sábado, 12 de abril de 2008

El vampiro de las anécdotas



Epifanías… las odio tanto. Y es que nunca me dejan dormir en paz. Hace cuanto que deseo un momento de paz, un día sin revelaciones, un solo segundo en el que no sea asaltado por verdades, no tanto porque sean molestas, sino porque son incorregibles, tal vez más por decisión propia que por otra cosa.
Siempre fui un autoexiliado, un ermitaño. El contacto físico me era molesto, el contacto social insatisfactorio, me alejaba, era feliz siendo invisible, era un don nadie con la certeza de estarlo haciendo bien, el no ser nadie, era bueno en ello y me encontraba perfectamente definido por esa situación. Socialmente no había dudas. Pero no fue hasta hace poco que lo noté, mi vida social se volvió precipitadamente dinámica, pero soy un novato en esto de tener amigos, en esto de tener relaciones afectivas. Mi vida siempre fue corta de contar, siempre, puesto que los sucesos en ella eran de tan poca importancia que nunca resultaron lo suficientemente interesantes como para convertirlos en motivos de conversación. Así que ahora prefiero nutrirme de lo que otros viven y voy a la caza constante de anécdotas.
Alguien me dijo que yo era una especie de vampiro de historias, y tal vez no se equivocó, me nutro de las historias de otros y de las pocas que pueda conseguir con mi propia experiencia. El dinamismo aumenta gradualmente en mi sociedad inmediata y me dejo arrastrar hasta donde es seguro. No más allá, o podría ahogarme. Siempre he sido bueno escuchando a los demás, siempre ha sido así porque no es común que prefiera hablar, casi nunca tengo algo que merezca la pena ser escuchado, y cuando es así, encontrar a la persona digna de escucharme se vuelve más difícil aún. ¿Quién podría tomarme en serio?
A falta de anécdotas propias he adquirido y/o desarrollado la habilidad de crear historias, relatos, vaya. Ahí descargo los sucesos que no vivo, no necesariamente lo que me gustaría vivir, porque mis personajes sufren mucho por lo regular, pero si lo interesante que no tengo. Me alimento de anécdotas, entre más interesante o increíble sean, más suculentas se vuelven.
Denme anécdotas, denme alimento para el alma.
Pero ahora soy un novato en eso de la vida social y las reglas básicas de conducta en sociedad me son casi desconocidas. Aún no comprendo sus leyes ni sus fuerzas dinámicas, pero me iré adentrando poco a poco en ello. Esa situación me vuelve un ingenuo, se que no es bueno, pero no me molesta, ahora mismo recargo confianza entintada con desconfianza (que contradicción) en cada individuo que conozco. Todos son capaces de mentir
No haré de esto una larga epístola he escrito suficiente por esta madrugada. Ahora es momento de pasar la página. Es un buen momento para pensar en aquellas promesas que debo cumplir, y en aquellas que aún pueden esperar otras décadas. O siglos, todo dependerá de un sentido darviniano del proseguir de las situaciones.

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