Esta vez es corto porque es poco lo que recuerdo, y es más
ya casi no recuerdo mucho de lo que sucedió. Estoy en una habitación oscura. Es
de noche pero no identifico muy bien la hora exacta. No estoy solo, hay alguien
conmigo. Es una presencia inquietante. Lleva un traje color negro muy bien
planchado. Es extremadamente delgado, pero no es muy alto, deberá medir menos
de 1.70. Lo realmente perturbador es su cabeza. Esta es redonda y grande, como
un balón de basketball (quizá un poco más grande que este). Su piel es clara y
amarillenta como la de un taiwanés. Su rostro es realmente desagradable. Los
ojos son tan redondos como su cabeza y están como hundidos en las cavidades de
su deforme cráneo. No encuentro características destacables en su nariz, pero
su boca es enorme, tiene una inquietante sonrisa en la que muestra sus enormes
dientes amarillentos.
Si conversamos antes de otros temas no lo recuerdo. Solo
llega a mi memoria el momento en el que a mi pregunta de “¿quién eres?” Él
responde sin dejar de sonreír: “soy un sueño”.
—Pero no te ves bien— le digo yo.
—Soy un mal sueño— agregó con aire macabro.
Entonces desperté.
La habitación sigue oscura y sigue siendo de noche. Y sigue
habiendo algo aquí. O más bien alguien. Giro la mirada y lo veo ahí sentado. Es
ese mismo sujeto mirándome con sus redondos ojos que parecen no tener párpados
y dedicándome esa terrible sonrisa suya.
—Te he dicho que soy un mal sueño.
Y despierto de nuevo. Esta vez de verdad. Aunque la
habitación continúa oscura.
(De mi colección de sueños escritos desde el 2009)
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