). Esta debería ser una hora de reflexión, el para un momento de un balance de lo que se ha hecho y lo que se hará después. No es así. Pues seguiré siendo yo, en otro día, en otra semana, en otro mes y en otro jodido año, pero seguiré siendo yo… misma mierda diferente año, y eso es todo.
¿Que cambio? Por su puesto que cambio ¿Que evoluciono? Mierda, claro que evoluciono, todos lo hacemos, inevitablemente y sin excepción, cada uno a nuestro ritmo, y en su propia dirección. Pero seguimos siendo lo mismo. Plus ça change, plus c’est la même chose. Nos movemos en el ámbito de lo posible, de lo cotidiano en donde nunca dejamos de ser nosotros mismos. Sí, tal vez nos desarrollamos y crecemos y cambiamos (para bien o para mal, da igual) pero continuamos perteneciendo a este grupo en el que nacimos, seres con la correa en el cuello, la jaula de la realidad, de la irremediable cotidianidad. Y ello me frustra.
Cambiamos pero seguimos siendo los mismos, porque no cambiamos de verdad. Solo nos movemos de una opinión a otra hasta encontrar un sitio en el que nos sintamos cómodos nuevamente. Y cuando tenemos ganas de ir a un lugar, no vamos, sino que solo regresamos a un sitio ya antes visitado (el tiempo atrás suficiente para sentirlo como nuevo otra vez). ¿Qué hace falta para rasgar esta tela de sentido común lo suficiente como para sentir que algo realmente nuevo sucede?
Y de pronto me doy cuenta de algo más. Algo que me pasa desapercibido todo el tiempo, ya no sé cuanto atrás pero creo que suficiente para sentirlo parte de mí, una astilla en el dedo gordo del pié, un grano en el culo. Un trozo de mí mismo que debo arrancar. Un trozo de nosotros, de todos que debe ser extirpado. Cuando nos movemos entre los demás y nuestras ideologías interactúan con las del prójimo, sin sentirlo ni darnos cuenta, intentamos implantar nuestra manera de pensar en el otro. “Esto está jodidamente mal”, “aquello no se debe hacer”, “¿cómo puede gustarte algo así?”, y demás miles de ejemplos. Agujereamos los puntos de vista de otros y los desafiamos mientras esgrimimos nuestras propias ideologías y gustos. Cuanta razón tenía aquel que dijo (olvidé quién era) “puedo no compartir ese punto de vista tuyo, pero me moriré en la raya defendiendo tu derecho a pensar así”. Ya no lo hacemos. Yes algo que debemos todos aprender a hacer…
Ahora, si, lo se, me he dado cuenta de la paradoja que constituye lo que acabo de expresar. Impongo mi ideología de no imponer ideologías sobre otros… “prohibido prohibir”…
Pero bueno… como diría Bill Hicks: “No les digo cómo pensar, solo les señalo que hay opciones”.
Huele a pólvora, a cerveza y a pimienta. A ladrillo en el paladar. A los noventas remontándose cada vez más en el olvido, cada vez más en el solo anhelo. A corporaciones hendiendo sus garras en el arte. A noches mágicas sin precedentes, sin parangón, de puro y neto placer que se olvidan al amanecer. A coníferas plásticas y lucecitas de colores. Al arroz arrojado en una boda y niños hambrientos en Bangladesh. A literatura de tintes bohemios y lisérgicos. A muérdago sin labios cerca. A promesas sin cumplir y secretos ahorcándome. A… ¿qué más?...
Maldita sea mi mal olfato…
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